Expectante con relación a la música y, al mismo tiempo, degustando el paso del tiempo y la experiencia que llega con él. Así describe la fase que transita hoy, a sus 52, Martín Buscaglia. “El ser más veterano es algo cada vez más nuevo, ¿me entendés?. Es al revés, porque es algo que, cuanto más pasa el tiempo, más novedoso es y más único también”, dice en charla con Domingo mientras se acomoda en una de las sillas del estudio que tiene armado en su casa. “Pero las herramientas que te da el tiempo son divinas, te cambia la perspectiva. Supongo que para todas las cosas de la vida, pero hablando específicamente de la música te vas volviendo como un bisonte, y antes capaz que eras más un leopardo”, suma.
Y si para algunos la “veteranía” podría asociarse a ritmos más lentos, acá no funciona exactamente así. Este 2025 viene de tocar en varios países de Europa, de grabar los últimos episodios de la cuarta temporada de La casa del transformador, el programa de radio que hace desde 2016; tocar en Argentina, donde regresó para una seguidilla de conciertos en estos días, y viene sintiendo que, quizás, este sea el año para volver a grabar un disco.
Buscaglia, sin embargo, no sigue las exigencias de este tiempo presente, donde la falta de nuevos lanzamientos, o tomarse el tiempo para hacerlo, es visto (y temido) por algunos artistas como sinónimo de olvido. Él, más bien, parece ser dueño de su propio ritmo.
“No tengo una exigencia de sacar un disco, lo que en realidad tengo es una exigencia muy grande conmigo mismo, de hacerlo cuando realmente sienta que encontré una manera de acomodar y demostrar los elementos que aportan algo, tanto a quienes lo escuchan como a mí mismo. Pero sí, esa sensación que no es numérica, porque no es esa cosa de ‘ya tengo tantas canciones’, yo ya la estoy sintiendo”, dice quien empezó su carrera en la década de 1990 y desde entonces ha hecho y compartido música de las más variadas formas.
El uruguayo ha publicado siete álbumes de estudio, además de los títulos que ha sacado como parte de Cantacuentos, la banda que compartía con, entre otros, su madre Nancy Guguich y su padre, Horacio “Corto” Buscaglia. En esa cuenta tampoco entra el icónico Somos Libres (2014), grabado en vivo y sin demasiadas pretensiones en el Café Vinilo de Buenos Aires.
Con una obra robusta, más de tres décadas de canciones, y haber pasado por los escenarios más importantes del Uruguay —en agosto volvió a presentarse en la sala principal del Teatro Solís— es sorprendente descubrir que el 17 de junio será la primera vez que se presentará como solista en el Auditorio del Sodre.
“Ya toqué allí con los Cantacuentos, y como invitado de Chico César, de Lisandro Aristimuño, Fernando Cabrera, Tabaré Cardoso, pero bueno, esta será la primera vez que hago un show completo con mis canciones allí. Y va a ser muy poderoso”, comparte.
Será, posiblemente, la última vez que presente el concierto Una canción no tiene importancia. El show es a beneficio de la Fundación Cimientos, organización que trabaja por la equidad educativa de jóvenes y adolescentes. Hay entradas a la venta en Tickantel.
“La verdad es que tengo bastante repelús por aquellos que se embanderan de todas las causas posibles. Yo no soy así. He apoyado un montón de causas a lo largo del tiempo pero también le he dicho que no un montón de veces a propuestas. El que enarbola todas las banderas merece mi sospecha. Hay que elegir las batallas y las escarapelas que te ponen en el pecho. En ese caso, el tema es educación y es algo a lo que he estado relacionado toda la vida; entonces, voy totalmente en la misma sintonía y me pareció divino poder hacerlo”, expresa.
En la fecha Buscaglia compartirá escenario con el grupo Mamba Percusión, con el Coro Canana y tendrá a Sandra Mihanovich como invitada especial. Pero como nada en su obra o en sus conciertos se da por acaso, acá también hay historia detrás: vivió, cuenta, dos momentos que lo marcaron con la artista argentina, uno de hace años y otro reciente.
