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No hubo final: crónica del primer Teatro de Verano de Los Zíngaros sin "Pinocho" Sosa

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El Ramón Collazo se pintó de fucsia y la hinchada de Zíngaros alentó más que nunca al conjunto. Foto: Enrique Rodríguez

CARNAVAL

La espera terminó y los gitanos actuaron en la primera rueda del Concurso Oficial de Carnaval sin su alma máter. Previa, actuación y post de una emotiva noche que quedará para la historia.

La madrugada del 31 de enero fue la primera vez en cuatro meses que Gastón Sosa no soñó con la actuación de susZíngaros en el Teatro de Verano. Ese combo fatal de nervios, ansiedad, emoción y expectativa tenía una razón súper válida. Lo desvelaba conseguir que el conjunto por el que se desvivió su padre, Ariel “Pinocho” Sosa, se mantuviera en lo más alto del parodismo y con la magia intacta en la primera rueda del Concurso Oficial de Carnaval sin su capitán.

Llegó a su casa después de festejar en el Club Colonia y se desmayó en la cama. Cayó fundido. Durmió lo que no durmió en meses por esas fervientes ganas de cumplir el deseo de su padre: “Mientras el conjunto esté en la calle voy a estar vivo”, le dijo antes de partir. Y así fue.

Gastón no le falló. Agarró este “fierro caliente” con un “temple bárbaro”, según Aldo Martínez, y el show pudo continuar sin su showman en escena. Fue difícil. La peleó. Se encontró con mil responsabilidades que atender en un lugar donde nunca imaginó estar pero con la felicidad del deber cumplido.

“Me saqué una mochila de 100 kilos después de la primera rueda. Era mi primera vez al frente de todo. Todo pasa por mí. Tengo la última palabra para todo. Eso antes lo hacía mi padre. Es difícil, es estresante, es cansador pero es parte de esto y al final se disfruta el doble”, confesó a Revista Domingo después de dormir de corrido hasta las cinco de la tarde.

Místico

Gastón sabía que el 30 de enero sería un día histórico para el Carnaval, para el conjunto que heredó, para el parodismo y para su vida. La primera vez de los Zíngaros en el Teatro de Verano sin Pinocho venía cargada de expectativa e incertidumbre. Estaba muy movilizado y necesitaba encontrarse con su padre.

Esa mañana lo pasó a buscar el “Chirola”, íntimo amigo de Pinocho y utilero de Zíngaros desde los 15 años, para dar las clásicas vueltas e hicieron una parada especial. Fueron al lugar donde descansa el gitano y compartieron un refresco, su bebida favorita, en su honor. Gastón dejó la botella apoyada en el piso, se distrajo un segundo y al darse vuelta vio cómo la efervescencia la hacía desbordar. “Nos miramos y dijimos ‘nos está diciendo vamo arriba’”, cuenta. Y se le eriza la piel.

Es quePinocho está presente en todo. Dejó el espectáculo armado antes de partir y solo restaba cumplir su voluntad. Está en cada palabra del libreto, en cada lentejuela del vestuario, en cada paso que da el conjunto, en cada tablado y en la gente. Sobre todo en la gente. Su vibra se siente. Los componentes lo extrañan y lo traen a cada rato sin nombrarlo. “Tamo acá, tamo acá”, gritan cuando alguno se dispersa en un ensayo; “venimo, venimo” si hay que convocar una reunión o “vamo a volanta” cuando se está llegando tarde a algún escenario.

Denis Elías asumió el rol de animar los tablados y siente que Pinocho está ahí con él, entre el público, cada vez que hace su trabajo. Días atrás, se le hizo un homenaje en Flor de Maroñas y apenas Denis terminó de decir que Pinocho estaba en una estrella, el tablado quedó completamente a oscuras. Casualidad o no. Los Zíngaros eligen creer que esas señales son muestras de aliento que envía desde donde esté.

Gastón Sosa junto a "Panchito" Araújo durante al previa en el Club Colonia. Foto: E. Rodríguez.
Gastón Sosa junto a "Panchito" Araújo durante al previa en el Club Colonia. Foto: E. Rodríguez.

