El engranaje invisible del espectáculo uruguayo: cómo trabajan productores y agentes de prensa en la escena local

Detrás de cada recital o función existe un trabajo clave de planificación, difusión y coordinación. Acá, profesionales ofrecen una radiografía desde adentro: tres trayectorias distintas que se cruzan en un mismo punto, el de hacer posible que la cultura circule, crezca y se reinvente.

Recital El Cuarteto de Nos
Recital El Cuarteto de Nos en el Antel Arena en 2024.
Foto: Carlos Lopez.

Los reflectores siempre apuntan al artista, pero detrás de cada recital o función teatral hay un engranaje complejo que rara vez sube al escenario. Los productores, managers y agentes de prensa son quienes negocian contratos, diseñan estrategias de comunicación, sostienen la imagen pública de los artistas y, en muchos casos, arriesgan capital y prestigio para que el espectáculo suceda. Su trabajo, invisible para el gran público, resulta hoy más decisivo que nunca en un panorama cultural que vive una efervescencia. Basta mirar las carteleras: conciertos simultáneos, salas colmadas, giras internacionales que llegan cada vez más a Montevideo y un público que parece tener más ganas de salir que nunca.

En ese ecosistema, figuras como Sibyla Trabal, Diego Sorondo y Alejandra Volpi ofrecen una radiografía desde adentro. Tres trayectorias distintas que se cruzan en un mismo punto: el de hacer posible que la cultura circule, crezca y se reinvente. Sus historias permiten asomarse a los desafíos y posibilidades de un sector que combina pasión, riesgo, profesionalización y un entusiasmo colectivo que, tras la pandemia, no ha dejado de crecer.

Crear donde no hay

Hace más de 20 años que Sibyla Trabal es parte del engranaje de la música y el espectáculo en Uruguay. Agente de prensa y sostén estratégico de artistas y productores, su trabajo consiste en tender puentes: entre talentos artísticos y la prensa, entre los músicos y el público, entre la intimidad creativa y la exposición pública.

“Mi mamá nunca supo lo que yo hacía”, recuerda entre risas. “Me decía: ‘Viste que vino fulanito’. Y yo le respondía: ‘Sí, mamá, yo estaba ahí’. Pero nunca terminó de entender”. Esa incomprensión, cuenta, es habitual, ya que lo que hace un agente de prensa cultural rara vez se conoce por fuera del círculo profesional. El rol, sin embargo, es fundamental. No se trata solo de enviar gacetillas o coordinar entrevistas, sino de manejar con delicadeza la imagen pública de artistas en un ecosistema, en el caso de Uruguay, movido, pero chico.

Su entrada al oficio fue casual. Hija de una generación que veía en Derecho, Medicina o Ingeniería las únicas opciones seguras, estudió abogacía hasta cuarto año, pero sin pasión. Su rumbo cambió tras una estadía en Estados Unidos y, más tarde, en Europa. A su regreso a Montevideo, un excompañero de facultad, Andrés Sanabria, le ofreció su puesto en un sello discográfico local. Los primeros artistas con los que trabajó fueron La Vela Puerca, Chocolate, Nietos del Futuro y Monterrojo. “No tenía idea de nada, pero acepté. Aprendí haciendo, con práctica, sentido común y gusto por las relaciones públicas”, cuenta Trabal, quien defiende la idea de que “si hay algo que te gusta y no existe, créalo”.

Desde entonces, el camino se bifurcó entre sellos (Warner, Bizarro) y, desde 2005, un ejercicio independiente que le permitió construir un nombre propio. “Con los años pude elegir con quién trabajar. Cuando me comprometo, le doy con fuerza porque creo en el proyecto y eso lo entienden mis colegas de los medios, saben que si les llevo algo es porque realmente creo en ello”, afirma a Domingo desde una de las butacas del Sodre, uno de los tantos auditorios que frecuenta cada mes.

