Así está la Biblioteca Nacional por dentro: salas vacías, calefacción rota, bichos y un depósito se viene abajo

Un periodista de El País se agendó para visitar la Biblioteca, que ya no está cerrada al público. Encontró un lugar casi vacío donde hay problemas graves para conservar diarios y revistas, plagas y funcionarios con frío. El piso de un depósito está cediendo.

Sala Artigas de la Biblioteca Nacional, vacía.
Sala Artigas de la Biblioteca Nacional, vacía.
Foto: Sebastián Cabrera.

Su reserva está confirmada, 16 de julio de 2025 a las 12.00 número 1. Así, con ese mensaje, me avisaron que podía ir a la Biblioteca Nacional. Debe haber pocas cosas más uruguayas que entrar a la principal biblioteca del país pidiendo número, como quien va a hacer un trámite al Registro Civil o a la DGI.

Todos lo sabemos: el 26 de mayo, aprovechando el Día del Libro, la biblioteca cerró al púbico. O eso parecía, al menos. Se informó que desde ese día solo podrían entrar los investigadores al histórico edificio de 18 de Julio, inaugurado en 1955. La idea de fondo, según anunció en aquel momento la directora Rocío Schiappapietra, era trabajar en un proyecto para repensar la biblioteca. Ella habló de “caos organizacional”, “crisis estructural” y “conflictos internos”.

Pero en este país nada es blanco o negro: hace algunas semanas se supo que en realidad la biblioteca no había cerrado y que, de hecho, se podía seguir entrando —incluso sin ser investigador— si se hace la reserva vía web; así que pruebo y consigo lugar para el día siguiente.

Cada jornada se entregan 20 números, uno cada 15 minutos desde las 9.15. En la web se avisa que la permanencia en la sala está permitida hasta las 14.45 y a las 15 cierra el edificio. La rampa de ingreso “está temporalmente inhabilitada por obras”.

Biblioteca Nacional
Sala de lectura de la Biblioteca Nacional.
Foto: Ignacio Sánchez.

Ese día un rato antes del mediodía subo a un Cabify que en realidad es un taxi. Y el que maneja es uno de esos tacheros a los que les gusta hablar, pisa los 60 años y se las sabe todas. Víctor se llama. Me dice:

—¿A la Biblioteca Nacional? Yo iba de chico a estudiar, había una salita para las escuelas… Nos juntábamos cinco o seis gurises, nos llevaba un padre. Ya de más grande íbamos solos en ómnibus, en el 427 a la ida y el 94 a la vuelta. Hoy le cuento a mis hijos y se cagan de la risa, me dicen: ¿a qué ibas a la biblioteca?

Biblioteca Nacional
Biblioteca Nacional.
Foto: Sebastián Cabrera.

Víctor cursó hasta quinto en la escuela 177 en Nuevo París y luego abandonó los estudios:

—Había que laburar, no quedaba otra. Hoy en día tenés más posibilidad de conseguir un libro por internet o incluso fotocopiarlo. Antes eran impensado. Hoy no estudia el que no quiere.

En su caso “antes” es fines de la década de 1960. Víctor terminó de grande la escuela y el ciclo básico del liceo, hace unos diez años. Lo hizo como para cerrar una etapa. Pero en ese momento ya no iba a la biblioteca.

Biblioteca Nacional: sin gente y sin calefacción

Llueve. El taxi para en 18 de Julio 1790. Subo las escalinatas y en la entrada aviso que tengo hora agendada.

—¿Sebastián Cabrera? —pregunta el guardia de seguridad.

—El mismo.

Me mira y me da la llave 76 para poner la mochila en el locker. Paso la puerta de vidrio y entro a la sala Juana de Ibarbourou, esa donde están los famosos cajoncitos de madera con las fichas con los títulos de los libros. Sigo de largo rumbo al mostrador donde se entrega el material. Hay un silencio que impresiona. Vacío total.

Sala Juana de Ibarbourou en la Biblioteca Nacional.
Sala Juana de Ibarbourou en la Biblioteca Nacional.
Foto: Sebastián Cabrera.

Estuve muchas veces acá, éramos decenas de personas esperando cuando venía a fines de la década de 1990 por temas de la facultad. Hoy no hay nadie, solo una funcionaria que habla al teléfono; conversa sobre un problema vinculado a la lluvia y algún sitio de este edificio de cinco pisos, incluyendo dos subsuelos, y más de 4.000 metros cuadrados.

