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Nicaragua, abuso sexual y poder

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Claudio Fantini
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Podrá la Justicia de Nicaragua resolver el caso que conmueve a la Argentina? Nada tiene más espacio en los medios argentinos que la denuncia de una violación presentada en tribunales nicaragüenses.

La actriz Thelma Fardín acusó públicamente al actor Juan Darthés de haberla violado hace nueve años, cuando ella era una menor de solo dieciséis años.

El hecho denunciado ocurrió en Nicaragua, en el marco de una gira del elenco del popular programa de televisión en el que ambos actuaban.

Serán, por lo tanto, jueces de ese país centroamericano los que investigarán el caso y la pregunta es cuán confiable puede ser la Justicia nicaragüense en un caso como este.

Sucede que es el país de uno de los casos más graves y perturbadores de violación, porque el denunciado es nada menos que el presidente.

Por cierto, la historia debe estar plagada de delitos sexuales cometidos por gobernantes. El poder es uno de los elementos intimidantes que más usan violadores y abusadores. Como la pedofilia en la iglesia, el pasado acumula océanos de casos que jamás se conocerán.

Entre los pocos casos conocidos está el de Moshe Katsav, un expresidente israelí condenado y encarcelado por violaciones cometidas cuando ejercía su mandato entre 2000 y 2007. Y más cerca en tiempo y espacio, están las denuncias de abusos sexuales contra el presidente guatemalteco Jimmy Morales.

Pero el caso nicaragüense tiene una particularidad: Daniel Ortega está acusado por su hijastra.

Zoilamérica Narváez asegura que abusó de ella desde que tenía once años y que a los quince la violó.

Esta socióloga exiliada en Costa Rica, detalló que fue precisamente en Costa Rica donde su madre, Rosario Murillo, empezó a convivir con quien más tarde gobernaría Nicaragua. Y los abusos comenzaron desde el primer momento de aquella convivencia.

El sometimiento continuó en la residencia presidencial de Managua, durante el régimen sandinista que presidió Ortega tras vencer a la dictadura de la familia Somoza. Veinte años más tarde, Zoliamérica se atrevió a denunciar a su poderoso agresor. Desde ese momento, el caso ingresó en la dimensión política.

Según la denunciante, fue nada menos que su denuncia lo que moldeó la sociedad política entre Daniel Ortega y su esposa. Ocurre que Rosario Murillo quedó en la encrucijada de tener que optar entre ponerse del lado de su hija, la víctima, o ponerse del lado de su marido, el victimario. Optó por su marido.

Desde entonces, Zoliamérica Narváez perdió un apoyo clave a su denuncia y fue víctima de difamación, persecución y hostigamiento que se orquestó desde el entorno de Ortega. Pero lo más revelador fue la notoria acumulación de poder de Rosario Murillo. Como si abandonar a su hija para encubrir a su marido le hubiera redituado en términos de poder.

Es posible sospechar que el actual liderazgo nicaragüense fue, efectivamente, moldeado por los abusos sexuales y la violación que se cometieron contra una menor. Al fin de cuentas, la opción que tomara Murillo entre su marido y su propia hija resultaba decisiva para la denuncia en curso. Y a la luz del notorio peso que ganó dentro del Frente Sandinista y luego en el gobierno del país, es posible imaginar que extorsionó a su marido exigiéndole una cuota de poder a cambio de silencio.

Hoy a Nicaragua la gobierna un matrimonio. A pesar de las resistencias en el sandinismo y las críticas externas, Murillo es la vicepresidenta de un presidente denunciado por una violación que la justicia nunca investigó. O al menos no lo hizo de manera convincente.

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