Elisabetta Piqué / La Nación (GDA)
Hace frío en la capilla de Santa Marta, el aire acondicionado está prendido como sucede en cualquier capilla ardiente. El silencio es sepulcral, roto solamente por el sollozo repentino de algunas personas que al enfrentarse al féretro no pueden contenerse.
A diferencia de los demás, no pueden quedarse rezando ante los restos mortales del papa Francisco, ni arrodillarse o persignarse y quedarse unos minutos allí, rezando en silencio. Esas personas quedan descolocadas al ver a ese cuerpo inerte, sin vida, de un Papa que si algo tuvo fue vitalidad, entrega total hacia los demás, hasta su último respiro, según vio La Nación, que pudo acceder a la despedida limitada a unos pocos, y que a partir de hoy será masiva.
Jorge Bergoglio yace en un ataúd de madera simple, como él quiso. Está revestido con un paño color bordó. Para que sea visible, está colocado sobre dos tarimas muy sencillas, totalmente distintas de los antiguos catafalcos papales dignos de monarcas que hizo saber que ya no iba a querer. Tampoco quiso el triple ataúd de madera, zinc y roble: no quiso privilegios.
Así como vivió de Papa en la forma más austera y común posible, quiso una muerte simple, austera. La tarima de abajo es sencilla, de madera, y la de arriba, más pequeña, está revestida con un género del mismo bordó. Ambas están apoyadas sobre una alfombra rectangular que se destaca de los mármoles grises y amarillos del piso de la moderna capilla de Santa Marta.
El bordó parece a tono con la casulla roja con la que vistieron al Papa, que tiene su mitra blanca papal puesta y sus manos entrelazadas a un rosario con cuentas de madera negra. El rostro es muy distinto al que el mundo conoció la noche del 13 de marzo de 2013, cuando Francisco se presentó con un informal “buonasera”: está cerúleo, deshinchado, con los ojos cerrados y una expresión serena. Tiene un hematoma cerca de su ojo izquierdo, producto del derrame cerebral que provocó su muerte.
Lleva el anillo de plata de arzobispo -que siempre prefirió al anillo del pescador, que debería haber sido destruido- y, en ese escándalo de la normalidad que significó su papado, sus zapatos ortopédicos de cuero negro y cordones que tanto sorprendieron al principio porque tenían las suelas gastadas.
Dos guardias suizos escoltan al féretro, que está detrás del altar donde el Papa solía celebrar sus misas, casar a parejas conocidas, bautizar niños, entre ellos, uno de los hijos de Sergio Sánchez, su cartonero amigo.
Los guardias suizos, con sus coloridos trajes a rayas que la leyenda dice que diseñó Miguel Ángel, están firmes, serios, con sus alabardas en mano. ¿Alguno de ellos dos habrá sido de los que iban a contarle al Papa cómo había salido el partido de San Lorenzo o de la selección argentina durante los mundiales?
Uno de ellos muy joven, de anteojos, aunque trata de no inmutarse, parece un poco perturbado cuando una persona rompe en llanto. No es la única. En el desfile que comenzó el lunes por la noche de empleados del Vaticano y personas cercanas a esta capilla ardiente solemne pero sencilla a la vez, hay muchos que se quiebran ante el féretro, como ha sido el caso Laura Mattarella, la hija del presidente italiano, Sergio Mattarella, de 83 años, que siempre fue muy cercano al Papa Francisco.
A la izquierda del féretro hay un cirio prendido sobre un antiguo candelabro. Los gendarmes controlan el flujo de personas: con gestos, indican quiénes tienen que avanzar en fila para acercarse al féretro y despedirse y quiénes deben detenerse y esperar, en silencio. En la entrada advierten que está absolutamente prohibido sacar fotos o videos. Pero a nadie le interesa eso, lo que importa es decirle adiós a un grande.
Algunos van dejando ramos de flores: se ven dos grandes girasoles amarillos, aunque la mayoría son rosas blancas, las que amaba el papa Francisco, devoto de santa Teresita de Lisieux. “Cuando tengo un problema le pido a la santa no que lo resuelva por mí, sino que lo tome en sus manos y me ayude a aceptarlo. Y como señal, siempre recibo una rosa blanca”, solía explicar.
Un gendarme cada tanto recolecta los ramos y los pone en unos floreros apoyados sobre una pared cercana a la sacristía. El féretro vuelve a quedar despojado.
Entre las personas que ingresan hay algunos de traje y corbata, muy elegantes, pero también muchos de jeans y zapatillas, vestidos con ropa de trabajo o de uniforme. Hay ujieres, jardineros, obreros, sacerdotes, monjas de diversas congregaciones, un obispo ortodoxo, una persona con muletas, familias que llegan con niños en brazos.