Nadie sabe a ciencia cierta cuántos libros hay en toda la Biblioteca Nacional porque una parte del catálogo está registrada en papeles, otra en ficheros y otra en digital.

En el fondo, en una zona en penumbras, se expone un viejo diario La Tribuna. Me acerco a mirar pero justo la funcionaria corta el teléfono y me saluda amable.

Diario La Tribuna en la Biblioteca Nacional.
Diario La Tribuna en la Biblioteca Nacional.

—Buen día, tengo agenda a las 12.

—¿Sebastián?

Yo había pedido por agenda web Gustavo Penadés. Dos caras de un hombre con poder de Carolina Delisa y Martín Tocar. Ella abre la puerta del ascensorcito en el que bajan los libros y ahí está la publicación.

Le comento que no encontré en el catálogo otro libro que quería ver: Qué difícil ser de izquierda en estos días de Gabriel Sosa (dato a corregir a quien corresponda: en el buscador de la web de la Biblioteca dice, textual, “esciba la palabra o frase”).

—¿Estás seguro que el título es así? —pregunta.

Lo busca, dice que es raro que no esté, todas las editoriales tienen la obligación de enviar sus libros. Mira y tampoco está en el catálogo de la biblioteca del Parlamento ni en la Universidad de la República. El tema le preocupa, se muestra interesada. Indaga en la computadora:

—En Mercado Libre lo conseguís a 460 pesos... Pero, al no estar en la base de datos de la universidad ni en el Parlamento, es que no hicieron el depósito legal de imprenta; están obligados a hacerlo por ley. Ya voy a hacer el reclamo a la editorial, que es Planeta. Lo tienen que mandar.

—Es un libro de 2004, esperemos que la editorial haya guardado alguna copia —le comento—. El otro día me dijeron que trituran los libros que sobran.

Pienso que el reclamo de esta empleada es, de alguna manera, una contribución a la memoria de Gabriel Sosa. ¿Cómo puede ser que ese libro no esté en la Biblioteca Nacional?

Le dejo la cédula, me da el otro libro que había pedido y me invita a pasar a una sala que está al fondo, iluminada con tubos lux, tipo bar ochentoso. Es la sala Julio Castro. Pero quiero entrar a la mítica sala Artigas.

—¿No puedo ir a la sala grande? —pregunto y señalo esa de techos altos, claraboya, ventanales internos, sillas y mesas largas y luces tenues. Es el corazón del edificio. Si no entraste ahí, no entraste a la Biblioteca Nacional.

—No andan los aires, solo la están usando los investigadores.

Le pongo cara de que por favor me deje pasar.

—Bueno ta, pasá sí.

—¿Me puedo quedar el tiempo que quiera?

—Hasta las tres menos cuarto.

Sala Artigas de la Biblioteca Nacional
Sala Artigas de la Biblioteca Nacional.

Adentro solo hay una persona que está usando los aparatos para mirar microfilm.

Camino por la sala y elijo un lugar más o menos en el medio. Me siento y aprovecho a leer: tengo pendientes los últimos capítulos del libro. Antes me saco una selfie y la envío al grupo de WhatsApp que tengo con mis compañeros de Qué Pasa: “Solo en la BN”, escribo.

Durante los 50 minutos que permanezco en el lugar solo entrará una persona que va al baño y sale. Tampoco se ve pasar nadie a la sala tipo bar ochentoso.

Me habían avisado que no funcionaba el aire y unos minutos después me empiezo a congelar. Tanto que me pongo la campera.

A eso de la una de la tarde salgo de la sala Artigas y no veo a ningún empleado para devolver el libro. Sigue todo vacío. En una cartelera se anuncia la clave de wifi y que “para garantizar un espacio adecuado, se podrá solicitar el retiro ante conductas inadecuadas o falta de higiene extrema”.

Hasta que alguien me grita desde el primer piso:

—¿Estás para devolver?

Le digo que sí y unos segundos después baja.

—¿Poca gente?

—Poca gente.

—¿Cuántos vienen por día?

—Y… con suerte 10 —dice y muestra la agenda impresa. Luego me enteraría que antes de la pandemia había entre 40 y 60 visitas diarias—. Los que vienen mucho son los investigadores. Pero faltan funcionarios. La idea es que pongan más para poder extender el horario. Hoy estamos hasta las tres de la tarde. Por lo menos deberíamos abrir hasta las cinco.

—¿Cómo que no hay empleados?

—¡No hay funcionarios! Se van jubilando y no reponen. Hoy por ejemplo somos cuatro acá nada más.