Sibyla Trabal
Sibyla Trabal, agente de prensa y productora uruguaya.
Foto: Ignacio Sánchez

El oficio de lucir a los artistas

En Uruguay, donde los equipos solían ser reducidos, los límites entre productor, manager y agente de prensa tendían a mezclarse cuando Trabal empezó. Ella ha pasado por los distintos roles y lo explica con precisión: “El productor es el que hace que las cosas sucedan; el manager toma decisiones estratégicas sobre la carrera; y el agente de prensa tiene un contacto más íntimo con el artista, porque maneja su voz hacia afuera”. Además, en un mercado pequeño, donde los medios, los agentes y los músicos suelen conocerse personalmente, la confianza y la honestidad son la moneda de cambio y eso, asegura, no es un detalle menor.

Fue tentada en varias ocasiones para asumir la representación total de una banda, pero nunca se sintió cómoda en el rol de manager. “No es lo mío. Sí me sale conectar gente, hacer links, pensar estrategias. Pero el manejo integral, no. Para mí, el mejor ejemplo de un manager en Uruguay es Nicolás Fervenza. Con No Te Va Gustar hizo un trabajo de desarrollo, no solo de agenda. Y eso falta acá”.

Si algo la caracteriza es la calidez con la que trabaja. Su vínculo con La Vela Puerca, a quienes acompañó desde el inicio, es casi familiar. Lo mismo ocurrió con figuras argentinas como Abel Pintos o Soledad Pastorutti, que la sorprendieron por su cercanía y humildad. “A veces cuesta separar al artista de la persona. Si descubro que alguien no es buena gente, se me cae el ídolo. Por suerte, siempre me he llevado gratas sorpresas”.

Ese costado humano convive con el estrés permanente del oficio. “Las agentes de prensa sufrimos todas de lo mismo, mucho estrés, dificultad para poner límites. Contestamos mensajes a cualquier hora, fines de semana, feriados. Es un trabajo 24/7. Pero en mi caso lo hago porque me gusta”.

Su trayectoria también está marcada por momentos intensos. Trabajó con El Sabalero en su histórico recital en el Solís en 2010 y, poco después, acompañó su despedida. “Sentí que se había ido un familiar”, recuerda. También fue testigo de pruebas de sonido con artistas internacionales, experiencias que le confirmaron que había elegido el camino correcto. “Me pasó hace poco con Los Fundamentalistas, que hicieron la prueba el día antes, entonces fui al Velódromo. Era una noche hermosa cuando, de repente, eran ellos tocando y yo estaba sola parada frente al escenario. Son situaciones que he vivido muchas veces, pero es como un show personal. Amo estas experiencias”, dice.

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Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado en el Velódromo, 12 de noviembre de 2023.
Foto: Mauricio Rodríguez

Incluso en momentos difíciles, como la pérdida de su madre o la enfermedad de su padre, encontró en el trabajo una satisfacción que la ayudó a salir adelante. “Cuando falleció mi madre, vine a trabajar al día siguiente. Nadie me lo pidió, pero vine porque es lo que me gusta hacer. Si yo trabajé durante tanto tiempo con una obra, quiero verla, quiero disfrutarla y quiere ser parte. Y estoy segura que mi madre así lo hubiera querido; fue la mejor forma de homenajearla”, recuerda.

Un post pandemia movido

“Recuerdo que hace diez años había seis shows grandes al año. Hoy hay días con varios conciertos grandes en simultáneo”, comenta Trabal. Y lo que dice se puede comprobar en las carteleras: solo este mes hubo decenas de obras teatrales en cartel, recitales con entradas agotadas en salas grandes (llamó la atención la cantidad de conciertos en la noche del 6 de setiembre, por ejemplo), y un Antel Arena que recibe artistas internacionales con una frecuencia nunca antes vista. Quizás lo que más sorprenda de esta efervescencia es que, en la mayoría de los casos, la respuesta del público acompaña. “No hay fiascos. Algunas cosas funcionan a medias, pero el fracaso total es rarísimo”, apunta.

