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Noticias de Jineteadas

Federico Turcio Montevideo
SEGUIR MARTÍN AGUIRRE Introduzca el texto aquí Por más que uno se esfuerce en buscar originalidad, cualquiera que siga este espacio verá que el tema a plantear es repetido. Es que si hay algo que debería encender las alarmas de todos los uruguayos, es la manera en que ciertos grupitos organizados nos condenan a las mayorías o a padecer los efectos de su extremismo, o a vivir hundidos en debates absurdos.
SEGUIR gerardo sotelo Introduzca el texto aquí La Intendencia de Montevideo se ha dejado permear por la prédica de los animalistas radicales, que proponen la ilegalización de un deporte nacional como las jineteadas. Según los activistas y los jerarcas departamentales, hay que “humanizar la tradición” y “reformular la celebración sin violencia ni maltrato de ningún tipo”. La novedad se dio después de que, en un hecho absolutamente infrecuente, murieran dos caballos durante la Semana Criolla del Prado, que organiza la propia intendencia. Lo que deberían dilucidar las autoridades públicas es si estamos ante una manifestación cultural que viola los derechos de los animales (y aún de los humanos a no soportar actos crueles) o ante un problema de sensibilidades enfrentadas, donde unos ven un espectáculo repudiable y otros una demostración de destreza y veneración por los equinos. Este asunto es fundamental porque si la Intendencia de Montevideo piensa limitar el derecho a disfrutar de un espectáculo legal por vía administrativa, estaríamos ante un acto arbitrario y anticonstitucional. El Intendente de Montevideo, Christian di Candia argumenta en favor de una nueva sensibilidad sobre estos temas. La afirmación del jerarca carece, que sepamos, de toda legitimidad demográfica, por cuanto los montevideanos jamás fueron consultados sobre el tema, a menos que tomemos a las jineteadas como un plebiscito multitudinario de aprobación, y al puñado de manifestantes animalistas como la excepción. La simple susceptibilidad frente a circunstancias de la vida social no es fuente de derecho. Si así no fuera, alcanzaría con que un grupo de personas alegara sentir dolor (ya sea propio o ajeno; físico o psíquico, humano o animal) como para que operara de inmediato una suerte de censura, liquidando así las libertades y derechos consagrados en la Constitución. Puesta en perspectiva, la raíz de esta discusión trasciende largamente los límites de la capital y de cultura ecuestre nacional para insertarse en fenómenos civilizatorios del mundo contemporáneo. Occidente está asistiendo a la llegada al mundo de las decisiones colectivas de una generación que parece liderada por majaderos autoritarios, personas incapaces de convivir con la frustración de que sus puntos de vista no sean tomados en cuenta por el resto de la comunidad, presumiendo una superioridad moral no demostrada. Esta falta de resiliencia, esta majadera intemperancia ante la diversidad presenta la paradoja de tener como voceros a las mismas personas que impulsan, con justa convicción, el valor de la tolerancia y la diversidad en otras áreas de la vida comunitaria. El problema, en una sociedad compleja y diversa como la nuestra, se agrava ante la falta de coraje de otras autoridades e interesados que no se animan a enfrentar estos berrinches con perspectivas científicas, filosóficas y aún morales alternativas. Por cierto, hay que proteger a los animales de cualquier tipo de trato cruel inevitable, por ellos y también como por los humanos. Pero más que eso, debemos proteger la convivencia en una sociedad abierta de quienes alientan la vieja aspiración conservadora de convertir la sensibilidad de los que mandan en la doctrina oficial del Estado.
