HISTORIAS
La segunda ola de la COVID-19 obligó a que muchos exámenes universitarios fueran online, desencadenando una serie de situaciones curiosas y hasta entonces desconocidas.
"Siento que el examen está dentro de casa”, le dijo Andrea a su esposo esa mañana encerrada en su cuarto. Su hijo Gonzalo tenía un examen de la carrera de Derecho, pero no era como los que Andrea daba en su época para terminar recibiéndose de profesora de inglés. ¡Este examen realmente estaba dentro de su casa!
La primera ola de la pandemia de la COVID-19 obligó a que varios exámenes universitarios dejaran de ser presenciales y que los alumnos debieran rendirlos por Zoom o por alguna otra plataforma online de la institución a la que concurren.
En el caso de Gonzalo se trataba del segundo examen oral que daba con estas características. El primero no había sido tan complicado porque eran pocos alumnos inscriptos y todo terminó en poco más de dos horas.
“Estuvimos todos presentes en la llamada y al que le tocaba dar el oral prendía la cámara y el micrófono y los demás estábamos ahí con la cámara apagada, pero seguíamos en la llamada”, contó. Ese día la única persona que estaba junto a él en la casa era su padre.
La cosa fue muy distinta en el segundo examen. El examen tenía un horario de inicio… lo que no se sabía era cuándo terminaba ni cuándo le tocaba exactamente a cada estudiante. Como eran muchos (24 personas), el profesor dividió la lista en grupos de cinco. El primer grupo se quedó en la llamada y a los demás se les pidió volver a determinadas horas.
Gonzalo volvió a la hora que le marcaron, pero ya se encontró con que el plan se había atrasado. “En teoría yo tendría que haber entrado 12:30 y terminé rindiendo a las 16:30. Tuve seis horas y media de espera”, cuenta.
El problema es que cuando entraban a la llamada quedaban en sala de espera, es decir, no podían saber lo que pasaba con el compañero que estaba rindiendo en ese momento. Y la espera podía llegar a una hora y media sin noticias y sin que pudieran salir porque si los llamaban y no estaban perdían el examen. En el caso de la Facultad de Derecho de la Universidad de la República eso es grave porque la sanción es no poder presentarse en el siguiente período.
“En un momento el profesor nos volvió a poner a todos en la llamada y nos avisó que tomaba un oral más, se iba a almorzar y volvía a eso de las 3, 3:15 de la tarde”, recuerda.
Mientras todo esto ocurría Andrea y su esposo seguían encerrados en su habitación, junto con la perra que, por suerte, es muy tranquila y se daba cuenta de que tenía que hacer silencio. El día había empezado bien temprano, desayunando, pasando un rato en el living y luego yéndose a la habitación para ver Netflix subtitulado, sin sonido. No podía volar una mosca. “La cabeza estaba en otro lado”, señala Andrea. Las horas pasaban y los nervios empezaron a aparecer como si estuvieran dando el examen, a tal punto que cuando todo terminó el cuerpo les quedó como si los examinados hubieran sido ellos.

La forma de control docente varía en cada facultad
Gonzalo cuenta que no tuvo muchas exigencias de parte de los docentes respecto al lugar físico en el que rendía los exámenes. “No nos exigieron mucho más que fuera un lugar en el que no hubiera ruido ambiente, que se escuchara bien y nada más”, dice. Agrega que le pidieron que en lo posible siempre estuviera mirando a la cámara y no a los costados. Pero tiene relatos de amigos a los que en otras facultades les solicitaron que hicieran un paneo de la habitación para ver qué tenían en el escritorio. Tatiana, por su parte, reconoce que en la modalidad virtual no hay mucha forma de controlar y que lo que se hace es apostar a la buena fe del estudiante, por lo menos en los niveles avanzados donde la cabeza ya es otra. “Yo entraba al aula virtual con mi cuenta y mi contraseña. Si hubiera querido se las podía dar a otra persona. Al nivel en el que estábamos quiero suponer que a nadie se le ocurrió hacer trampa”, señala aunque sabe que en otras materias pedían filmar el entorno.
Pros y contras.
“Lo raro de esta modalidad es que no sabés mucho lo que está pasando. Si fuera presencial, ves quién entra, quién sale, cuánto falta para que te toque”, dice Gonzalo, que hasta entonces nunca había tenido un examen oral en la carrera, así que se estrenó en modo pandemia.