—¿Y cuántos son en toda la biblioteca?

—41 en planilla. Pensá que éramos 310 funcionarios y abríamos desde las ocho de la mañana a las diez de la noche.

Ella ingresó hace unos 40 años, con el regreso a de la democracia.

Biblioteca Nacional
Gente leyendo libros en la sala de lectura de la Biblioteca Nacional de Montevideo.
Foto: Ignacio Sánchez

—Trabajábamos de lunes a sábado. Atendíamos 1.500 personas por día. Te hablo de esa época.

Tiene tiempo para hablar. Muchos, como ella, están hace décadas acá adentro y quieren contar; que los hagan parte.

—Por decirte algo no tenemos calefacción. Acá nos cagamos de frío —dice y señala hacia atrás.

—En la sala estaba helado.

—Claro... porque se rompió el chiller y cuesta mucha plata —dice, en referencia al sistema de calefacción—. El tema es que acá en la Biblioteca hace años de años que no hay presupuesto.

—Eternamente relegada.

—Y esto también ha sacado mucho —dice y señala la computadora: internet; lo que comentaba el taxista—. Pero no todo está en la web.

La sala inundada en la Biblioteca Nacional

Tengo algo con la Biblioteca Nacional, esta es mi tercera incursión periodística en casi 20 años. La primera fue en 2007, cuando cubría el área sindical en este diario y un sindicalista me había contado que la sala Artigas se había llenado de aguas servidas. Resulta que el 14 de abril de 2007 llovía a mares, se taparon los baños y el agua empezó a correr por la histórica sala hasta cubrir la moquette, que hoy ya no está. El piso ahora es de madera plastificada. Había unas 30 personas en el lugar. “Al principio la gente no se daba cuenta, pero después hubo que sacarla”, me contó entonces una funcionaria, “había un olor a caño brutal y nadaba la materia fecal”.

En aquel momento el sindicato ya denunciaba que había problemas de espacio para las publicaciones, que la limpieza funcionaba mal y —un reclamo que, ya veremos, ha ido creciendo hasta hoy— faltaba personal. El entonces director Tomás de Mattos me dijo en aquel entonces que el estado de la Biblioteca era malo “desde hace 20 o 30 años” y que desde esa época no existía un mantenimiento acorde.

La sala Artigas estuvo cerrada más de un año, hasta setiembre de 2008, tras hacer una reforma sanitaria y eléctrica.

Casi una década después, en junio de 2016 publiqué una crónica en un blog que firmaba en El Observador. Ahí la realidad era otra: ya no entraban cientos de personas, sino más bien unas escasas decenas por día. En la crónica cuento que adentro de la sala Artigas éramos 11 y que el movimiento era mínimo. Aquella nota, publicada el 30 de junio de 2016, terminaba así: “Salgo del lugar con un dejo de tristeza y pienso qué será de las bibliotecas públicas en, pongamos, una o dos décadas. ¿Sobrevivirán? ¿Las autoridades podrán adaptarse a los tiempos que corren?”.

En eso están, parece.

Muchas plagas y poco personal en la Biblioteca Nacional

Volvemos a julio de 2025. Intento entrevistar a Rocío Schiappapietra, la directora, pero fracaso. Agradece “el interés” y dice que no volverá a hablar en forma pública hasta que haya novedades del nuevo “diseño” de la biblioteca. Por ahora no hay.

Contacto a integrantes de la asociación de funcionarios, aún molestos por haberse enterado del cierre por la prensa. Hablan de un proceso de deterioro que lleva años. Aquello que decía De Mattos en 2007.

La bibliotecóloga y fotógrafa Graciela Guffanti está desde hace más de 40 años en la biblioteca: empezó atendiendo al público; hoy trabaja digitalizando información y hace visitas guiadas. La segunda parte de sus tareas están en suspenso porque no hay más visitas. Aquel 26 de mayo debió llamar uno por uno a los liceos que tenían recorridas agendadas. “Varios ya habían contratado el ómnibus”, relata, “fue complicado dar la cara para decir que no vinieran”.

Guffanti relata que, por lejos, el principal problema de la biblioteca es la falta de funcionarios: hay 48 empleados, de los cuales 41 son presupuestados, además de algunos contratos docentes. Y no todos tienen el perfil adecuado, hay empleados que son exfuncionarios de AFE y fueron a parar a la Biblioteca, como pasó en canal 5.