"Recuerdo el cariño con el que hablaban de ella en mi casa, porque tengo entendido que fue la primera a grabar la canción ‘Y hoy te vi’ de Eduardo Mateo. De hecho, si te fijás en el disco original de Mateo, en ese corte dice, ‘música de la película tal’, porque fue usada en una película —Sola, dirigida por Raúl de La Torre— y la cantaba Sandra. Recuerdo que se hablaba muy cariñosamente de ella en la vuelta por eso, porque era en la época en que Mateo era más de culto de lo que es ahora, y que alguien con más nombre y de otro país le diera pelota, era un gesto que relucía", rescata.
"El otro momento fue ese verano. Volviendo de algún concierto escuché en la radio por azar la canción "Puerto Pollensa", un megahit que canta Sandra. La escuché y me di cuenta de lo parecida que era a Jorge Galemire, cómo comparten ese estilo casi melódico internacional que tiene que ver en la armonía, con una manera de cantar más delicada y más de culto", cuenta Buscaglia, quien ese día paró el auto y en medio de la oscuridad, en plena la ruta, escuchó aquel tema a todo volumen. Pasó, nuevamente, lo que le ha pasado a lo largo de su vida: conectar o reconectar a través de las canciones.
Acá, fragmentos de la charla con Domingo.
—En una entrevista de hace no mucho comentabas que después de la pandemia sentís que hubo un subidón de energía en los conciertos, pero que ahora lo ves como una histeria colectiva que perdura, como si solo fuesen válidos los toques gigantes. Leí eso y recordé el toque que hiciste en enero en Cabo Polonio, que todos o la mayoría lo vivimos como un ritual íntimo, nada más distante de la pompa o producción de un festival. ¿Te interesan más estos espacios casi ancestrales?
—Ese concierto estuvo buenísimo. Mirá, pienso que el sistema no son unas personas sentadas alrededor de una mesa, maquiavélicas, pero igual existe, como una entidad, una entelequia, que funciona sola y genera cosas. Y yo creo que el sistema aprovechó ese primer fervor postpandémico y ahora hubo una confusión o un aprovechamiento y se piensa que la única manera de relacionarse con lo espiritual y artístico es a ese nivel de euforia permanente donde tiene que haber un plot twist, un cambio de ritmo, de entonación, cada 15 segundos, y eso lo que hace es no permitirte sentir. Y así como en los videos de Tiktok, yo percibo una tristeza de fondo, que me parece que es generada por la tecnología, por la adicción que tenemos todos al celular y a las redes. Siento que así como está la obsolescencia programada, y por eso las cosas se rompen, está también una tristeza programada en las redes, te obligan a utilizarlas y quedás atrapado. Te estimulás, pero al final te queda un retrogusto amargo. Un concierto es lo contrario de eso, ahí me parece que es un reducto de confianza y de resistencia de esa cosa poética tan crucial en el alma humana. Pero volviendo al Cabo, en los toques playeros en general se da esa cosa más ancestral y lo que estoy haciendo ahora en vivo tiene que ver con rescatar eso. En estos tiempos que vivimos creo que es más moderno tocar con unos tambores, voz y nada más, es otra cosa, mucho más primigenia.
—En ese toque estaba tu hija Juana cantando contigo. ¿Pensás que va a seguir por el camino de la música también?
—En el concierto del Teatro Solís incorporé un coro de cuatro voces jóvenes y ella era una, armé un coro sub-25, todos tienen veinte y pocos años y fue una decisión adrede. Sobre el camino, ella va por el de ella. La verdad que más allá de un know-how que podés tener por crecer dentro de una familia que se dedica a una cosa en particular, que puede ser la música, la panadería, o la política, el privilegio es haber tenido padres amorosos. Sí me genera algo lindo que ella cante conmigo, pero es natural.
