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Sin buscarlo el tejido a dos agujas se apoderó de su vida e inició un exitoso emprendimiento

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Mariana Rissolini

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Mariana Rissolini es una joven estudiante de Diseño de Modas que superó los prejuicios que existen en torno al tejido por la edad, tomó las agujas y se lanzó al mercado.

Siempre la rodeó la lana. Su padre hacía telaresy tapices y Mariana Rissolini estaba ahí, a su lado. “Pero no lo veía como algo que yo fuera a hacer, la técnica no me resultaba cómoda. Él fue creciendo en las cosas que hacía y yo lo empecé a ver como algo más atractivo”, cuenta.

Pero no era por ahí su camino. Lo empezó a tener más claro cursando la carrera de Diseño de Modas, tanto en la ORT como en la UTU. Fue ahí que por el 2018 se cruzó con la materia Diseño Textil que, entre otras cosas, les enseñaba a tejer a dos agujas. “Se me hizo súper fácil, me enamoré enseguida de la técnica porque era algo que podía hacer en cualquier lugar, mientras hacía otra cosa”, dice.

Mariana Rissolini
Foto: L. Mainé

Igual seguía sin ser el momento porque apenas fue una carrera de Facultad que cursó, aprobó y quedó por ahí. Recién en la pandemia se dio el clic. “Me había sobrado material de lo que había utilizado para las entregas de Facultad, tenía las agujas y me puse a tejer”, relata. Entonces el interés comenzó a crecer, favorecido por unos cursos intensivos de teñido natural de la lana que realizó con su padre. Así pudo conocer a mujeres del interior que hilan a rueca y tiñen la lana con productos naturales, como cáscara de cebolla u hojas de anacahuita.

El asunto se estaba poniendo cada vez más atractivo, al punto que un día se dijo “¿por qué no ir por ahí?”. Se decidió a abrir una cuenta en Instagram y probar cómo le iba mostrando lo que tejía. El primer apoyo fue de la familia pero, de repente, “empecé a crecer y a crecer y me copé mucho con el tema de la estética y la comunicación”.

Mariana Rissolini
Foto: L. Mainé

Por ese entonces ya vivía sola con su abuela. Había venido a Montevideo desde la Costa de Oro, donde vive su familia, para estudiar. Con el tiempo se fue quedando hasta instalarse por completo. Y cuando la pandemia obligó más al encierro que a otra cosa empezó a tejer cuellos de lana, bufanditas cerradas. Un trabajo muy sencillo para el cual su abuela le hacía de modelo y ella le sacaba fotos.

Luego le siguieron los chalecos, pero de forma tan natural que Mariana seguía sin verlo como algo a lo que dedicarse en un futuro. Hasta que en un momento se dijo “quiero hacer algo para mí ahora” y se abocó a tejer prendas. Las redes sociales y el boca a boca trajeron a las clientas y estas comenzaron a demandar cada vez más cosas.

“Hice un saco, después prendas más grandes y seguía diseñando. También probé con cosas distintas cuando me proponían algo personalizado”, recuerda. Ya era un emprendimiento serio para el que sus amigas le servían de modelos. Algunos influencers, como una prima con muchos seguidores por su actividad en el modelaje, hicieron el resto.

Lana tipo corriedale y tres colores básicos

La principal lana que utiliza es corriedale, aunque existe la posibilidad de usar merino. “La hilan a rueca y la tiñen con productos naturales en San José”, detalla Mariana.

Son tres sus colores característicos: crudo, beige y verde. “Es una gama bastante calma, nada muy estridente”, destaca. Predomina el talle over size, que hoy está muy de moda por la necesidad de quedarse más en casa por la pandemia.

También le gusta mostrar su proceso de trabajo, involucrar a su persona y que Rissolini no solo sea una marca de indumentaria. Eso incluye desde decir lo que opina hasta mostrar cuando se equivoca tejiendo.

Dado lo bien que vienen dándose las cosas, sabe que en algún momento va a necesitar quien la ayude. Por ahora recurre a una persona que trabaja en su casa y si se llega a complicar más aún, cuenta con una lista de personas a quienes acudir.

