Uruguay baila cada vez más: las razones, y los beneficios para la salud, de aprender a bailar

Se puso de moda aprender a bailar, en particular bachata, mientras que un estilo clásico como la salsa sigue siendo popular. Una mirada a esta tendencia.

Hubo un tiempo que tal vez no fue hermoso, pero que representaba una seña de identidad y pertenencia: el uruguayo no bailaba. Al menos no sobrio. Con unas copas encima, y en ciertos contextos como un casamiento, podía animarse a tirar unos pasos, pero no mucho más.

Bailar era para mujeres y orientaciones sexuales no hegemónicas. Y para ciertos nichos, como el tango, la milonga, el candombe o el folclore. Paulatinamente esa postura empezó a resquebrajarse y ceder ante una actitud menos rígida.

En gran parte, eso se debió a la cada vez mayor aceptación de la música tropical a la uruguaya (plena y cumbia principalmente), una cultura indisoluble del baile. Pasito a pasito, el uruguayo empezó a quebrar caderas y moverse con pretendida gracia. Cuando el formato Dancing with the stars, que en esta región fue copado por Marcelo Tinelli (“Bailando por un sueño”) calentó las pantallas de la televisión abierta, el baile adquirió nuevos bríos. De repente, empezaron a surgir academias de danza.

Hace casi 20 años, el periodista Horacio Varoli publicaba un informe en El País, en el cual daba cuenta de que “Bailar está de moda. Y no sólo por un sueño. Cientos de uruguayos aprenden salsa, cumbia, hip hop, tango, merengue y géneros folclóricos. Según un estudio 90% son mujeres. La mayoría lo hace por diversión y van solas, en parejas o en grupos” (la nota en su versión original puede leerse acá).

“Fast forward” a la actualidad y a eso que Varoli consignaba en 2006 se le agregó la dupla salsa-bachata, que hoy es casi obligatoria en las escuelas de baile. Y aunque las mujeres siguen siendo mayoría, los hombres están yendo cada vez más.

Lo más reciente en sumarse a la movida del baile son los “sociales”. No son bailes estrictamente dichos. Más bien, se trata de una continuación de lo que se hace en las academias de danza. Primero se aprenden los rudimentos de salsa y/o bachata, y luego se va a los sociales a desplegar lo aprendido.
Pero no es la única novedad. Además de los sociales, también es cada vez más frecuente la llegada de bailarines internacionales, que vienen a dar talleres de formación.

El País conversó con varios de los y las protagonistas del Uruguay que baila, que dan su visión de por qué y cómo fue que el uruguayo empezó a bailar cada vez más.

El entusiasta

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Santiago Evangelista y Santiago Silva.
Foto: Darwin Borrelli.

Santiago Evangelista quería ser futbolista. Cuando no pudo alcanzar esa meta, encontró en el baile una válvula de escape al entusiasmo que lo caracteriza. Junto a Stella Miok da clases de salsa y bachata en Ciudad de la Costa, además de hacerlo en Montevideo junto a Jamila Saenz (la academia que codirige junto a su tocayo Santiago Silva se llama Fussion). Con el ímpetu que forma parte de su personalidad, él y otros de Fussion han impulsado a una comunidad de bailarines que a través de Whatsapp se organiza para salir a sociales, a comer o a juntarse porque sí.

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Integrantes de Fussion Buceo.
Foto: Darwin Borrelli.

Hace más de 20 años que baila, y se ha presentado tanto en el carnaval uruguayo con las tablas porteñas. “Cuando empecé a bailar, allá por el 2000, todo lo que era el baile social caribeño, por así decirlo, no era como ahora. Lo que pasa es que los ritmos caribeños tienen otra interacción, otra forma de bailar”.

Para él, dos factores contribuyeron al actual auge del baile. Por un lado, las redes sociales (en Instagram, por ejemplo, abundan los reels con tutoriales de pasos, como también en Youtube). Por el otro, la llegada de muchos migrantes de Venezuela y Cuba. “Antes, no se sabía tanto como ahora lo que se bailaba”. La llegada de migrantes aportó conocimiento y algo más de seriedad a lo que se enseña acá.

