Hijos que rescatan la voz de sus padres: el legado musical de El Príncipe, Renzo Teflón y Lulo Higgs

Entre cintas, vinilos y archivos, Eli-u Pena, Ino Guridi y Paul Higgs trabajan para preservar y compartir el legado musical de sus padres y prolongar su eco en nuevas generaciones.

El príncipe, Renzo Teflón y Lulo Higgs
Afiche de la película "Espíritu Inquieto"; Disco "Jeje" de Renzo Teflón y Revista con memorias de Lulo Higgs.
Foto: Leo Mainé

Hay hijos que, más que rasgos o un apellido, heredan un legado hecho de canciones. En Uruguay, algunos de ellos asumieron la tarea de rescatar, digitalizar y difundir la música de sus padres, construyendo un puente entre generaciones.

Eli-u Pena, archivista, música, intérprete, hija y gestora de la obra de Gustavo Pena, El Príncipe, comenzó a organizar y digitalizar grabaciones apenas falleció su padre, convirtiéndose en guardiana de su obra. Desde entonces, editó más de una decena de discos y produjo un documental.

Ino Guridi, artista, productora e hija de Renzo Teflón, emprendió la búsqueda de las cintas originales del disco solista de su padre, reconstruyendo no solo su obra sino también su historia.

Y Paul Higgs, músico e hijo de Lulo Higgs, descubrió en viejas cintas y grabaciones caseras, canciones potentes que nunca se habían publicado, y les dio nuevo ropaje, creando una extensión contemporánea de aquella música.

Cada uno de ellos enfrenta desafíos distintos pero todos comparten la misma certeza: que la obra de sus padres merece escucharse, entenderse y circular. Entre vinilos, cartas y cintas polvorientas, estas historias hablan de memoria, afectos y persistencia, y muestran cómo las canciones pueden renacer en manos de quienes las heredan desde el amor al arte, haciendo que la obra de artistas uruguayos fundamentales vuelva a sonar.

Un canasto lleno de flores

Para Eli-u Pena, crecer rodeada de guitarras, grabadores y melodías fue algo natural. Además de su padre, también su abuela y su madre cantaban y un tío tocaba percusión. En esa casa donde la música era parte del aire, Gustavo Pena, el Príncipe, escribía, tocaba y le inculcaba un respeto profundo por los espacios de creación. “Mi padre trabajaba mucho en casa, componía, escribía, y esos espacios eran cuidados por mí de una forma muy natural”, cuenta en charla con Domingo.

Cuando el músico falleció en 2004, Eli-u tenía poco más de 20 años y, aún con todo lo que implica el duelo, no lo dudó, fue directo a los cassettes y grabaciones que conservaban la voz de su padre. Dio inicio a un trabajo silencioso y amoroso que duraría décadas: rescatar su obra, su universo, su fuego.

“Desde el minuto cero me fui para ahí a conectarme con él. En el velorio pusimos su música, y enseguida entendí que ahí él estaba”, comparte.

Gustavo Pena, El Príncipe, y su hija Eli-u Pena.
Gustavo Pena, El Príncipe, y su hija Eli-u Pena.
Foto: Sergio Jacomino

De esa tarea minuciosa, nacieron 12 discos editados, una película documental, un archivo digital que incluye letras y cifrados de canciones, y un sitio web (imaginandobuenas.com.uy) que reúne todo eso y donde cualquier persona puede descargar la obra. “Desde el principio supe que la música tenía que llegar a quien tuviera que llegar, sin restricciones. Por eso la puse en libre descarga. No me interesa lo mercantil; me interesa que circule”, explica.

El primer paso fue editar La fuente de la juventud, disco grabado por Pena en 1992 y que no se había llegado a publicar. Eli-u gestionó todo, con una mezcla de intuición y método. “Fui muy obsesiva y clara con el porqué y para qué lo hacía, por la certeza de la importancia de su obra”.

En un mundo que mide el arte en clics, likes y monetización, ella optó por lo contrario: una circulación sin fronteras, una ética de la generosidad. “La música funciona mejor así. El encuentro es más profundo”, sostiene.

Todo eso conllevó un proceso intenso que, afirma, nunca vivió desde el dolor, aún cuando tuvo que defender su accionar. “Lo hice sin apoyo, con mucha determinación y con amor y lo digo con humildad. Defendí mucho la obra y la figura de mi padre, que en su momento fue muy maltratado”, rescata.