—Hay un 30% con causal jubilatoria —dice—, no entra gente desde 2019; fue la última vez que se llamó a concurso e ingresaron siete. El otro problema, que se junta con ese, es que nuestros salarios son bajos en relación a otros lugares.

Ella gana cerca de 73.000 pesos nominales por una jornada de seis horas: en la mano le quedan poco más de 50.000.

—No competimos siquiera con algunos lugares del propio Ministerio de Educación y Cultura, como los registros públicos, donde ganan muchísimo más —admite—. Hay compañeros que dieron concurso y se fueron para ahí. Y somos menos competimos con la intendencia o el Palacio o lugares privados. Los informáticos se nos van, ganan muchísimo más en otros lados.

La versión sobre la cantidad de empleados que eran antes varía. Algunos dicen que llegaron a ser más de 200, la empleada que me atendió en la biblioteca asegura que fueron 310. Pero, como sea, hoy son muchos menos. También es evidente que hay menos trabajo: la asistencia viene en caída libre.

—Lo que más se consulta son periódicos, lo hacen los investigadores. El público en general viene muy poco. Todo cambia. Tenemos muchas consultas en línea de gente del exterior y del interior, que nos escriben. Nosotros digitalizamos y les mandamos la información.

La asociación de funcionarios presentó a la dirección una propuesta de artículos para el proyecto de ley de Presupuesto que incluye la incorporación de 35 cargos nuevos (entre otros, bibliotecólogos, archivólogos, técnicos digitalizadores, informáticos, administrativos), la regularización de contratos precarios y una reestructura funcional. Pero hoy no está claro qué sucederá con el Presupuesto. La nueva directora hace gestiones con el Ministerio de Educación y Cultura (MEC) por este tema (ver recuadro aparte).

Gabriela Barreto cumplió 20 años como funcionaria. Trabaja en un área que da número a las revistas y en gestión territorial, que coordina con las demás bibliotecas públicas. Pero antes estuvo en atención al público y cuenta:

—Éramos 10 funcionarios allá, después ocho en 2018 o 2019, que era el número justo para hacer una atención personalizada, porque a veces hay que asistir a las personas para usar las máquinas de microfilm y cosas así. Ahora son dos y es imposible. Es imposible.

—¿Se bajó de ocho a dos?

—Y... se empezaron a jubilar, a jubilar, a jubilar. Y no reponen.

Luigi Bazzano es uno de los que se jubiló. Él había entrado a la biblioteca de una forma curiosa, allá por 1984: vendía libros con su pareja, fueron a la biblioteca y les dijeron que “no había plata para comprar libros” pero que sí había lugares para estudiantes de bibliotecología, algo que él era. Y se presentó.

En la biblioteca trabajó en la sala estudiantil y en la sección donde se conservaban los ficheros, entre otras. Bazzano sigue empapado de la realidad porque asiste a las reuniones del sindicato. Dice que una de las claves es lograr que la gente vuelva (“es un espacio que podría ser muy atractivo para venir con la computadora a trabajar o leer pero no ha habido demasiado interés en que eso suceda”) y que lo peor es la conservación del material, que está en “muy malas condiciones”.

Las colecciones deberían limpiarse pero no se hace hoy: hasta hace poco eso lo llevaban a cabo tres funcionarios; ellos solos con miles de publicaciones. Ahora ni eso, “los diarios están sucios y aparecen bichos” como peces de plata, arañas, termitas y cucarachas, además de hongos, cuentan. Guffanti dice que hay colecciones que “se están destruyendo” y Bazzano que hay riesgo de que “sea irreversible”.

Esto lo admiten fuentes vinculadas a la dirección de la biblioteca, quienes dicen que una de las dificultades es que no hay un solo archivólogo en el organismo. Las autoridades creen que el problema es multicausal; inciden las condiciones climáticas (ahí está lo del chiller roto, porque el sistema de refrigeración regula el ambiente) pero también es un tema de limpieza. Y se considera que no ha habido “una estrategia” de mantenimiento y por eso ahora están realizando un relevamiento de la colección de diarios, revistas y folletos, que es lo que se encuentra en peor estado, para decidir qué limpiar y cómo hacerlo. No es lo mismo diarios comidos por peces de plata que otros afectados por hongos, por ejemplo.

Hace mucho tiempo que no se fumiga la biblioteca pero, dicen desde la dirección, eso no se hace “al barrer” sino que primero hay que limpiar.