La metódica

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Marianna Medero junto a algunos de sus alumnos en Ritmo Bembé.
Foto: Darwin Borrelli.

Marianna Medero acaba de cumplir un año al frente de su emprendimiento, Ritmo Bembé, en Lagomar. Hace 15 años que baila, y ahora enseña en su propio espacio, que construyó en su casa y donde su vida familiar asoma en medio de su labor (su esposo Gonzalo se suma a menudo a las clases). Ella cuenta que venía enseñando hace un par de años, pero cuando puso a andar Ritmo Bembé, todo lo que ella había aprendido se consolidó en un mismo lugar.

Pero para llegar a eso, tuvo un camino algo accidentado. Medero empezó a formarse medio al tuntún, no tanto por ella sino porque no daba con una escuela que la hiciera sentir lo que ella estaba buscando. Cuando la encontró con Vanessa Grossi y Nicolás Marín en Montevideo Mambo, tuvo sensaciones encontradas: por un lado, la desilusión de sentir que había perdido tiempo. Por el otro, la alegría de haber hallado una manera de aprender con mayor rigor, más concienzuda y a fondo.

“A mí me gusta cuando me explican el por qué de algo, las razones por las cuales uno hace tal o cual paso”, dice y agrega que eso es porque ella también quiere poder transmitir eso en sus clases. “Porque una cosa es ser un buen bailarín y otra un buen docente. Que uno sepa bailar bien no garantiza que puedas transmitirle eso a otra persona”.

Aunque hoy ya tiene su escuela y también en torno a ella hay una comunidad que se organiza a través de Whatsapp, sigue formándose y se inscribe a cuanto taller especial pueda, además de que sigue yendo como alumna a Montevideo Mambo, para seguir incorporando nuevos conocimientos.

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Foto: Darwin Borrelli.

El comodín

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Foto: Difusión.

Nehemias Panizza tiene 36 años, y empezó a bailar a los 17. Pero no arrancó con el pie derecho. Un amigo le tuvo que insistir durante varios meses. Al final, se dejó convencer. “Siempre me gustó bailar, pero tuve una primera experiencia en donde no me hallé. A la segunda, luego de que este amigo me insistiera como por tres meses, entré y pegué onda con el grupo”. A partir de ahí, no paró más. Hace unos siete años, empezó a dar clases. A diferencia de las demás personas consultadas en esta nota, Panizza no trabaja en una escuela de baile. Va de boliche en boliche enseñando. Actualmente, enseña a bailar por $250 la clase en Lago Mar Íntimo, en Ciudad de la Costa. Y ahí se encuentra con todo tipo de personas, porque el público que constituye esta movida es de lo más variado.

—Según tu experiencia, ¿cuánto tiempo puede llevar empezar a bailar de manera más o menos aceptable?
—Depende de muchos factores, como la edad. Por lo general, cuanto más joven, más fácil. Pero en cinco o seis meses, ya estás bailando en un social. No serás un superbailarín, pero para un social alcanza. Ahora, si querés ser un buen bailarín, tenés que tener mínimo un año y, sobre todo, voluntad y constancia.

Los sociales

Bailar con todos

Hay excepciones a la regla de Panizza, como las hay para todas. Cada maestro o maestra con su librito. Algunos de los profesores dirán que no es necesario tanto tiempo, otros dirán lo opuesto. Lo cierto es que también depende en buena parte de la actitud de cada uno. Hay quienes se animan a ir a los sociales por más que no tengan el caudal de pasos que otros exhiben en la pista. Como también hay aquellos que aun habiendo acumulado muchas coreografías, se “achican” a la hora de encarar la pista. Para un no iniciado, puede ser algo intimidante llegar a un social, ver que muchos se lucen y sentir que el camino a recorrer es, tal vez, demasiado empinado.

Pero de nuevo: dependerá de la actitud de cada uno. Algunos irán a lucirse, otros (muy probablemente la mayoría) a divertirse y hacerle honor al nombre de la instancia para, justamente, socializar.