En paralelo, vio cómo la música del Príncipe, esa que en vida fue de culto, empezaba a encontrar nuevos caminos. “Mandolín”, por ejemplo, tendrá una versión en portugués; “Pensamiento de caracol” tiene una en holandés e incluso una en irlandés. “Eso me conmueve profundamente. Que su obra traspase lenguas, generaciones, fronteras. Que haya gente al otro lado del mundo que se emocione con sus canciones. Te lo digo y me erizo toda, porque me parece que eso es una magia total”, afirma Eli-u.

¿Qué te genera o qué pensás del reconocimiento póstumo que tuvo tu padre?

Hay un montón de artistas de distintas áreas que tienen un reconocimiento póstumo, en Uruguay y en el mundo. La gente a veces dice, ah, eran unos adelantados’. Y a mí me hace gracia pensar que en realidad no era que ellos fueran adelantados, sino que por ahí nosotros estábamos un poco atrasados, no estábamos preparados para aquello. Es una pena, pero se repite en la historia de la humanidad. Sobre mi padre, no tengo reclamos ni reproches, solo lo observo con un poco de tristeza porque en general los que más sufren son los artistas. Por más que ellos tengan la certeza de lo que hacen, si el mundo no les está dando el espacio, eso conlleva un sufrimiento, y una lucha innecesaria, o el no acceso a instrumentos, o al alimento, o a las condiciones para grabar. Ese canal termina padeciendo y esa es la parte que lamento más. Pero después también entiendo que todo tiene un tiempo, como dice la canción, y hay que respetar el tiempo de la humanidad para digerir o estar abiertos a determinadas informaciones.

En 2019, estrenó Espíritu Inquieto, película documental realizada junto a Matías Guerreros, que reúne archivos, entrevistas y material inédito. Más que una biografía, es un diálogo entre el artista y el tiempo. La producción —disponible en YouTube y en Vimeo— fue celebrada por su sensibilidad y su estructura, que deja que el propio músico narre su historia, con su voz, su humor, su mirada. “En las funciones la gente se reía, se emocionaba. Era como si él estuviera ahí. Y ese era el propósito”, subraya Eli-u.

Después de la producción, se permitió un descanso. Fueron siete años de trabajo intenso. Pero la tarea sigue. “Estoy preparando un nuevo disco, se llama Un segundo, de la dupla El Príncipe y Nicolás Davis. Ya está listo y la idea es lanzarlo hasta fin de año”, adelanta.

Su manera de trabajar tiene algo de ritual. No apura los procesos. No sigue los tiempos del mercado. “La obra de mi padre tiene otro ritmo, más orgánico, más lento. Como si necesitara ser descubierta con paciencia. No se trata de saturar. Se trata de que te llegue cuando tiene que llegar”, dice con serenidad, sin la impostura de quien cuida un legado por obligación. Lo hace desde el cuidado y del amor y eso, afirma, lo cubre todo. “A veces me preguntan cómo es cargar con esa mochila. Y yo digo: no es una mochila llena de piedras, es más bien un canasto lleno de flores. Me encantan las músicas de mi padre. Nunca fue una carga, fue y es algo hermoso”.

Cuando se le pregunta cuál cree que es el verdadero legado del Príncipe, responde sin dudar: “Mucha luz, mucha conciencia. Una poesía que te alienta a ejercer la libertad. A mí me gusta pensar que, gracias a mi padre, me subí a un escenario con el propósito más amoroso y menos egoico del mundo. Eso me cuidó y me preservó”.

Gustavo Pena y Eli-u Pena
Gustavo Pena y su hija Eli-u Pena.
Foto: Archivo familiar Eli-u Pena

A veces me preguntan cómo es cargar con esa mochila. Y yo digo: no es una mochila llena de piedras, es más bien un canasto lleno de flores. Me encantan las músicas de mi padre. Nunca fue una carga, fue y es algo hermoso.

Las canciones del Príncipe siguen viajando en diversas lenguas, en cada nueva versión o en el eco de alguna guitarra en una casa del otro lado del mundo. Y detrás de cada nota, está también Eli-u, editando, subiendo, sosteniendo ese puente invisible. No es una tarea pequeña, pero sí necesaria para que las flores de este canasto sigan floreciendo canción tras canción.