Para eso, algunos archivólogos irán a la biblioteca en pase en comisión desde otros organismos públicos (por ahora no hay presupuesto para nuevas contrataciones) y crearán equipos de trabajo.

Biblioteca Nacional
Sala de lectura de la Biblioteca Nacional de Montevideo.
Foto: Ignacio Sanchez.

El mantenimiento, en tanto, está a cargo de una cooperativa que en sus inicios, cuando el director era Carlos Liscano (2010-2015), tenía seis integrantes. Hoy queda uno solo para todo el edificio.

—¿Una sola persona para todo el mantenimiento? —pregunto.

—Sí, una sola. En serio. Las obras grandes las hace el Ministerio de Transporte. Yo te hablo del mantenimiento diario. Pero no da abasto. Siempre hay cosas a arreglar.

La información es confirmada por otros funcionarios y desde la dirección. En cuanto al mantenimiento, todo se arregla a ojo, no hay una estrategia de diagnóstico. “Alguien ve que una puerta no cierra y avisa, pero todo depende de que alguien se percate, de que un ojo lo vea”, dice una fuente de la Biblioteca.

Con sus 70 años arriba, el edificio tiene sus nanas. No hay cosas de una gravedad extrema pero sí problemas concretos. Dos ejemplos: el laboratorio de microfilms está cerrado porque se inundó y nunca se pudo reparar, mientras “está cediendo” el piso de uno de los depósitos donde están los diarios y revistas.

Los funcionarios también hablan de problemas críticos de espacio: en los depósitos no queda casi lugar. Se necesita un edificio alternativo para enviar todo lo que ya está digitalizado y microfilmado.

La espera en la Biblioteca

Una semana después de la visita inicial, el jueves 24 de julio vuelvo a la biblioteca. Esta vez no hay nadie en el mostrador y una persona espera. Pasan uno, dos, tres minutos. Le pregunto si sabe si hay algún funcionario en la vuelta. Dice que no sabe, que habrá ido al baño. Le respondo que sí, que es muy probable. Que, como son pocos empleados, a veces pasan estas cosas; es natural.

Sala Julio Castro en la Biblioteca Nacional
Sala Julio Castro en la Biblioteca Nacional.

Paciencia, seguimos esperando.

Pasan cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve minutos. Y allá aparece una señora. No dice nada ni pide disculpas por la demora. Me entrega el libro y me ordena que vaya a la sala Julio Castro, la que parece un bar ochentoso; no están admitiendo gente en la sala Artigas. El chiller sigue roto.

Abro la puerta y es como pasar del Polo Sur al Caribe en dos segundos: me recibe un aire caliente, que sale de dos aparatos. Cuatro personas leen diarios viejos, esparcidas por la sala de pisos de parquet, 12 mesas de madera, mucho tubo lux y ventanas hacia el callejón de la Universidad. Extraño las luces tenues y la magia de la sala Artigas. Pero acá tampoco está tan mal.

NEGOCIACIÓN

Gestiones ante el MEC para conseguir más presupuesto

La dirección del sindicato de la Biblioteca Nacional, que ha tenido una postura crítica sobre la forma en que se anunció el cierre, se reunió este jueves con la directora Rocío Schiappapietra. La jerarca, según dicen participantes de la reunión a El País, informó de las gestiones que viene realizando con el Ministerio de Educación y Cultura de cara al proyecto de Presupuesto, para resolver carencias del servicio.

“Estamos todos de acuerdo en que la biblioteca no puede funcionar sin presupuesto y con tan poco personal”, dice Gabriela Barreto, integrante de la directiva de la asociación de funcionarios. “Ya llegamos a un límite extremo, tocamos fondo. La biblioteca ha sido la cenicienta del presupuesto en todos estos años. Esperamos que en esta oportunidad sea diferente”.

Pero Barreto indica que se mantiene el misterio sobre qué va a pasar con la Biblioteca: “No tenemos la menor idea de cuáles son los planes, estamos en un momento de mucha incertidumbre. Tenemos muy poca información y reclamamos participar, aportando nuestra visión de cuál puede ser una nueva Biblioteca Nacional. Tenemos el conocimiento, tenemos muchas ideas y no nos vamos a poner en contra de los cambios”.

El sindicato dice que en el período pasado no se pudo reponer personal, aunque sí se avanzó en la digitalización del material, trabajando en conjunto con las intendencias. Y ven poco probable que a corto plazo la biblioteca pueda reabrir con todos los servicios, si no hay cambios radicales.

¿Encontraste un error?

Reportar

Te puede interesar