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Carlos Pagani diseña aros con distintos motivos que encierran una historia. Su fuerte es el trabajo en ferias internacionales en las que le va muy bien.
"¡Dejate de embromar con ese trabajo! Cambiá que te van a morder”, le dijo su amigo allá por fines de los años 60. Por ese entonces Carlos Pagani tenía 15 años y se dedicaba a cazar ofidios. Los mandaba a un centro de San Pablo y le pagaban US$ 40 por cada ejemplar.
“Era una barbaridad, mi padre tenía que trabajar casi una semana para ganar eso. Le digo más… (silencio), a mí me daba vergüenza entrar a mi casa”, recuerda y se emociona.
Las palabras de su amigo hicieron efecto y empezó a aprender a grabar.
“No a calar. Era muy difícil en aquella época porque se hacía todo manual”, aclara.
Primero le enseñó su amigo; luego el amor por una chica porteña lo llevó a Buenos Aires y allí consiguió mucha más información. A la capital argentina llegaban más insumos, aunque no exactamente lo que necesitaba. La diferencia estaba en que desde allí era más fácil hacer pedidos a Europa.

“Pedí a Inglaterra un manual sobre grabado en plata en joyería. Estoy hablando del año 1975. Entonces apareció un planito muy elemental de cómo se podía grabar por pulverizado”, dice quien por ese entonces todavía seguía trabajando con los ofidios para asegurarse la entrada económica.
“Yo iba y venía. Todo eso duró hasta que se acabaron los trenes en Uruguay. Ya me había separado y me quería ir a España. Lo hice y allá me contacté con empresas que me ayudaron a desarrollar esta técnica”, cuenta a El País.

Calado del metal en ácido es la técnica a la que hace referencia. “En Uruguay somos los únicos que lo hacemos. En América Latina, en todas las ferias que he hecho nunca vi algo igual, no tenemos competencia. Pero estoy seguro que en algún lado de China alguien lo tiene que estar haciendo, pero no lo he visto, ni siquiera en Internet”, afirma el artesano.
Entonces relata que lo que sí es más común es el calado con láser. “Se cala sobre un plástico especial y sobre madera muy fina. Debe de haber algún inconveniente para calar en metal porque solamente he visto motivos chinos en acero inoxidable en un espesor que solamente los chinos hacen”, explica. Lo que les cuesta a los chinos, según Carlos, es darles un diseño más universal.

Variedad de motivos.
En 55 años de trayectoria el artesano ha podido desarrollar todo eso que a los orientales les estaría faltando. Detenerse frente a su stand es toparse con infinidad de aros que pueden encerrar desde varios pasos de baile de una pareja de tango, pasando por muchos tipos de gatos en tejados, hasta las llamadas “pinceladas filosóficas”.
Tiene más de 400 motivos en bijouterie, cada uno concebido conforme a su forma de pensar o de percibir la vida. Y a todos ellos el calador los carga de contenido, algo que, según confiesa, lo ayuda a vender.

“Mi hija siempre me dice: ‘Papá, tendrías que dedicarte a la venta porque vendés muy bien’”, dice. Sostiene que “ponerle semanticidad al aro ayuda a vender un 30% más porque la mujer es muy curiosa”.
Incluso se puso a estudiar neurociencia para indagar en la psicología femenina.
Su exesposa lo acusaba de manipulador, él le respondía con ventas y un conocimiento certero de lo que le gustaba a la mujer en cada país.
Porque el fuerte de Carlos siempre fueron las ferias internacionales, con eso subsistió toda su vida. La única feria que hacía en Uruguay por respeto a su gran amiga Nancy Bacelo era Ideas+ o alguna otra para ayudar a su hermana si necesitaba.

Por eso confiesa que la pandemia de la COVID-19 lo dejó “en la calle” al cerrarse todas las fronteras. “Se complicó todo, espero que este año comiencen a abrirlas”, señala quien tuvo su época de bajón debido a las circunstancias.
“Ya hace 40 años que hago ferias internacionales, uno se hace amigo de los organizadores y me preguntan ‘¿cuándo volvés?’ Y siempre respondo lo mismo: ‘¡Acabame con esta pandemia que creeme que retorno!”, apunta entre risas.
Son pocos los artesanos uruguayos que realizan ferias internacionales porque son caras; hoy serían unos cinco o seis.
Carlos aprendió a encontrarles la vuelta, hacer buenos contactos y estar siempre invitado. Incluso entablar vínculos con clientas que luego lo han ido ayudando en distintas partes del mundo, como Italia, México, Argentina, Chile, Costa Rica... “La lista es larga”, acota.

Su primer horizonte 2022 es la Feria de Bogotá, en Colombia, a la que concurre desde 1992. “Por Uruguay la inauguramos nosotros, solo no estuve los últimos seis años”, señala.
Se hace en diciembre, pero ya en marzo hay que depositar el dinero para señar el stand. “Tengo mis dudas de si la voy a hacer por Dinapyme (Dirección Nacional de Artesanías, Pequeñas y Medianas Empresas), Uruguay XXI o solo. El tema es que un stand en Colombia sale US$ 2.600, no es barato. Hace dos años, cuando empezó el covid, hicieron una feria virtual, pero no es lo mismo”, cuenta.
Preparar una feria de esa magnitud le lleva un año entero porque es muy ambicioso en las ventas. Pero prefiere ir sobre lo conocido. Le ofrecieron ir a la Feria de Jerusalén, pero no aceptó. “No quiero meterme en zonas áridas y mucho menos por temas religiosos. Soy ateo y seguiré siéndolo”, asegura.
Carlos tiene su taller en Marindia norte, donde vive solo. “En parte por suerte y en parte no porque la soledad no es muy linda. Pero también me manejo los tiempos a mi gusto”, acota.
Su hija lo ayuda con las ventas y, si bien estudia ingeniería, también se entusiasma mucho con el dinero que se hace en las ferias. Por eso puso su carrera en pausa para dedicarse un tiempo a las ventas y ver si con eso puede viajar por el mundo.
En cuanto a Carlos, por estos días se está animando a negociar para viajar a Arabia Saudita gracias a un amor colombiano de ascendencia árabe que le hizo el contacto. Eso lo ha llevado a aprender bastante de esa cultura, muy diferente a la cultura occidental.
“A mí porque me gusta todo eso, sino no lo haría. Ya voy a cumplir 70 años, me queda poco camino, así que me voy a sacar el gusto con lo que me gusta hacer. Seguiré hasta el final de mis días con esto”, sostiene convencido.

Todo lo que hace tiene una idea detrás
Taller Steca Artesanías se llama el taller de Carlos Pagani. Lo tiene en su casa, en Marindia norte.
Además de hacer aros con infinidad de motivos, realiza adornos de mesa, módulos de luz, móviles; siempre con algún tema detrás. “El último que hice, que mandé a una Facultad de Cuenca, fue sobre la explotación que se hizo en la selva, en el norte de Ecuador, y que afectó a grupos étnicos y a la fauna”, cuenta quien da mucha importancia a los ideales.

Dónde encontrarlo
Taller Steca Artesanías tiene página en Instagram. También se lo puede contactar escribiendo al mail decirtequisiera@gmail.com o en el 098 807230.