Hay una mirada introspectiva en Ino Guridi que atraviesa todo Vigilia, su impecable segundo disco solista. Es un gesto que condensa la sensación de estar siempre en tránsito, pero con la capacidad de levantar un espacio propio en medio del movimiento. “Toda mi vida estuvo marcada por cambios y viajes”, cuenta a El País. “Viví alquilando cuartos y estuve en Chile. Así que mudarse y moverse se volvió parte de mi narrativa”.
En ese vaivén, el sucesor de Pasará (2023) se construye como un mapa de itinerarios internos. Por eso, aunque en el estribillo de “Tren”, una de las piezas centrales de Vigilia, se pregunte cuándo parte el último tren, no hay literalidad: es una metáfora de los cambios continuos que se vuelven canciones.
Vigilia nace de la noche, de esas horas en las que el silencio y la oscuridad permiten enfocarse de otra manera. En “Kora”, el núcleo identitario del álbum, la nocturnidad lo tiñe todo: capas que inducen al trance, texturas que invitan a la introspección y a la desconexión. “Vigilia es un disco nocturno, lo opuesto a algo como Pet Sounds, de los Beach Boys, que suena recontra mañanero”, asegura.
“Kora” es también un gesto de riesgo y libertad: una pieza instrumental de casi 11 minutos. En un disco pop, dice Guridi, ese espacio abre otra dimensión. El tema, dividido en dos partes, se quiebra cuando Krishna Della Valle —coproductor y responsable de la mezcla— introduce ruidos de cintas de VHS y ecos industriales a lo Nine Inch Nails. Esa búsqueda de inmersión, de trance, atraviesa Vigilia, un álbum donde la canción no es solo ir detrás de una melodía pegadiza o un espíritu bailable, sino un lugar donde sumergirse.
“Tango 42”, que abre el disco, es la prueba perfecta. Construida sobre una línea de bajo hipnótica, funciona como epílogo estilístico de Pasará. Allí, las raíces musicales uruguayas dialogan con las pinceladas del bandoneón de Iván Krisman. En ese estribillo, entre loops y voces sobregrabadas, se despliega un viaje a ese universo obnubilado que anticipa la tapa del álbum.
El disco trae novedades para quienes la siguen desde su proyecto Isla Panorama. “En este disco quise que mi voz se escuchara más adelante en la mezcla”, cuenta. “Estoy confiando cada vez en mi voz y dejando de tener miedo a ser yo”, agrega. Ese proceso se plasma en “Hacer canciones”, donde prescindió de las baterías y decidió sostenerla solo en voz y sintetizadores.
Otra de las piezas clave es “Montevideo”, un synth pop atravesado por la influencia chilena y la poesía urbana de la capital, con una base bailable.
La gestación de Vigilia fue inesperada. Tras meses sin escribir, en diciembre de 2023 Guridi empezó a maquetar dos o tres canciones por día. “Me parecían todas buenas, y cuando me acordaba de las letras al otro día era la mejor señal. Pero desconfiaba, porque eran muchas y muy rápido. Entonces se lo mandé a Krishna y le pregunté: ‘¿Están buenas o estoy delirando?’. A él le gustaron y arrancamos”, relata. “Se compuso en un mes y luego las trabajamos durante un año y medio”.
De ese proceso surgieron rescates, como “Tren”, compuesta hace cinco años cuando vivía en Chile. Otros pasajes, como “Nuevos trapos”, llevan la experimentación a lo colectivo. Es un potente indie-rock grabado con Laura Gutman y Santiago Peralta, que reflexiona sobre los múltiples roles que alguien asume dependiendo del contexto.
Ahora, Guridi prepara el vivo de Vigilia. El lunes 6 de octubre lo presentará en la sala Hugo Balzo, y las entradas están a la venta en Tickantel por 550 pesos. Será una propuesta visual y sonora que busca sumergir al público en la lógica del álbum. “Quiero que sea como ver una película, que te hundas en el espectáculo y salgas renovado”, promete. “Soy muy visual, me copa la unión del cine y la música”, dice.
Ese cruce de mundos define su identidad artística. Guridi se concibe como un vértice en el que confluyen generaciones, estilos y tradiciones: desde la psicodelia hasta el candombe electrónico, desde Juana Molina hasta Nine Inch Nails. “Siento que mi universo es juntar cosas. Vengo de obsesionarme desde chica con los discos que encontraba en las casas”, cuenta. "La música me atrapó como una arena movediza: cuanto más trato de escapar, más se mete en mí. Y ya no quiero salir”.
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