Para ella, el escenario tiene varias causas: nuevos espacios y salas con distintas capacidades de público, mayor profesionalización de los productores y una demanda social de espectáculos que parece no menguar. “Pensé que iba a ser un rebote de 2021 y 2022, pero estamos en 2025 y cada año hay más. El uruguayo está consumiendo mucha cultura, y a todas las edades”, sostiene.

Hace diez años había seis shows grandes al año. Hoy hay días con varios conciertos grandes en simultáneo

Hoy, además de su trabajo como agente independiente, forma parte de Piano Piano, productora que gestiona artistas como Jorge Drexler o La Catalina, y que refleja la profesionalización creciente del sector.

La historia de Sibyla Trabal es también la del crecimiento de la industria cultural uruguaya en los últimos 25 años: de sellos pequeños que lanzaban a bandas emergentes a festivales multitudinarios, de gacetillas enviadas por fax a estrategias digitales que combinan prensa, marketing y redes sociales.

Oculto para el público, pero fundamental para sostener la maquinaria cultural, su tarea confirma que el espectáculo no empieza ni termina en el escenario. Una parte clave de la movida cultural uruguaya también se escribe desde su trinchera.

Sibyla Trabal
Hace más de dos décadas que Sibyla Trabal trabaja como agente de prensa de espectáculos.
Foto: Ignacio Sánchez

Del periodismo a los escenarios

Cuando Alejandra Volpi habla de su trabajo, lo hace con la misma pasión con la que otros recuerdan un primer concierto. “Gestionar la prensa no es solo enviar comunicados, es muchísimo más que eso”, dice quien hace 10 años se mueve entre giras, estrategias de comunicación y camerinos.

Su vínculo con la prensa de espectáculos nació de un hecho fortuito que terminó abriéndole un nuevo camino. La primera vez que hizo difusión de un show fue porque el músico Antonio Birabent, amigo personal, se lo pidió. Antes había producido conciertos de Hugo Fattoruso, con el impulso de “venderlos con un concepto”. Entre esas producciones, recuerda las galas “Fatto in casa” en el Auditorio del Sodre, que reunieron a figuras como Fito Páez, Andrés Calamaro, Jaime Roos y Fernando Cabrera. La gestión cultural ya estaba en su horizonte, aunque por entonces era periodista en El País, después de una larga trayectoria en Últimas Noticias y otras publicaciones.

El giro definitivo llegó en 2015, cuando una reestructura en el diario la dejó afuera. Había conseguido poco antes la exclusiva con Paul McCartney, un hito personal, y creyó que ese era el final de su carrera. Pero la crisis se transformó en oportunidad. Los productores empezaron a llamarla para que se encargara de la difusión de sus shows. La primera gran apuesta fue Ricky Martin en el Velódromo, nada menos que su ídolo. Ese trabajo la llevó a un camino del que ya no se apartó. Vivió campañas exigentes con artistas internacionales y la responsabilidad de ser el nexo entre ellos y los medios.

Alejandra Volpi
Alejandra Volpi, periodista y agente de prensa uruguaya.
Foto: Leonardo Mainé

El salto de escala vino poco después, cuando Metamorfosis, el sello de Ricardo Arjona, la convocó para manejar la prensa y el marketing del artista en Uruguay. “Fue la mejor escuela que tuve”, recuerda. Hoy con la misma intensidad, trabaja para Ricardo Montaner, a quien entrevistó por primera vez siendo una joven de 18 años.

La lista de productoras con las que colabora es extensa: AM Producciones, Majareta, Leona Producciones, Oliver Producciones, EQ Entertainment; y también hace la prensa de la Banda Sinfónica de Montevideo. El día a día de Volpi está marcado por comunicados, giras de prensa maratónicas, reuniones de coordinación y un equilibrio delicado: cuidar la imagen del artista, responder a las necesidades del productor y facilitar el trabajo de los periodistas.