Algunos sociales —como los que empezó a producir la franquicia canaria de Fussion, que este domingo realiza su tercer evento— han empezado a tomar en cuenta esa barrera que separa a quienes ya tienen varias clases encima y los que recién empiezan, y ofrecen dos pistas: una para salsa y bachata, y otra para “pachanga”, o sea un baile como los convencionales, sin requisitos de conocimiento previos.

La mayoría de los sociales se hacen en boliches, y se cobra entrada. Pero también los hay gratuitos, como los que se hacen al aire libre en, por ejemplo, el Centro Cultural Goes los domingos. También empezaron a hacerse sociales en la rambla montevideana, en Plaza Alemania (se puede consultar este perfil de Instagram para más detalles. Ahí solo hay que ir y bailar. Una regla tácita: si te invitan a la pista, por lo general se acepta. Todos bailan con todos.

Los productores

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Marcelo Castro y Virginia Gil flanqueando al cantante de bachata Sebas Garreta.
Foto: Difusión.

Virginia Gil y Marcelo Castro están al frente de Bachata Perfect Night, una marca que produce sociales y, también, presentaciones de bailarines y músicos internacionales. Aunque el nombre de la marca alude al estilo musical que acá empezó a ser famoso con Juan Luis Guerra, BPN también le da espacio a la salsa.

Marcelo tiene muchos años de historia en el ambiente de la música bailable, mientras que Virginia tiene formación en relaciones internacionales y dirección de empresas. “Empecé a tomar clases de baile en 2023 y ese año también conocí a Marcelo. Ese mismo año empezamos a BPN”, cuenta Virginia.

Marcelo, por su lado, venía de ser bailarín y entre los dos se propusieron crear un espacio, al decir de Marcelo, “de calidad”. “Queríamos crear un producto que no existía en Uruguay, y darle más relieve a los ritmos latinos. Y lo logramos, con mucho trabajo y mucha paciencia”.

“Nuestra idea era generar un evento para toda la comunidad bachatera y salsera. Nos parecía que el ambiente estaba un poco estancado, y tenía un carácter exclusivamente local. Nos propusimos darle una proyección internacional”, aporta Virginia.

Así, empezaron a traer bailarines de otros países (han producido presentaciones de exponentes brasileños y peruanos, entre otros), no solo para se muestren sino también para que impartan talleres, para enseñar técnicas, intercambiar experiencias y mostrar lo que se está haciendo a nivel internacional en lo que refiere a estas disciplinas.

Además, también han producido eventos como “La fiesta de las academias”, lo que podría definirse como una noche de gala para los que forman parte de esta movida. El sábado 18 en el Club Vramian (Millán 3872), será la segunda edición de esa fiesta, con la participación de 21 escuelas de baile.

Los formadores

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Nicolás Marín y Vanessa Grossi, de Montevideo Mambo.
Foto: Difusión.

Vanessa Grossi y Nicolás Marín están al frente de Montevideo Mambo, una escuela de baile que no solo enseña salsa y bachata sino muchos otros estilos (cha cha cha, merengue, distintos bailes afrocubanos y más). Hace dos décadas que están en esto de enseñar, y por Montevideo Mambo han pasado tantos alumnos que muchos de ellos actualmente también enseñan. Para Vanessa sí hay un auge de la salsa y bachata, aunque también dice que esto va y viene. Hoy hay mucha demanda. Mañana puede que esa efervescencia amaine.

Según su visión, es principalmente la bachata la que es responsable de la atracción por aprender. “Se puso de moda porque suena mucho en las radios, y porque dentro de ese estilo es cada vez más común versionar todo tipo de canciones para que suenen a bachata”, explica y alude a casos como versiones “abachatadas” de clásicos del pop internacional como I Want It That Way (Backstreet Boys) o hits más recientes, como Lose Control, de Teddy Swims. “Al hacerse popular la música, eso lleva a que muchos quieren aprender a bailarla”.