EDITORIAL La postura del nuevo intendente de Montevideo ante el tema de las domas de caballos es una muestra casi completa de todo lo peor que puede mostrar la política en estos tiempos. Una aclaración necesaria. No se trata esto de un panfleto en defensa de las jineteadas, ni de un tradicionalismo anacrónico, ni mucho menos una justificación de la crueldad hacia los animales. Se trata, sí, de una crítica a una visión política liviana, demagógica, oportunista y cargada de ignorancia. Cosas cada vez más habituales en el sistema político nacional, sobre todo entre cierta dirigencia que la va de rupturista y que con la excusa de la juventud, justifica una soberbia que solo alimenta el descrédito popular. El pasado fin de semana, un caballo murió en las “domas” del Prado durante los festejos tradicionales de Semana Santa, hecho que siguió a otro accidente similar ocurrido pocos días antes. La inusual secuencia de hechos tristes generó una tormenta en los medios y las redes. Grupos de activistas que dicen buscar el bienestar animal, se lanzaron con el radicalismo que los caracteriza a exigir que se prohibiera este tipo de eventos. Cosa que hacen habitualmente, mueran animales o no. Más allá del ruido mediático, en días donde no suele haber muchas noticias, quien saltó a lomos de la polémica fue el novel intendente de Montevideo, el señor Christian Di Candia, que acudió a las mismas redes para hacer un anuncio tan rimbombante como vacío: las “domas” terminarían tal cual lo planeado, pero como gesto luctuoso no habría actos protocolares, y prometió anunciar durante la semana una serie de medidas para “humanizar” este tipo de eventos. Empecemos por definir al personaje. Di Candia es un paracaidista político, que sin tener un solo voto propio, debido al caos sucesorio que dejó la salida de Daniel Martínez para competir por la Presidencia, logró llegar al segundo puesto electivo más importante del país. Su formación es escasa, su especialidad en el tema es nula, y su vínculo con los animales es ignoto. Notoriamente, se trató de alguien que intentó aprovechar un hecho lamentable para salir a marcar agenda, y pararse como un gran revolucionario social. El “tema animal” se presta como pocos para este tipo de operación publicitaria. Se trata de un tema “blanco”, o sea que genera sensación positiva de la gente que no tiene mucha información, todos queremos a los animales, y posar como su defensor, solo puede sumar puntos en imagen pública. Por último, se trató de una definición tan estruendosa como hueca, ya que no implicó ninguna toma de medidas concretas que generen un costo político real. O sea, demagogia de manual, vamos. Ahora vamos al costado escabroso del asunto. Las jineteadas son un espectáculo que busca recrear el conflicto atávico entre hombre y animal, conflicto que está vivo cada día para quienes conviven con los animales en el campo, pero queda cada vez más lejos de la sensibilidad de las masas urbanas y los activistas de teclado. En la vida rural, los domadores difícilmente tengan episodios reales de caballos que corcoveen como se ve en estos espectáculos, sino que su amansamiento es un proceso más pausado y lento. La gente verdaderamente de campo las ve como un episodio más bien de prueba de testoterona, cuya profesionalización permite que gente que vive la relación con el caballo de una manera muy íntima, pueda probarse y competir en destrezas. El caballo promedio es un animal de 500 kilos, con una fuerza arrolladora, y cuero muy grueso, por lo cual los “tormentos” a los que son sometidos, le harían menos mella de lo que parece. Estos animales son preparados para estos eventos de manera extrema, como se hace con los caballos de carrera o de polo, aunque no quita que puedan ocurrir desgracias con el caballo o con los jinetes. Quien haya asistido a las domas del Prado o de Roosvelt, verá que es un evento que congrega a miles y miles de personas, en su mayoría de estratos muy humildes, que en Semana Santa tienen la posibilidad única acercarse al mundo rural, que está cada vez más lejos de sus vida cotidiana, pero que es importante para mantener un vínculo con las formas de vida que están en la raíz de nuestra sociedad. Nada de esto da la impresión de figurar en la lista de prioridades del nuevo intendente. O al menos, no por encima de su necesidad de exhibirse. Si la sensibilidad de la sociedad está cambiando y es necesario adaptar estas fiestas tradicionales, las autoridades electas deben ofrecer estímulos inteligentes a los cambios, acompañando los mismos en lugar de ponerse en estrella de un radicalismo minoritario, fomentado divisiones absurdas en la sociedad, con tal de tener 5 minutos de TV. Eso no es hacer política, con mayúscula, sino lo contrario.

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