Con el alma

El cielo estuvo de fiesta el domingo 30 de enero. El sol brilló desde temprano, las estrellas iluminaron el Ramón Collazo a la noche y no hubo un solo amague de lluvia. Se respiraba paz dentro del Club Colonia a pocas horas de que los gitanos se subieran al escenario mayor del Carnaval.

Los Zíngaros estaban tranquilos porque no había amenazas de tormenta y porque Pinocho no andaba dando vueltas de un lado al otro, con esa energía arrolladora, a los gritos pelados mientras sus componentes se maquillaban en esa cuenta regresiva que lo hacía delirar.

“Es el primer año que estamos en estado light. Obviamente que es la falta de Ariel, que te elevaba a las nubes seis horas antes de actuar”, comenta Denis con el mate en la mano, aún vestido de civil y con poco maquillaje en su rostro.

El capitán de la locura no está físicamente y su ausencia se nota pero hay más de 100 personas -maquilladoras, peluqueras, técnicos, utileros- que trabajan desde temprano para que el espectáculo salga tal cual su creador lo soñó e ideó junto a su compinche Aldo Martínez.

"Me saqué una mochila de 100 kilos después de la primera rueda. Era mi primera vez al frente de todo. Es difícil, es estresante, es cansador pero es parte de esto y al final se disfruta el doble".

Gastón Sosa
Gastón SosaHijo de Pinocho y director responsable de Los Zíngaros.

“No se descuida un detalle”, asegura Aldo, mientras chequea que se hayan cargado todas las sillas en el camión y que no falte nada. Camina de un lado al otro. Está atento a todo. No deja nada librado al azar. Al reto de interpretar a Tabaré Vázquez, le sumó la ardua tarea de la dirección artística de El gran showman. Y nadie mejor que él para hacerlo: tiene el mismo chip carnavalero que Pinocho, el mismo amor y sentido de la categoría.

“Confío en él. La manera de ver el parodismo está intacta. Es como si estuviera mi padre”, afirma Gastón sobre Aldo a pocas horas de la primera rueda.

Prueba de fuego

La fiel hinchada de Zíngaros, esa que le rogó a Gastón que no los abandonara, también prepara un despliegue triunfal ese 30 de enero.

Está en su esencia hacerse notar. Y ese domingo no iba a ser la excepción. Querían que fuera una fiesta como esas que tanto le gustaban a Pinocho.

“Nunca habrá final. Por siempre en nuestro corazón Pino”, dice una pancarta que ocupa la mitad de la platea alta del Teatro de Verano. La melancolía por su ausencia se percibe en cada rincón de este lugar que fue, es y será tan suyo. El aire está denso. Su templo lo extraña. Esas recorridas memorables por la platea y esas veces que bajó la luna para sus fanáticos no se olvidarán jamás.

Su hinchada agradecida vuelve a llenar el Teatro esa noche, como cada vez que actúan los Zíngaros. Algunos se envuelven en telas fucsias, otros flamean banderas y lucen con orgullo las remeras oficiales del conjunto o algún distintivo a tono. Cualquier detalle sirve para teñir de fucsia todo el Ramón Collazo.

La espera terminó. Se abre el telón y están los Zíngaros de siempre. Los Zíngaros de Pinocho. Brillos, colores, globos, lentejuelas, gorros, máscaras, plumas. Maquillaje perfecto. Voces formidables. Brutal escenografía. Papelitos. Kilos de papelitos. Y la ovación de esa hinchada que Gastón dice que es la familia que su padre le dio.

Y está Ariel a través de este espectáculo que creó para la gente, su razón de ser y existir. Está en la canción En ese abrazo, que le compuso y cantó su amigo Aldo y desarmó a los presentes. Está en su grito de guerra “Los Zíngaro noma” que permitió volver a oír su inconfundible voz. Está cada vez que Denis pide al público que complete el clásico “Zi, zi, zi” para “que lo escuche Ariel desde el cielo”. Está en ese globo dorado que permaneció quieto toda la actuación y voló alto después de que Aldo terminó su tributo. Ese hombre que eligió el Carnaval por encima de su vida hoy puede descansar en paz: la magia y fuerza de sus Zíngaros seguirán intactas.

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