Recuperar la obra más íntima de Renzo Teflón

En la casa de Ino Guridi, cantante, compositora y productora, hay un CD grabado en 2001. En la tapa, una inscripción breve: Renzo Teflón - JeJe. Lo hizo su padre, ex vocalista y bajista de Los Tontos —una de las principales bandas uruguayas del rock postdictadura— cuando ella tenía ocho años. La práctica de copiarle CDs de bandas que a ella le gustaban era común, pero ese era distinto. “‘Este lo hice yo solo’, me dijo. Me lo llevé, lo escuché, y creo que no me gustó tanto en el momento”, recuerda entre risas.

La grabación era de un disco de 1988, que entonces pasó inadvertido, pero años más tarde se convirtió en una pieza rara de la música uruguaya, un vinilo difícil de conseguir, deseado por coleccionistas y músicos. Hoy, casi cuatro décadas después, Ino decidió recuperarlo. “Supe de su existencia toda mi vida, pero no fue hasta este año que dije: ‘Necesito resolver esto’”, cuenta.

El camino comenzó con un mensaje a Bizarro, sello que tiene los derechos del disco. “Les escribí y les dije: ‘Estoy buscando las cintas de un disco de mi padre, quiero saber si existen’”. No sabía si habría suerte. Durante años, el archivo de Orfeo —sello discográfico que contó con el catálogo más extenso de obras de artistas uruguayos y que luego pasó a manos de Bizarro— había sufrido pérdidas por problemas de almacenamiento.

“Había un miedo grande de que las cintas se hubieran tirado. Muchos másters quedaron en formatos digitales antiguos. Yo simplemente mandé un mail para preguntar, sabiendo que podía no existir. Lo cual me parecía bastante trágico”, confiesa.

Una semana después llegó la respuesta: JeJe estaba ahí guardado. “Cuando me escribieron para decirme que lo habían encontrado, les dije que lo único que quería era que ese material estuviera disponible en alta calidad, porque no existe en Spotify ni en ninguna plataforma. La única copia que había era una digitalización precaria que mi padre hizo en vida, con ruido de púa, sin mucho cuidado. Era su acto punk: subirlo a YouTube aunque no tuviera los derechos de su propio disco’”, contextualiza.

Bizarro aceptó la propuesta y desde entonces Ino emprendió un camino con sus altibajos y momentos de vértigo. “Estoy muy agradecida con ellos. Me mandaron el máster digitalizado dos días antes de mi show en la Balzo (donde presentó su segundo disco, Vigilia). Lo escuché por primera vez en parlantes, con calidad, y fue tipo: ‘wow, suena espectacular’”.

Ino Guridi sostiene el disco de su padre
Ino Guridi sostiene el disco de su padre Renzo Teflón.
Foto: Leo Mainé

Al volver a escuchar JeJe, observa a su padre desde la música, tratando de entender quién era en ese momento y qué estaba diciendo realmente. Hay algo de análisis y algo de emoción en esa escucha: una forma de tender puentes entre lo artístico y lo afectivo, entre el hombre que fue y el artista que dejó grabada su huella.

“Es un disco muy de los 80, con un aire oscuro, viajero, nocturno. Y eso me encanta, porque también es un gesto de riesgo, un disco experimental. No es pop, ni rock, ni balada, es otra cosa, algo muy propio. Es él en su viaje, con mucha honestidad. En las letras no se esconde detrás del humor como hacía a veces; ahí se muestra más sensible, más él mismo”.

Mi padre me enseñó a no transar con el gusto propio. Si creo que algo es bueno, lo sostengo.

En medio del proceso, comenzó a revisar archivos familiares, y encontró una carta que Renzo le había enviado a su madre desde Uruguay, en los años 80, cuando ella vivía en Suecia. “En la carta él le cuenta cosas cotidianas, y en un momento escribe: ‘Estoy fantaseando con la idea de hacer un disco solista, si bien todavía no sé cómo va a ser ni quiénes van a estar. Me divierto mucho pensándolo y, aunque no creas, eso es muy lindo’”.

Hoy sabe que aquel era el germen de JeJe. Esa carta, junto con fotos, contratos y testimonios de amigos, se transformó en el punto de partida de un libro que escribirá sobre la historia del disco.

El otro Renzo

“Siempre me gusta aclarar que a Renzo Teflón nunca lo conocí. Yo conocí a Renzo Guridi”, dice Ino. “El de pelo largo, que usaba siempre las mismas tres camisas, que vivía con sus padres en Arroyo Seco y era mi papá. No conocí a la estrella de rock”.