Hay quien se queda mucho tiempo sentado en las sillas de terciopelo beige, rezando, acompañando. Tal como anunció el Vaticano, el féretro será trasladado este miércoles a la Basílica de San Pedro, donde será expuesto al pueblo de Dios hasta el viernes a las 19. Al día siguiente se celebrará el funeral solemne de Francisco en la Plaza de San Pedro. De allí, tal como quiso será llevado a la Basílica de Santa María la Mayor, donde será sepultado.
En las filas de atrás está, casi mimetizado entre otras personas porque lo suyo siempre fue el perfil bajo, el joven sacerdote argentino Juan Cruz Villalón, uno de los secretarios privados de Francisco, a quien acompañó hasta el final cuan ángel de la guarda, junto a sus enfermeros y otros asistentes.
Inolvidable quedará para muchos la imagen de Juan Cruz acomodándole con un cariño infinito las cánulas nasales a Francisco en su primera aparición pública en la Plaza de San Pedro después de la internación, al final de la misa del Jubileo de los Enfermos; o hablándole a los oídos en su última vuelta en papamóvil, su despedida, el domingo pasado.
Unas filas más adelante está Emilce Cuda, la teóloga argentina que mejor supo leer a Francisco, que en febrero de 2022 se convirtió en la primera mujer que llegó al cargo dirigencial de secretaria de la Pontificia Comisión para América Latina. Vestida de riguroso negro, tiene los ojos hinchados de lágrimas. Como la mayoría, está consternada, se siente huérfana. Y está helada porque en la capilla ardiente de Santa Marta hace mucho frío.
Meloni pide “sobriedad” en Día de la Liberación
El Gobierno italiano de Giorgia Meloni decretó ayer martes cinco días de luto nacional por la muerte del papa y dispuso “sobriedad” en actos públicos como la Fiesta de la Liberación del nazifascismo. El Consejo de Ministros aprobó un decreto ley con “disposiciones urgentes para organizar y gestionar las exequias” del pontífice, y en el que decreta el luto nacional hasta el sábado, día del funeral.
Entre otras cosas, la orden “invita durante los días de luto” a “desarrollar todas las manifestaciones públicas de forma sobria y consonante con las circunstancias”. La medida llega en una semana en la que Italia celebrará el 25 de abril, Día de la Liberación del nazifascismo, los 80 años de la muerte del dictador Benito Mussolini y del final de la Segunda Guerra.
Homenaje del club de fútbol San Lorenzo
El club de fútbol San Lorenzo de Almagro, del cual era socio y ferviente hincha el papa Francisco, invitó ayer martes a despedir al pontífice en la capilla de una de sus sedes en Buenos Aires. La capilla estará abierta hasta el viernes “con velas encendidas y la imagen de Francisco para todos aquellos que quieran despedirlo en ese lugar que él tanto quería”, expresó el club en un comunicado.
El lugar de culto, que lleva el nombre del sacerdote fundador del club, Lorenzo Massa, se encuentra en la sede en el barrio de Boedo. Hoy miércoles también convocó a una misa en recuerdo de Francisco, y la hinchada hará un homenaje especial el sábado.
Italia, el país con más cardenales en deliberaciones del cónclave
Italia volverá a ser el país más representado en las deliberaciones, con 17 participantes, aunque este número es inferior a los 28 de 2013. Estados Unidos (10) y Brasil (7) completan el podio de países con más cardenales en el cónclave. Francia y España cuentan con cinco cada uno. Argentina tendrá cuatro, al igual que Canadá, India, Polonia y Portugal. Costa de Marfil, con dos cardenales, será el único africano con más de un cardenal. Uruguay tendrá uno.
La “bancada” de cardenales europeos es la mayoritaria
Entre los cardenales electores, los de Europa serán los más numerosos en la Capilla Sixtina, con 53 representantes, es decir, el 39%. En 2013, durante el cónclave que condujo a la elección del papa Francisco, 60 de los 115 cardenales eran europeos, es decir el 52%. Tras los cardenales europeos le siguen este año los de Asia (23), América del Sur y Central (21), África (18), América del Norte (16) y Oceanía (4), según la Santa Sede.
135 cardenales, con una media de 70 años de edad
Un total de 135 cardinales, con una media de 70 años y nombrados en su mayoría por el papa Francisco, se reunirán en cónclave para elegir al próximo pontífice. La representación europea aún domina, pero menos que en la última elección. Como el límite de edad para ser convocado al cónclave de cardenales es de 80 años, 117 cardenales no participarán en la elección del próximo jefe de la Iglesia católica, prevista para principios de mayo.
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