Al igual que En el Sena, el álbum que Lágrima Ríos grabó en París en 2002 y que vio la luz en enero, la cosecha de discos uruguayos de 2025 acaba de sumar otro valioso rescate. Se trata de La historia de mis canciones, un vinilo doble que registra el histórico concierto que José Carbajal “El Sabalero” ofreció el 10 de abril de 2010 en el Teatro Solís. Allí, narró la inspiración detrás de sus mayores clásicos y, sin saberlo, selló un contundente testamento musical: seis meses después, fallecería a los 66 años en su casa de Villa Argentina.
El rescate, realizado por Rafael Bonilla desde la plataforma MUS, se acompaña de la filmación del concierto y fue uno de los dos últimos grandes proyectos que el autor de “Chiquillada” y “La sencillita” preparaba en vida. El otro era Ceibal Canta, una iniciativa de Plan Ceibal con la que planeaba ofrecer 120 conciertos en escuelas públicas de todo el país, interpretando su repertorio y celebrando a otros autores esenciales de la música local.
La historia de mis canciones, que tardó 15 años en convertirse en álbum, atravesó varios procesos antes de publicarse. Según cuenta Bonilla en diálogo con El País, el lanzamiento surgió a partir del material filmado de aquel concierto agotado en el Solís. El director de MUS, que antes estuvo al frente de los sellos Obligado y Remix y tuvo una larga amistad con el artista, trabajó en la edición del recital de más de tres horas para hacer una selección de 80 minutos.
El video se estrenó en enero de 2024 en la expoplatea de Atlántida que lleva su nombre, y desde entonces se ha exhibido en varios escenarios montevideanos, como la Sala Lazaroff, el Centro Cultural Artesano y la Sala Zitarrosa.
Luego, hizo una nueva selección —esta vez de 12 canciones y sus historias— para publicarlas en un vinilo doble a través de Montevideo Music Group. El álbum, que se puede comprar en la web de MUS ($2499), incluye dos sobres internos con las letras de los temas y una tapa desplegable con 11 retratos que, al igual que las canciones, recorren distintas épocas de la vida del artista. Es una belleza.
El concepto del espectáculo, según relató en 2010 El Sabalero a El País, nació de un proyecto trunco. “Tenía que volverme a Holanda y no tenía para el pasaje. Fue así que hablé con (Alberto) Beto Triunfo y él negoció con una radio para grabar una serie de 20 o 25 micros en los que yo contaba cómo había hecho mis canciones; luego se vestían con música”, explicó. El material se grabó, pero no se emitió porque “la persona que negoció el proyecto se fue de esa radio”.

Ese archivo fue crucial cuando el equipo del Solís lo contactó para ofrecerle que hiciera un show “medio exclusivo” en la sala principal. “Tuve la buena suerte de tener esas grabaciones, y además, de tener los textos por escrito”, contó. En esa relectura, confesó, se reencontró con el sentimiento que había alimentado cada letra. “Las volvés a vivir”, dijo.
Ese viaje introspectivo alimentó el espíritu del concierto. “Vestido de blanco, agigantado por las luces, con un aire de gurú”, como describía la crónica que el periodista Carlos Reyes escribió en estas páginas, El Sabalero ofreció uno de los recitales más emotivos de su carrera. Lúcido cronista de voz lijada, siempre fue un maestro del recitado —su disco Cuentamusa, de 1995, se construye en torno a esa faceta—, pero nunca había alcanzado una dimensión tan reveladora en su relato. La experiencia, para quien aún no escuchó el vinilo, puede asociarse a la de La casa encantada (1994), también grabado en vivo, filmado y acompañado por un sexteto.
Sin embargo, el concierto del Solís va más allá: mientras en La casa encantada evocaba un paisaje y una época como preámbulo de cada tema, en La historia de mis canciones desmenuza la inspiración y la construcción de cada letra, como quien revela su propio código creativo. Es, en definitiva, la puerta de entrada ideal para ingresar en el universo creativo de El Sabalero.
Y el arranque, con “Angelitos”, es un efectivo golpe emocional. Allí narra que aquella letra de 1979 fue compuesta en París, inspirada en los nombres de los niños secuestrados en dictadura que recibía a través de boletines clandestinos. “Esta canción tenía que ser dulce; no podía ser agresiva porque sino me iba a parecer a ellos, y yo tenía que sensibilizar a toda la gente”, explica. “Se me hizo muy difícil hacer una canción que llegara a los de derecha, izquierda, centro... y hasta a los indiferentes. Que fuera de denuncia, pero no gritada ni cargada de odio, porque corría el riesgo de que solo las víctimas la escucharan. Y yo quería que llegara también a los victimarios, que pensaran —si es que podían— y que devolvieran lo que se habían llevado”.
Tras esa introducción, El Sabalero se lanza a una canción que se volvió símbolo de una lucha, y en la que despliega su costado más cautivador como intérprete. Sabía que su voz cascada le impedía ser un gran cantante, pero en el arte de encarnar las canciones, era inimitable.
Basta escuchar cómo su voz danza sobre la “s” final de cada frase de “Angelitos”, elevándose y apagándose lentamente como el humo de un sahumerio, o cómo exprime el jugo rítmico de la “rr” en el estribillo de “Los panaderos”, en aquel “toque, toque y marra, y veremos quién la agarra”. Son esos gestos, aparentemente simples, los que confirman que su dominio de la palabra no terminaba en lo escrito: también brillaba en cada susurro, en cada énfasis, en cada silencio.
En La historia de mis canciones también revela, con razón, su sorpresa por el éxito que generó la carnavalera “A mi gente” (“Va nombrado personajes y situaciones una sola vez”, cuenta). Allí, admite que “Borracho con flores” no fue escrita para grabarse, sino para cantarse en asados entre colegas; y que “Johanna” fue una fugaz carta de despedida a su esposa, la holandesa Anke van Haastrecht.
El momento más significativo llega con “La muerte”, donde cuenta que la escribió para romper un tabú y asegurar que la única forma de enfrentarla es “con tanta vida”. Luego de casi seis minutos de una intensidad creciente, dispara:“La muerte andaba rondando, / Quién sabe donde andará (...) No te vayas vida mía, / Que esta puta, / Vieja y fría, / Nos tumba, / Sin avisar”.
Seis meses después, moriría solo en su casa de Villa Argentina. Pero para ese entonces, El Sabalero ya había forjado su legado: un puñado de grandes canciones que le ganaron a la muerte.
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