Otra contra que existe es que puede haber problemas con la conexión o un apagón imprevisto. “En el primer examen, por ejemplo, en un momento dado al profesor que me estaba preguntando se le iba la conexión. Estuvimos como cinco minutos tratando de que se normalizara para que pudiese terminar de redondearme la pregunta”, recuerda sobre una situación que no hizo más que sumar nervios.
En el lado de los pros Gonzalo ubica que se ahorra el viaje a Montevideo, ya que vive en la ciudad de Las Piedras.
Lo mismo destacó Tatiana Gallo, quien también vive en Las Piedras y en diciembre se recibió de contadora. Su último examen lo dio por la plataforma de la Facultad de Ciencias Económicas de la Udelar.
Lo había dado en julio, pero perdió. “Fueron raros”, dice sobre la experiencia. Eran exámenes múltiple opción y lo que más le chocaba era que no tenía un docente a quién consultarle por dudas de la formulación de la prueba. “Entonces te ponés mucho más nervioso porque las interpretaciones no siempre son las de la Cátedra y después para ‘pelearlo’ no hay forma”, sostiene.
En este caso de examen escrito se abren salas de evaluación virtuales a la que entran los estudiantes y tienen la prueba cronometrada. Para el examen de Tatiana había dos pruebas separadas y cuando se terminaba el tiempo de la primera, se cerraba y ya no podía volver a ella.
“Eso te jugaba en contra porque estás todo el tiempo controlando el tiempo y no tenés el cronómetro tan a la vista. Además, tenés que ir resolviendo y marcando la opción, porque si se cierra y no marcaste, aunque supieras la respuesta, sonaste”, apunta quien pasó más ansiedad aún porque cuando se le cerró la prueba no se acordaba si había marcado todas las respuestas o solo se las había anotado.
Tanto Gonzalo como Tatiana confiesan que se sintieron extraños rindiendo exámenes así, pero reconocen que es una modalidad que ha venido para quedarse, al menos por un tiempo más.
“Sigue siendo un poco raro estar tanto tiempo sin ir a facultad, sin tener el contacto con los profesores. Falta al final de la clase acercarse a hablar con el profesor, hacerle alguna consulta, el contacto con los compañeros. Eso es lo que se extraña de la otra modalidad, pero uno se va acostumbrando”, sintetiza Gonzalo.
Hubo que ser padre, docente y psicólogo
Andrea no solo experimentó el uso educativo de las plataformas virtuales como madre de Gonzalo, sino también como docente. Ella y su esposo son profesores de secundaria, ella de idioma inglés y él de informática. “Tuvimos que compartimentar la casa en tres”, cuenta sobre lo que ocurrió hasta junio, cuando vivían en otra casa. Gonzalo tenía las clases de facultad en su dormitorio, ella era la dueña del comedor y su marido del living. “Yo siempre digo que en la pandemia hemos abierto las puertas de nuestra casa, que antes era nuestro refugio. Todo el mundo conoce mi bliblioteca”, dice entre risas. La otra invasión a la privacidad que sintió fue que su número de teléfono pasó a ser de dominio público porque había que armar grupos de WhatsApp con los alumnos para comunicarse.
Lo positivo que rescata, donde sintió que estaba dando una mano muy necesaria, fue en intensificar más aún el rol de psicólogo que muchos docentes ya tienen de por sí. “Cuando veías a los alumnos en la pantalla era como un aire fresco que te entraba”, apunta y sabe que algo similar ocurría del otro lado. “Me pasó en el Instituto Anglo, que una mamá me dijo ‘mañana es el cumpleaños de Juan y está muy triste’. Era abril y no iba a ver a nadie, solo papá, mamá y el hermano. Les avisé a los demás alumnos y les hice buscar lo que tuvieran en casa de algún cumpleaños. Entramos como todos los días, él estaba con carita triste y en un momento nos pusimos todo y la cara de ese niño se transformó, estaba feliz”, recuerda la profesora. También tuvo que prestar oído para las quinceañeras que quedaron sin su fiesta de 15 o para los adultos del liceo nocturno, muchos de los cuales perdieron su trabajo y los docentes debieron luchar para que no abandonaran los estudios.