El bigote y el pelo dan un aire de Jaime Roos en la tapa de Siempre Son las Cuatro, y no sorprende cuando confirma a Domingo que ya le han remarcado el parecido algunas veces. Para esta charla, en una mañana fría de otoño y en un café céntrico de Montevideo, lleva puesta una campera de cuero negra, camisa blanca con bordados, una corbata roja con pequeñas pelotas de fútbol, lentes negros, una boina estilo militar y dos trenzas que caen cada una a un costado de la cara. Paul Higgs no pasa desapercibido. Su forma de hablar y expresarse también denota una personalidad que destaca. Y, dice, siempre ha sido así. Tuvo la libertad de hacer lo que quería y de, naturalmente, ser el protagonista de su propia película.
También de forma natural se dio la revelación de la música como motor de vida. De niño, asistir a las grabaciones de Días de Blues, la banda de su padre, Lulo Higgs, y ver cómo los integrantes de las distintas formaciones—“Palito” Elissalde, Luis Firpo, Jorge Graf, Gerardo Babuglia, Heber Píriz y el propio Lulo— manejaban su voz y sus instrumentos fue sembrando una posibilidad. En la adolescencia llegaron otros elementos fundamentales como la discografía de Claudio Taddei, la figura de Bob Marley y la música de Red Hot Chilli Pepers. Era el abono que faltaba para que decidiera su camino.
“Todos estos personajes fueron los primeros músicos a quienes asocié con un instrumento. Puedo recordar los modelos de sus guitarras y de sus bajos y de la pinta de la campera bomber que tenía Heber Píriz mientras saltaba y se abría de piernas en una participación de Días de Blues en De igual a igual”, dice el músico recordando el programa de Omar Gutiérrez.
La construcción de un estilo muy propio se debe también al otro ejemplo que tuvo desde chico. Su madre, Magdalena Espondaburu (o Pola Higgs), además de escribana tuvo boutiques de ropa y gran parte de los atuendos que Paul lleva puesto han sido diseñados por ella. “Mi vieja es lo máximo. Lo que se plantea, lo logra. De ella aprendí una forma de enfrentar las adversidades, no bajar la cabeza y seguir adelante”, anota.
Nunca tuvo, cuenta, demasiado interés por los estudios académicos. Sí una devoción por la imaginación y la creatividad y volcó toda su energía ahí. Durante la adolescencia tocó con una banda que se llamó La Medio Siglo y luego con Algodón, el grupo con el cual grabó siete discos y ahora cocina el octavo.
“Las primeras cosas que hice musicalmente fue con La Medio Siglo. Era como un arenero para un infante. Estaba todo dispuesto, por un lado, con la experiencia de mi viejo, y por otro, con la aceptación por parte de mi familia de que yo hiciera lo que se me antojase en cierto modo”, recuerda quien luego apostaría a un proyecto solista.
Vivir un "Río de la Plata dream"
Paul es un músico prolífico: a sus 31 años tiene 18 discos en su cuenta, siete con las bandas que integró, 11 con su proyecto personal. La necesidad de publicar tanta música, dice, viene de una tendencia a los excesos que lo acompañó siempre y que trabaja incluso en terapia. Sin embargo, habla también de una generación que tiene los recursos para poder grabar, como él lo hizo muchas veces, desde su propio cuarto.
En 2019, decidió mudarse a Buenos Aires para vivir su “Río de la Plata dream”. Allí se encontró con nuevas y agitadas aguas llenas de “tiburones y estrellas de mar”. Había, ahora, que aprender a nadar en ellas. “Una piscina olímpica es lo que hay allá. De una zambullida tuve que aprender a hacer toda la danza que hacen en el aire los clavadistas”, dice.
Allá se encontró también con “alimento para el alma” y “niveles inusitados de generosidad”. Gente con quien pudo compartir y puertas que se fueron abriendo. Una de ellas fue la de la casa de Fito Páez. “Si te hablaba de niveles inusitados de generosidad por todo el pueblo argentino, lo de Fito es lo que viene después”, introduce sobre el primer encuentro con el ícono de la música rioplatense en 2023.
La historia es más o menos así: un día le cae un mensaje de Juan Manuel Colonna, músico argentino, que le dice estar junto a Fito escuchando “en loop” la canción “Ni ahí” del álbum Tridimensional, que Paul sacó en 2022. Junto al comentario, llega la invitación para una reunión un sábado de noche en la casa de Paéz.
“Llego y ya escucho música detrás de la puerta. Entro y hay un sillón rojo de terciopelo donde está sentado Fito saludando a sus amistades. Él se acerca a la puerta diciendo ‘Te amo, somos fans’", cuenta. “Llega la una de la mañana, estamos ahí en un cuarto de música y Fito me dice: ‘Ponete el micrófono ahí, vos la batería allá’. Tal cual director de orquesta. Se sienta al piano y me dice: ‘A ver, ¿cómo es ese tema Ni ahí?’, vamos a tocarlo’. Manda a Juanse, de los Ratones Paranoicos, a tocar el bajo, y le dice a un tipo que estaba ahí sentado: ‘Nosotros vamos a tocar unas vueltas para ir sacándola. Cuando yo te diga, vas a ir a buscar a toda la gente que esté en esta casa y la vas a traer acá’. Y ahí me señala y me dice: ‘Paul, cuando venga todo el mundo, empezás a cantar’. Había unas 40 personas y tocamos la canción. Cuando termina el tema, la gente aplaude y Fito me dice (abre los brazos ensayando un abrazo): ‘Bienvenido, Paul Higgs’. Fue un moño a este regalo de la vida que ha sido poder vivir en Buenos Aires”, comparte.