La dimensión pública de Renzo Teflón —el cantante de Los Tontos, el conductor de La Cueva del Rock en Canal 4, el artista que llenaba escenarios en los 80— le llegó casi a los 20 años. “Mis primeras experimentaciones con qué tan famoso era mi padre fueron en bares, hablando con músicos de su edad o con gente que había vivido esa época. Tirar en una charla ‘mi padre fue Renzo Teflón’ y ver cómo reaccionaba el otro. Y por lo general era: ‘¿qué?, no puedo creer, me estás jodiendo’. Ahí entendí la magnitud de quién había sido”, cuenta.

En ese ejercicio de reconstrucción, Ino trazó una línea de tiempo con los distintos “Renzos” que existieron: el niño, el adolescente del canto popular, el roquero de Los Tontos, el solista experimental del JeJe, el de Fachos Agogó en los 2000, y el padre. “Creo que todas las personas vivimos muchas vidas dentro de una sola. Y este Renzo del JeJe, el que más me interesa investigar, me resulta muy parecido a mí: experimental, solista, con experiencia, con curiosidad”, anota.

materiales de archivo Gustavo Pena, Renzo Teflón, Lulo Higgs
Disco y materiales de archivo de los artistas uruguayos Gustavo Pena, Renzo Teflón y Lulo Higgs.
Foto: Leo Mainé

Hoy, en su computadora, guarda el nuevo máster digital de JeJe y un documento donde va escribiendo su libro. Un proceso que se extenderá durante el verano y que, inevitablemente, le remueve muchas cosas. “No es fácil contar una historia a la que no le puedo preguntar nada al protagonista. Pero siento que si no lo hago ahora, no sé cuándo lo voy a hacer”.

En marzo de 2026, el disco volverá a estar disponible, esta vez en plataformas digitales, con un sonido limpio que preserva la obra original. El libro vendrá después, como una continuación natural y de la mano de una faceta de investigadora de la música que ella ya explora hace un tiempo.

"No quiero que nos pase más"

La historia de JeJe también abre una conversación más profunda: las condiciones en que trabajaban —y todavía trabajan— muchos artistas en Uruguay. Como tantos otros artistas, su padre no tenía los derechos de su propio disco. En aquellos años, explica, las discográficas solían cubrir los costos de grabación a cambio de quedarse con los másters. “Era eso o no grabar un disco. Muchos artistas vendieron su alma al diablo, digamos, y después murieron sin un mango”.

Esa precariedad, dice, tiene raíces que aún pesan. Le molesta especialmente la romantización de la figura del artista pobre o atormentado. “Estoy harta de esa idea del loco que se muere sin plata. Hay algo de romantización de la oscuridad, como si significara mayor profundidad artística y en realidad no hay nada romántico ahí”, afirma. Y añade: “Ojalá el artista no esté loco, ojalá esté sano y pueda levantarse a trabajar en su próxima obra. No quiero que eso pase más a los músicos en Uruguay”.

Ino también sabe que su padre vivió entre momentos de lucidez y de oscuridad, atravesado por la esquizofrenia en tiempos en que casi no se hablaba de salud mental. Hoy, dice, ese silencio empieza a romperse. “Muchos de esos artistas geniales de los 80 sufrieron por una incomprensión y por las condiciones en qué laburaban. Y creo que esa historia también merece ser contada”, afirma, como quien enciende una luz sobre algo que el tiempo había dejado dormido. En esa claridad aparecen también las marcas sutiles que su padre dejó en ella: una forma de sentir, de elegir, de sostener lo propio.

“Él me enseñó a no transar con el gusto propio. Si creo que algo es bueno, lo sostengo, aunque sea la única persona que lo piense. Eso hago con este disco. Lo sostengo. Porque merece ser escuchado y voy a luchar para que ese patrimonio tenga un mejor lugar".

Del archivo familiar al estudio

En el caso de Paul Higgs, artista uruguayo hoy radicado en Buenos Aires, el legado paterno también llegó en forma de cinta, pero su gesto fue otro: dialogar con ese pasado desde su propio presente musical.

Ese hilo comenzó a vibrar en un viejo VHS: un concierto doble de la banda Días de Blues en el Teatro Stella, a fines de 1991. Los músicos —Jorge Graf, Heber Píriz, Luis Firpo, Gerardo Babuglia, Palito Elissalde y, claro, Lulo— parecían surgir de una dimensión mítica. Paul ni siquiera había nacido entonces, pero años más tarde, aquella grabación se convirtió en inspiración.