Los conciertos son reductos de confianza
—Hablando de conciertos, hace unas semanas fuiste uno de los 70 músicos que participó de Musicasión. Sabiendo que tu padre fue una de las piezas fundamentales de los conciertos originales, ¿qué representó estar ahí o cómo lo viviste?
—Fue importante. Más de lo que yo imaginaba y probablemente Urbano (Moraes) era el único que realmente tenía la dimensión de lo que estaba haciendo. Cuando un maestro como él convoca, hay que decirle que sí, y fuimos muchos los que le dijimos que sí. Urbano es una pieza de las que no hay repuesto. Y la verdad que nos llevó a un lugar que yo creo que excedió lo meramente musical espectacular, o sea, más allá de cómo fue formado el espectáculo y el repertorio, que estuvo bárbaro y fluyó, lo más importante era que él quería mostrar, creo yo, otra cosa. Era una música que tocaba para la música y nada más, que no dependía de todas estas reglas que ahora están de cómo se tiene que hacer una canción, cómo tiene que sonar, cuánto tiene que durar. Fue algo más que decirte ‘qué bueno que estuvo el toque’. Estuvo bueno, pero porque mucha gente trabajó en pos de algo tan inmaterial como la música.
—El año que viene Llévenle cumple 30 años y este año Plácido Domingo está cumpliendo 25. Son los primeros discos de tu carrera. ¿Qué sentís por estos dos álbumes hoy? ¿Cómo los ves con la perspectiva que te dio el tiempo?
—Son dos discos, sobre todo Llévenle, prehistóricos. De un tiempo en que no había celular o compu. En Plácido Domingo empezaban a aparecer recién. Entonces se grabaron a la vieja usanza. Ya por eso les tengo cariño, me gusta eso de haber viajado y explorado un territorio que ahora está colonizado por el turismo. En esa época era un territorio todavía ignoto. Vos componías una canción y la tocabas en tu casa, luego en la sala de ensayo, y la escuchaba de verdad en el estudio recién. No estoy añorándolo, no soy para nada menonita ni anti tecnología, pero esos discos tienen esa diferencia con todos los otros que he hecho y todavía refulgen, sobre todo Llévenle tiene una cosa caótica de empezar a comprender y aprender las herramientas. Fue como la Musicación que hizo Urbano, de juntarnos y grabar. De hecho, hay una canción que grabé con Urbano ahí que se llama Samantha Brown que es de las que más me gusta del disco, está improvisada. Ni que hablar que lo grabé a los 21, que eran los 21 de otra época. Ahora un chiquilín de 21 ya hace años que se graba en su compu. Entonces ese disco tiene esa cosa asalvajada que quiero seguir teniendo siempre. Creo que toco, canto y compongo mejor que en ese primer disco, pero hay algo de la energía con que fue tocado, cantado y compuesto que me marchitaría si no la tuviera conmigo ahora. Ya Plácido Domingo tiene algo redondo, son pocas canciones y todas dicen lo que dicen de manera más directa.
— Plácido Domingo no pego tanto acá en su momento, tengo entendido que fue con el tiempo…
—Sí. Yo soy el ejemplo vivo, como tantos otros, de que nadie es profeta en su tierra y que después, si venís con un aval de afuera, miran diferente lo que ya era igual, lo que no cambió. Eso a mí me recontrapasó, pero no solo a mí, le pasó a un montón de músicos, desde Jorge Drexler en España, Hugo Fattoruso, que era famoso acá con los Shakers, pero en Estados Unidos fue que empezó a brillar y a salir en revistas y ahí les cayó la ficha de quién era. A mi lo que me pasó fue que empezaron a darle bola en Argentina y en España. En Argentina salió bastante rápido y después a los años que me fui a España a tocar ahí, descubrieron ese disco y fue tipo el disco del verano para algunas revistas especializadas de allá. Estuvo bueno, fue como una confirmación de decir, ‘claro, era era por acá’. Igual tuve algunos referentes que siempre supe que se copaban con esos discos. Quizás ellos ni se acuerden, pero yo me acuerdo de Leo Maslíah hablando muy bien de Llévenle, me acuerdo de Hugo Fattoruso hablando de Plácido Domingo y algunas canciones específicas. Y eso para mi era muy importante.