En diciembre de ese mismo año, Paul abrió el concierto más grande que el argentino dio en Uruguay, cuando cantó para más de 60 mil personas en la Rambla de Montevideo.
Y hay más: “Después hemos tenido historias que solo te puedo dar el titular. Una de ellas fue en Los Ángeles. Yo justo estaba en Estados Unidos y Fito había ido a los Grammy porque estaba nominado. Me invitaron a la mansión que él había rentado y fui. Era una noche de tormenta casi que tropical, y nosotros subiendo una colina en Beverly Hills. Llegamos, Fito nos recibe en pijama. Una cosa que parece delirante, pero cuando estás ahí es lo más normal del mundo. Bueno, es eso, tiene una generosidad definitiva”, suma .
Pero así como entablaba vínculos con vecinos estelares, acá en Uruguay seguía reforzando lazos de amistad atravesados por la música. Por ejemplo, Martín Buscaglia —el “halcón plateado”, como le dice—, le produjo un disco y será uno de los invitados de los tres conciertos que hará esta semana en La Cretina. La dinámica es la siguiente: el miércoles 25 compartirá escenario con Buscaglia (para esta fecha las entradas ya están agotadas), el jueves 26 con Samantha Navarro y el viernes 27 con Jorge Nasser. En estos encuentros el público presenciará versiones novedosas de canciones de los invitados, y los temas de su último disco El misterio de Paul Higgs. El álbum fue lanzado en octubre, está producido por Leo Lopatín (guitarrista de la banda Turf) y trae cuatro composiciones inéditas de Lulo Higgs. Una de ellas, “Destruyo mi guitarra”, la grabó junto a Mateo Sujatovich, de Conociendo Rusia.
“Es esa generosidad que tenemos acá. Me permitió grabar sus composiciones sin pretensiones de exposición, porque mi viejo es un personaje que no publicaba su música”, apunta.
—Hablaste de la generosidad argentina y ahora hablás de la uruguaya. ¿Qué caracteriza cada una?
—Creo que la generosidad argentina es entrar a lo de Fito y que él me diga ‘soy fan, servite lo que quieras, mi casa es tuya, vamos a tocar tu tema y te voy a exponer a mis amistades’. Tiene una épica diferente. Y acá las cosas se cocinan más a fuego lento. Es la típica generosidad del vecino que podés tocar el timbre y pedir un poco de sal o que te riegue las plantas. Es como un gran barrio. Por ejemplo, con Nasser, una tarde de invierno charlando por Instagram, le digo ‘voy a estar en Sondor’. Y me dice: ‘Voy para ahí’. Y cae al estudio.
Ese día, Paul grabó “Otra vez de nuevo”, un candombe que tiene coros de Nasser y Charlie, y la participación de la cuerda de tambores del legendario (y ahora ciudadano ilustre) Lobo Núñez.
Autenticidad, validación y equilibrio
“Música rioplatense atravesada por todas las consolas de videojuegos que vinieron después del 93”. “Soul felino”. “Rock and roll náutico”. Son solo algunas de las formas como, a lo largo de estos últimos años, Paul ha descrito su música cuando le preguntan cómo se podría definir lo que hace. Y es que allá por el 2017, cuando empezó a tener cierta proyección en Montevideo como líder del grupo Algodón, de alguna manera lo vincularon a la música indie.
“Estaba esa etiqueta indie en el aire, muchas cosas de ese entonces estaban por debajo de ese paraguas. Pero la etiqueta pasó a ser un género. Considero que yo era independiente, pero no indie musicalmente, ¿me entendés?. Tal vez hubiese puntos en común, pero en cuestiones armónicas y rítmicas y en muchas otras características, para mí nunca tuvo nada que ver”, afirma. Y añade: “No ponerle un nombre a lo que hago me parece lo más atinado, porque la estandarización de las cosas, aunque ayude a la divulgación, encasilla. Lo más difícil para mí ha sido encontrar el equilibrio, o encontrar el molde justo sobre el cual verter mi esencia para así exponerla”.
—¿Te gustaría alcanzar una cierta masividad?
—(Lleva la mano al mentón y se toma unos segundos para pensar). Sí. Pero tengo la tranquilidad, y creo que eso lo aprendí acá, de estar satisfecho con lo que tengo. Hace poco me llegó la figura del Darno (Eduardo Darnauchans). Me cayó todo el peso de su grandeza. Figuras como él, (Eduardo) Mateo o el Príncipe, que no han sido masivas, me dan paz. Es eso de ser una figura creativa así de poderosa, pero no tener una gran exposición. Es como dice (Bob) Dylan "Everybody must give something back for something they get" (Cada uno debe dar algo a cambio de lo que recibe). Entonces sí, busco ser validado en algún punto, sin dudas, pero en otro, mi trabajo no se condice con esa búsqueda porque hago lo que quiero. No sé, es un equilibrio complejo y estoy pensando mucho en eso últimamente. ¿Qué validación preciso para sentirme satisfecho? ¿O es una búsqueda constante que no tiene fin? ¿Por quiénes sí me interesa ser validado y por quiénes no?.
En tiempos de “arte efímero”, Paul busca un equilibrio. En el fondo sabe que lo que lo caracteriza es jugarse por lo que cree sin dejar a un lado su forma de expresarse, su gestualidad, su voz, sus atuendos y su manera de habitar este mundo.
“Al fin y al cabo, una de las conclusiones a las que llego es que a mí me valida la música que hago. Ese es mi patrimonio y mi legado, nada más”, cierra.
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