—Son varios en el ambiente que se han formado contigo y Nicolás. ¿Se han especializado en eso, en formar a quienes luego serán instructores de baile?
—Se ha dado así. No todos, pero sí muchos se catapultaron desde Montevideo Mambo. Pero esta es una escuela de baile abierta a todos, tanto a principiantes como a bailarines más avanzados.

—¿Cómo ves el fenómeno de los sociales? Porque no es que a uno le tomen examen en la puerta del boliche, pero algo hay que saber.
—Para mí es un fenómeno que viene de la mano de los profesores de baile, que incentivan a sus alumnos a que vayan. Ahí se da la particularidad de que todo el mundo baila. Eso para un principiante puede ser un poco intimidante. Pero hay que tener en cuenta esto: nadie va estar mirando cómo bailás vos. Porque todos van a estar concentrados en bailar con su pareja.

En otras palabras: los bailarines no están registrando lo que pasa su alrededor, porque la atención está puesta en cómo llevar a cabo las figuras. No hay tiempo para fijarse en los demás. “Hay que perder el miedo y animarse”, dice Vanessa. “Porque equivocarse nos equivocamos todos. Pero es importante ir, para foguearse”.

—¿Qué sentís cuando ves, luego de tantos años en esta movida, que el baile –al menos en este momento– prendió?
—Me encanta, pero no solo porque ahora está de moda, sino por lo bien que hace. A mí me cambió la vida, y a mucha gente que conozco también. Más allá de la razón que a uno lo llevó a aprender, lo que causa el baile es siempre positivo: hacés ejercicio, generás endorfinas, conectás con otra persona, y conocés a gente de ámbitos muy diferentes. Se trata de un público muy heterogéneo, de distintas edades y profesiones… No sé si eso se da en otros ámbitos.

Para cuerpo, mente y espíritu

"Bailar es una actividad muy completa"

María Inés Nouzeilles es neuróloga, y se especializa en el tratamiento de la enfermedad de Parkinson. De acuerdo a lo que explica, el baile es una actividad beneficiosa por muchas razones. “Bailar involucra a la música, y ambas cosas –la música y el baile– nos hacen muy bien. Bailar es una actividad muy completa, te hace bien física, emocional y socialmente, ya que interactuás con otros. Además, fomenta la atención: hay que coordinar movimientos y secuencias. También se trabaja el equilibrio y la coordinación. Yo que me dedico al Parkinson, puedo decir que hay ciertas terapias que se hacen con música y baile, por ejemplo el tango, porque el ritmo bien marcado del tango ayuda muchísimo a los pacientes a mejorar la marcha y el equilibrio”, comenta.

El hecho de que el baile sea una actividad que involucre a la música, potencia los beneficios para la mente, agrega.

“Tiene un plus enorme, porque la música es la única herramienta que activa un montón de áreas en el cerebro al mismo tiempo”, dice. Según lo que expone, la música activa la corteza auditiva que procesa los sonidos, el tono, el timbre, el ritmo y la melodía. “Y después pasa a la corteza prefrontal, donde la música se vincula con nuestros recuerdos, con nuestras emociones”.

Y no termina ahí. Nouzeilles continúa: “Después está la activación de la amígdala, en donde se procesa toda la carga emocional que tiene esa música, que puede ser suave y calmarnos, o puede ser intensa y motivarnos y activar otras cosas”. Por todas esas razones, continúa, es que es importante que un musicoterapeuta sea una persona preparada, “Porque todo eso puede abrir puertas emocionales muy fuertes”, concluye la neuróloga.

Mucho antes de que la ciencia descubriera todos estos beneficios, filósofos y pensadores ensalzaban las virtudes del baile. Algunos atribuyen al filósofo estoico romano Séneca la máxima Qui cantat, deos laudat; qui saltat, deos imitatur, que traducida vendría a ser “Quien canta alaba a los dioses, quien baila los imita”, pero la atribución de esa frase a Séneca está discutida. Sin embargo, el sentido espiritual de la cita —la idea de que el canto y la danza son formas de armonía con lo divino— resulta coherente con ciertos pasajes del pensamiento estoico.

 

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