Análisis: el riesgo geopolítico y las trampas de crecimiento que afectan a varios países de América Latina

El riesgo geopolítico que está latente en el mundo actual profundiza las trampas de crecimiento económico en las que tantos países se encuentran hundidos.

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Manifestantes fuera del Congreso
Manifestantes fuera del Congreso.
Foto: AFP.

Sumedh Deorukhkar y Alejandro Neut, BBVA Research
En agosto, los mercados bursátiles han estado en constante vaivén, guiados por métricas sobre actividad económica, desempleo y precios que han servido de brújula en medio del incierto proceso cíclico de desinflación. Sin embargo, hay otro proceso aún más incierto que los mercados vislumbran, pero para el cual no cuentan con métricas claras que les sirvan de orientación: una crispación geopolítica que amenaza el orden internacional actual.

Este riesgo es especialmente preocupante porque profundiza las trampas de crecimiento económico en las que tantos países se encuentran hundidos. Trampas que afectan a naciones en todas las etapas de desarrollo, desde las bien conocidas trampas de pobreza que afectan a la mayoría de los países, hasta las trampas del ingreso medio que hoy amenazan a China e India, y la trampa de la “japonización” que hasta hace no mucho era la mayor preocupación de las economías avanzadas.

Tokio Japón

Durante las últimas décadas, sólo algunos países han logrado escapar de dichas trampas, impulsados siempre por al menos uno de tres catalizadores: el descubrimiento y gestión eficaz de nuevos recursos naturales, como en Noruega; la difusión tecnológica, como en Taiwán y Corea del Sur; y la mejora institucional, como en Chile y Polonia. Y no es coincidencia que todos estos catalizadores hayan surgido bajo estrategias de apertura comercial.

¿Por qué no es coincidencia? Aunque el primer catalizador depende en gran medida de la suerte, su monetización es posible gracias al acceso a la demanda global. La difusión tecnológica, por otro lado, ha avanzado únicamente en aquellos países que se han expuesto de manera inteligente a la competencia internacional, obligándose a innovar para sobrevivir. En cuanto a la fortaleza institucional, un entorno regulatorio claro y la aplicación estricta de normas internacionales han sido fundamentales para contrarrestar los intereses monopólicos, tanto públicos como privados, y la corrupción, ambos obstáculos gigantescos para una innovación eficaz.

Por contrapartida, la crispación geopolítica que hoy vivimos podría acabar dinamitando dichas estrategias que desde 1990, según un informe del Banco Mundial, han permitido que 34 economías de ingresos bajos o medios hayan alcanzado el estatus de países de altos ingresos.

Esto no es un detalle menor ya que son muchos los países que están batallando estas trampas. Naciones como Haití, Malawi y Afganistán enfrentan enormes desafíos para salir de la trampa de la pobreza, caracterizada por la falta de inversión en educación y salud, infraestructuras deficientes y un entorno político inestable.

La trampa de ingreso medio es un fenómeno que acecha a muchas economías emergentes que logran un crecimiento rápido inicialmente, pero luego se estancan con bajos niveles de ingresos medios y altos niveles de desigualdad. Esta trampa ha sido históricamente preocupante en América Latina y, más recientemente, para China. A medida que los salarios aumentan y la ventaja comparativa en mano de obra barata se desvanece, es necesario avanzar hacia una economía basada en el conocimiento. Sin embargo, sin la presión de los mercados internacionales, es difícil implementar mejoras institucionales que desafíen a las empresas establecidas, como la mejora de los derechos de propiedad intelectual y la reducción de la dependencia estatal o del abuso de poder de mercado.

Las regulaciones al sector productivo en América Latina son más restrictivas que en la OCDE.

Por último, la trampa de la “japonización”, caracterizada por un crecimiento lento, la protección de empresas zombies, dinámicas deflacionistas y una población envejecida, debe estar siempre en el radar de las políticas estructurales de los países desarrollados, incluidos Europa y América del Norte.

Así que, en un mundo donde el contexto geopolítico se torna cada vez más complejo y la desconfianza internacional sigue en aumento, el progreso futuro de todos está en juego. Lo que no está del todo claro es cómo esto afectará a distintos países.

Como señalamos al principio, carecemos de las métricas necesarias para orientarnos, por lo que establecerlas debería ser nuestro primer paso para enfrentar esta cuestión. Comenzando por comprender la institucionalidad, la próxima encuesta Business Ready del Banco Mundial -la nueva versión del ya conocido Doing Business- promete ser un paso en la dirección correcta, al monitorizar el entorno empresarial, las normativas y la protección de los derechos de propiedad en diversas naciones. Mejorar este tipo de iniciativas no despejará por completo la incertidumbre, pero al menos permitirá navegarla con mayor claridad.

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