Mariana Rissolini
Foto: L. Mainé

In crescendo.

“Como empecé sin ningún plan, era tirarme al lago y ver si nadaba o me ahogaba”, señala sobre sus comienzos.

Poco a poco fue armándose una clientela de mujeres jóvenes, fundamentalmente entre los 20 y los 40 años, que quieren ser independientes, crecer y sentirse cómodas.

Si bien ese es el perfil básico de quienes le compran, Mariana está abierta a recibir pedidos de quien sea. Es así que la han contactado desde hombres hasta la madre de una bebé de dos años para la que por estos días está tejiendo bucitos. Y puede ocurrir que le pidan algo que vieron en sus publicaciones de Instagram, como que le hagan pedidos especiales, a medida.

“Que la gente confíe en mí para hacer algo que en realidad nunca mostré, está buenísimo y así también yo aprendo. Es algo muy experimental, me llegan pequeñas ofertas para hacer cosas diferentes que me copan y en las que en algún momento espero poder seguir creciendo”, apunta.

Mariana Rissolini
Foto: L. Mainé

Sembrando la asesoró en el contenido de Instagram

Mariana se enteró por su madre de la existencia del programa Sembrando, que impulsa la primera dama, Lorena Ponce De León, para asesorar a emprendedores. “Me dio por probar, ni siquiera pensé que me iban a contestar”, recuerda.

Varios meses después recibió el mensaje preguntándole en qué área necesitaba asistencia y eligió marketing. Justo se dio la casualidad que con la mentora designada, Karen Zak, la unía un conocido en común, así que el vínculo se dio de forma más abierta. “Ella quedó muy impactada porque los productos se veían muy bien y fascinada con la página de Instagram. Entonces solo me aconsejó que agregara la tienda de Instagram y que en los posts contara un poco más de mi historia”, detalla Mariana.

Es así que si ingresamos a @rissolini.uy o a @mari.rissolini no solo podemos conocer la variedad de prendas que teje su autora, sino también muchos detalles de su día a día.

Mariana Rissolini
Foto: L. Mainé

Superó los prejuicios.

Mariana tiene 21 años, una edad bastante alejada de la ancianita o de la mujer de mediana edad con la que se asocia al tejido en dos agujas.

“Me lo han dicho, pero siempre de manera positiva, nunca algo como ‘no puedo creer que lo hagas’ o ‘no confío en que puedas hacerlo porque sos tan joven’. Siempre fueron más reacciones de sorpresa, del estilo ‘¡guau! Tenés 21 años y estás haciendo una técnica que no es común en tu edad’”, destaca.

Pero reconoce que los prejuicios estaban, incluso de su parte, porque le costó darse cuenta de que eso que primero hizo como obligación curricular, terminó por convertirse en una de las materias de facultad que más disfrutó. Ha llegado a probar otras técnicas y materiales, pero solo para confirmar que el tejido es lo que realmente ama.

“Estoy todo el tiempo en eso; mi hermano me dice ‘¡salí del cuarto a hacer otra cosa, por favor!’ y salgo y me pongo a tejer en el living. O sea, hago lo mismo pero en otro lugar”, cuenta y recuerda cuando durante un partido de la selección uruguaya puso a toda su familia a desmadejar lana. “Éramos una pequeña empresa, todos estábamos en la misma”, apunta a las risas.

Mariana Rissolini
Foto: L. Mainé

Reconoce que es una actividad que se le da de forma muy natural y sabe que la sangre ha tenido su que ver. La influencia paterna está allí y cuenta con orgullo que tanto ella como su padre fueron seleccionados por la iniciativa Uruguay Teje de Texturable para impulsar sus respectivos emprendimientos. Ella tejiendo; su padre con telar, técnica que ahora se dedica a enseñar.

Confirmado, Mariana encontró su pequeño lugar en las dos agujas. “Sigo investigando y queriendo aprender cosas diferentes. Capaz que en algún momento me encariño con la técnica que hace mi padre y me pongo a practicarla; nunca se sabe, ¿no?”.

Mariana Rissolini
Foto: L. Mainé

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