“Aprendí a tocar la guitarra con ese video. El ondón del sonido y las figuras de ellos afectan mi imaginación e interpretación hasta hoy”, recuerda. Ese concierto terminó editado en un disco que hoy se puede escuchar en plataformas, una cápsula sonora que selló el inicio de una herencia.

Crecer con Lulo en casa, cuenta Paul, fue como habitar un escenario permanente. La música no era un oficio ni un pasatiempo, sino la atmósfera del hogar. “Lulo es un personaje fantástico, muy querido por quienes lo conocen. Sereno, gracioso y con una curiosidad reflexiva en relación al cosmos”, dice.

Paul y Lulo Higgs
Padre e hijo en el cumpleaños 18 de Paul.
Foto: Archivo familiar Higgs

Las guitarras siempre estaban al alcance, las anécdotas de los 60 se mezclaban con los acordes de Los Shades —la primera banda de Lulo—, y la enseñanza fluía sin esfuerzo. “Mi vida fue música 24/7”, resume Paul, que creció en un ambiente donde la libertad creativa pesaba más que cualquier método o regla. Años después, la historia familiar se transformó en una misión artística.

El hallazgo de los cassettes

El impulso por registrar la vida viene de lejos. En la familia Higgs existe una costumbre de documentar el mundo con los medios de cada tiempo. “Mi bisabuelo hacía fotos a comienzos del siglo XX, mi abuelo filmaba en 8mm, Lulo grababa en Super-8 y yo seguí con lo que tengo a mano”, explica Paul. Esa constancia permitió que hoy exista un archivo sonoro y visual amplio.

En 2019, buscando entre cuadernos, cintas y cajas con archivos, Paul comenzó a descubrir grabaciones caseras de su padre, realizadas entre 1969 y 1991. Esos cassettes, algunos incluso olvidados por el propio Lulo, guardaban un repertorio de canciones que habían permanecido en silencio durante décadas y que Paul decidió grabar e incluir en su último disco El misterio de Paul Higgs.

Revisitar implicó darle una nueva vida sonora, manteniendo la esencia de los tracks, pero con la libertad de quien entiende que el espíritu de una canción sobrevive al tiempo. Por eso, su trabajo no busca una restauración literal, sino una conversación entre generaciones: la guitarra del hijo dialogando con el eco de la del padre.

“Muchas canciones, más allá de que Lulo sea mi viejo, me gustan un montón. Es decir, hago todo esto porque los tracks rinden, me parecen muy buenos, graciosos, reflexivos y creo que merecen la oportunidad de ser divulgados ya que tienen la perspectiva única de haber sido hechos como un simple ejercicio de la creatividad íntima de un músico que acabó (por falta de interés o posibilidades) por nunca divulgarlos por sus propios medios”, cuenta haciendo referencia a temas como “Destruyo Mi Guitarra”, “No Necesito”, “Divagar”, y “Cada Tanto”.

Las versiones originales, actualmente están disponibles en Bandcamp (lulohiggs.bandcamp.com) y es un ejercicio muy recomendable —un verdadero viaje en el tiempo— escucharlas para luego saltar a Spotify y apreciar sus nuevas versiones en la voz de Paul, quien ya tiene fecha para nuevos lanzamientos: el próximo viernes, 31 de octubre, saldrá el disco Borradores Del Misterio, que incluye otras demos grabadas por su padre.

Mientras tanto, Lulo sigue siendo una presencia cotidiana, vital y luminosa. Participa, comenta, celebra. Las canciones resurgen, se transforman, encuentran nuevos oídos. Y él, que las compuso hace medio siglo, puede ver cómo cobran vida otra vez, ahora a través de su hijo.

Paul y Lulo
Paul y su padre Lulo Higgs.
Foto: Coo Francis

Hago todo esto porque los tracks rinden, me parecen muy buenos, graciosos, reflexivos y creo que merecen la oportunidad de ser divulgados .

Al final, estas historias convergen en un mismo hilo: las canciones que trascienden el tiempo y que vuelven a sonar gracias a quienes heredaron una pasión por la música. Eli-u, Ino y Paul muestran que rescatar un legado es abrir ventanas hacia la memoria, permitir que los ecos del pasado conversen con el presente y que cada nota encuentre quien la escuche.

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