“Los productores y los artistas son mis clientes. Tomo este trabajo, que no tiene horarios, como una forma de vida. Tampoco es que agarro todo lo que me llega, tengo mis límites y prioridades. Si me llega una oferta de un trabajo que no es compatible con uno de mis clientes fijos, la rechazo. Tengo un sentido de la lealtad muy alto en ese sentido, la única forma de trabajar en esto es ser confiable. El éxito de ellos es mi éxito”, anota.

Actualmente, dice, el 99% de su trabajo es hacer la prensa de conciertos. Y de estos, los masivos —como será el de Shakira en diciembre— son los que implican una organización diferente: “En el Estadio siempre tenemos muchos días previos de armado del escenario, lo que hace que la dinámica sea distinta que en otros eventos”, puntualiza quién tiene por delante un trabajo intenso para los conciertos de Rod Stewart, Melendi, Morat, Cuarteto de Nos, Chayanne, Laura Pausini, Dante Gebel, Karina La Princesita, y la gala aniversario de la Banda Sinfónica de la ciudad.

Entre ídolos y escenarios

Las anécdotas no le faltan a Volpi. Desde una foto inesperada con Arjona, hasta el recuerdo imborrable de ver de cerca a Paul McCartney (uno de sus ídolos) después de meses de coordinación con su equipo de prensa. O el hecho de haber logrado trabajar para el artista que marcó su juventud, Ricky Martin.

“Hay un aprendizaje en todo esto, porque cuando trabajás para un artista que admirás es cuando más tenés que ubicarte en tu rol. No hay lugar para fanatismos cuando estás trabajando en shows. La finalidad primera es cuidar al artista”, afirma. Y reflexiona: “El aprendizaje personal tras haber podido entrevistar a mis dos grandes ídolos y, a su vez, haberles hecho la prensa para sus conciertos es que no hay nada imposible. Si lo hubiera buscado no me salía”.

Alejandra Volpi
Entre otros trabajos, hace la prensa de la Banda Sinfónica de Montevideo.
Foto: Leonardo Mainé

La vivencia colectiva que te da el concierto en vivo no te la da ninguna otra cosa.

En perspectiva, su recorrido le enseñó que los finales pueden ser comienzos disfrazados. “Pensé que estaba en el final de mi carrera, y era el principio de algo mejor”, dice, quien también percibe que los conciertos volvieron con más fuerza tras la pandemia. “Claramente el escenario muestra las ganas enormes de la gente y una mayor necesidad de ir a conciertos concebidos como una experiencia insustituible. En estos tiempos de sobreexposición a las pantallas, la vivencia colectiva de placer, de alegría, de despliegue, que te da el concierto en vivo, no te la da ninguna otra cosa. Creo que hoy lo valoramos más o somos más conscientes de eso”, afirma.

Es, quizás ahí, donde radica la esencia de su trabajo: tender puentes para que estos encuentros sean posibles y que la música se viva como un momento compartido e irrepetible.

Pasión y riesgo a la hora de producir teatro

En Uruguay, hablar de producción teatral es hablar de un oficio complejo, invisible para la mayoría del público, pero absolutamente decisivo para que una obra llegue a escena. Diego Sorondo conoce de primera mano ese detrás de bambalinas: lleva casi dos décadas en el rubro, es productor de espectáculos y además manager de figuras como Valeria Lynch, Lucas Sugo y Maxi de la Cruz. Su relato permite asomarse al corazón de una tarea que combina pasión, riesgo y un entramado de decisiones que rara vez se perciben desde la platea.