—Pero ya veo que lo encarás con humor eso de tener que irte para ser reconocido acá.
—Reírme de eso también es la manera natural que tengo de enfrentar al mundo. Hay gente que tiene una cosa más acongojada o enervada. Yo no puedo dejar de ver el absurdo que es todo eso. Por otro lado siempre supe lo que era, soy el mayor crítico de mi mismo, entonces sé cuando llegué a un lugar potente, interesante y cuando no. Después si todos se dan cuenta, divino, si no, yo igual lo sé, de verdad. También sé cuando no llegué tanto y aunque digan que algo quedó maravilloso, vos en el fondo sabés que te faltó una vueltita de tuerca más. Lo que vos hacés tiene que tener un sentido, un porqué y tiene que tener una perdurabilidad. Hay músicas que enseguida conectan, hay otras que llevan su tiempo. Yo lo que quiero es hacer música con la que esté tranquilo de que tiene poderío y que suma algo a mi música y a la música en general.
Soy el mayor crítico de mí mismo, entonces sé cuando llegué a un lugar potente, interesante, y cuando no.
—Vas por la cuarta temporada de La casa del transformador, un espacio donde compartís lo que son tesoros musicales para vos. ¿Qué te dio ese programa en estos años?
— Ayer de noche terminé de armar el penúltimo programa y hablaba un poco de eso, porque hay músicas que escucho en mi casa, que las paso en el programa y que las paso cuando armo un baile, por ejemplo. Y hay otras que escucho en mi casa y que por ende me encantan, me hacen bien, pero no las pasé nunca en el programa porque no quiero gastar energía en convencer a nadie de que es maravillosa, porque ya es maravillosa para mí y entiendo que completa algo mío y no necesariamente de otros. Por otro lado, hay canciones que incluyo cuando paso música, pero que no las pasé jamás en el programa de radio. Así como hay canciones que son para escuchar en soledad, como rezar. No es que sean secretas ni nada, no las oculto, sino que entiendo que ya cumplen su función en un ida y vuelta más íntimo. Otras tienen un anhelo de salir al mundo y de expandirse. Y lo que me pasa con el programa es que en general hago una temporada y cuando paro hago un disco. No es un plan, pero me di cuenta que pasa. Se ve que son insumos y me queda como un diario íntimo. Me gusta mucho grabarlo y tiene una devolución de la gente que me emociona horrores. A esta temporada le queda un programa más que le voy a hacer "inshazameable" (por la aplicación Shazam, para descubrir músicas). Todo solo con temas que tengo y que no se pueden encontrar.
—¿En la actualidad hay algún joven artista o grupo que te sorprenda o entusiasme?
— Sí, varios. Por ejemplo, ese verano vi un show de Bolsa de Naylon en la Rama de un Árbol. Excelente. Después, lo último que vi, que dije ‘esto está buenísimo’ es el disco que sacó hace poco Lucía Romero, hay un tema que se llama "Cintura" que me encanta. Después, soy muy fan de Paul Higgs, me parece alguien auténticamente musical, que no es que quiere ser músico, sino que es músico. También ver a Mateo Ottonello en vivo es muy recomendable, tiene algo muy propio, muy fogoso y musical. Y hay un grupo que se llama Centeiia que me encanta, escuché y dije ‘¿qué es eso?’ y me encanta no saber dónde encajar algo en tiempos donde todos creemos saber todo. Después, de mis contemporáneos, está el disco que sacó Nico Ibarburu y que me parece precioso, pero también me parece precioso por todo el camino que hizo él. Después internacional, hay un disco puntual que me sorprendió mucho y lo estuve escuchando pila, se llama Osaka bridge, es de Bill Wells, un músico británico, y toca con la orquesta japonesa Maher Shalal Hash Baz. Es increíble lo que tocan, tienen una sabiduría salvaje.