“Primero hay que elegir la obra, negociar los derechos, armar el elenco, convocar a un director, definir vestuario, escenografía, luces…”, enumera. Cada paso implica tiempo, discusiones y acuerdos. Después vendrá la elección de la sala, la definición del calendario, los contratos, los ensayos, la campaña de prensa, las fotos, los flyers, el material para redes sociales. En paralelo, hay que negociar con tiqueteras, buscar sponsors, imprimir marquesinas, coordinar vestuarios y escenografías. Y, cuando finalmente se estrena, comienza otra rutina: citaciones de elenco, maquillaje, utilería, catering, armado y desarme, liquidaciones, pagos e impuestos. La producción, cuenta, “es un proceso de muchísimas etapas, todo el tiempo”.

A ese frente de trabajo, Sorondo suma el de manager. En ese rol, la lógica se invierte. “Es otra tarea, es todo lo contrario, porque es tratar de sacar al artista el mejor caché posible para su actuación y a la vez cuidarlo, revisar los contratos, tomar decisiones con respecto a su agenda. O sea, es lo opuesto, es solo pensar en el artista, no se piensa en la producción”, explica. Con cada uno de sus representados mantiene un vínculo distinto, atravesado por la confianza y la cercanía.

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El productor teatral y manager de artistas Diego Sorondo.
Foto: Leo Mainé.

No todo es brillo

Sorondo recuerda los golpes de la profesión con producciones arriesgadas que lo dejaron al borde del abismo financiero, noches de estrés y aprendizajes a fuerza de tropiezos. “Lo que más me marcó fue haber perdido mucho dinero y tener que empezar de cero. Esos momentos me enseñaron más que los éxitos. Aprendí que Uruguay no es Argentina, que no hay apoyos estatales, que muchas veces uno está solo”, admite.

Su diagnóstico sobre la industria cultural local es claro: al ser un mercado pequeño, no comparable con ningún vecino, carece de políticas públicas sostenidas. “Acá lo que se busca es recaudar, no apoyar. No tuve ningún tipo de ayuda en 18 años, de ningún gobierno. Falta mucho”, afirma quién cree que una asociación de empresarios teatrales, como existe en Argentina, podría cambiar el panorama. “Serviría para reclamar mejoras en la gestión de tiqueteras estatales, negociar beneficios fiscales, impulsar campañas de fomento cultural y hasta promover dramaturgos emergentes. Pero acá cada uno está en su chacrita, y los productores hacemos de todo. No sobra ni el tiempo ni la energía para organizarnos”, reconoce.

Sobre la percepción de una efervescencia cultural tras la pandemia, Sorondo matiza: distingue entre la asistencia a conciertos —mucho mayor— y al teatro, donde la afluencia es más limitada. Aun así, cree que el público tiene ganas de salir y que el teatro cumple una función vital. “Es necesario desconectarnos de las pantallas y vivir la experiencia en vivo. Hace bien y lo recomienda hasta la Organización Mundial de la Salud”, sostiene.

¿Qué lo convence a apostar por un espectáculo? No hay receta. A veces es un clásico indiscutible, como Perdidos en Yonkers, de Neil Simon, que actualmente produce en el Teatro Alianza. Otras veces se trata de una comedia capaz de arrancar carcajadas o de una obra pequeña que lo conmueve y deja un mensaje. Lo que nunca falta es la emoción como brújula. “La esencia es la pasión, el esfuerzo, el profesionalismo y la honestidad: con los actores, con el equipo, con el público que paga la entrada. Aunque sean 50 personas, hay que producir como si fueran miles”, subraya.

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Diego Sorondo.
Foto: Leo Mainé.

Aunque sean 50 personas, hay que producir como si fueran miles.

Consciente de las dificultades del rubro que eligió, Sorondo se define como un soñador. Imagina un futuro en el que el teatro uruguayo sea más valorado, con mayor apoyo estatal y privado, y productores trabajando unidos por una misma causa.

“Va a demorar, pero va a llegar. Yo lucho por eso todos los días”. Y aunque suele bromear con los jóvenes que se acercan a pedirle consejos (“les digo que están locos”), celebra que aparezcan nuevas generaciones con ganas de arriesgarse. Porque, en definitiva, asegura, sin un poco de locura no hay producción posible.

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