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BALANCE 2022

Gabriel Calderón habla del año en que hizo arder la Comedia Nacional y defiende el peligro del teatro

El dramaturgo analiza su primer año como director de la Comedia Nacional: qué busca y por qué "Esperando la carroza" fue un hito sin precedentes.

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Gabriel Calderon
Gabriel Calderon, dramaturgo, actor y director de teatro uruguayo, director de la Comedia Nacional.
Leonardo Maine/Archivo El Pais

Gabriel Calderón no habla de números. Apenas dice que ocho de los 11 espectáculos que estrenó en este, su primer año como director de la Comedia Nacional, tuvieron, en alguna ocasión, entradas agotadas. Y nada más. Cada vez que una cifra está a punto de aparecer en la charla, Calderón se frena, arquea la mirada, y corrige la senda de su frase. “Viste que no te lo digo, ¿no?”, se jacta en un momento de su estrategia pequeña y efectiva.

Calderón quiere otra cosa. Quiere que el público vaya a ver a la Comedia Nacional porque sabe que está pasando algo. Porque lo escuchó, lo vio, se enteró, lo supo, y no por las entradas vendidas o las promesas lanzadas. Quiere que el elenco estable despierte curiosidad y abra, invite, encienda. Que arda. Y para eso, dice, hay que hacer un teatro “más distinto”.

En 2022, el primero de los tres años de gestión que tiene previstos en la Comedia Nacional, Calderón y su equipo hicieron mucho. Estuvo el muy comentado Estudio para La mujer desnuda, de Leonor Courtoisie sobre novela de Armonía Somers, que terminó con fuego en la explanada del Teatro Solís y fue todo un experimento. Estuvieron Todo su asco del mundo, de Thomas Bernhard con dirección de cinco mujeres; Constante, con el propio Calderón y el chileno Guillermo Calderón sobre texto de Calderón de la Barca —una joya—; y La trágica agonía de un pájaro azul, comedia punzante de Carla Zúñiga, otra chilena, dirigida por el joven Domingo Milesi. Estuvieron los tres títulos de la Trilogía de la Indignación y Las actas, coproducidas por la Federación Uruguaya de Teatros Independientes. Y Tiempo salvaje, el monumental montaje de Josep Maria Miró; El salto de Darwin, con el debut de Roxana Blanco en dirección, y Esperando la carroza, un hito popular.

Se impartieron charlas, se sumaron becarios, se hicieron giras y se acaba de abrir el llamado a concurso para sumar a ocho nuevos actores y actrices.

Sobre todo, para englobarlo todo, hubo un único deseo: el de arder. Porque el teatro, defiende Calderón en charla con El País, es lo que se escribió en Constante: algo que mancha. Un peligro.

Cuando pregunto por ese concepto, Calderón reconoce que siempre habla de lo positivo porque es así, entusiasta, ferviente. Pero que hay una parte del teatro que es pretenciosa, que es horrible. Que claro que entiende la crítica en redes: que cómo no los van a mandar a laburar si ellos, los que actúan, están todo el tiempo jugando. Que a veces cree que les debería dar vergüenza hacer teatro cuando hay una guerra, un futbolista condenado a la horca, mujeres asesinadas. Que no puede ser, y que, sin embargo, una buena obra de teatro puede transformar una vida. Y que por eso lo hace. Porque “si fuéramos ese factor para alguien, salvamos gente. Salvamos gente, y no agarramos un arma”, dice Calderón, y entonces llora. Y dice que si fracasan, será con éxito. Que ahora lo único que queda es esto: sostener el fuego.

—¿Qué creés que comunicó este primer año de tu Comedia?

—Es algo que me gustaría que fuera respondiendo la gente. Tengo una aspiración, y creo que este año fue un gesto, que es que la Comedia sea algo que cuando la tocás, pensás en ella o vas a un espectáculo, te abra. Que vayas a tener una experiencia nueva, que todo lo que pase ahí amplifique tu vida. La Comedia era algo en la mente de la gente y logramos abrir esa percepción, y ahora están más expectantes. Hay muchísima gente que me dice: “Qué bueno lo que están haciendo con la Comedia”, que nunca vino a ver una obra. Y eso me gusta. Si yo tengo llenas todas las salas todo el año, tengo 100 mil espectadores. Es muy poco. A mí me gustaría tocar a mucho más que 100 mil personas, y tenemos que llegar a eso de esta manera: pensándonos sin dejar de hacer obras, que es nuestro corazón, pero sabiendo que es un cuerpo que tiene muchas más posibilidades que solo latir.

La Comedia era algo en la mente de la gente y logramos abrir esa percepción

—¿Cómo opera la creatividad en un ámbito como este, de dirección pero de gestión?

—La gestión o la administración, con el tiempo nos va sacando la peor cara, y quien lidera un espacio debe trabajar mucho para encontrar la mejor cara. La Intendencia es una empresa que es como un monstruo, miles de empleados y subunidades, pero por otro lado es un ejército de servidores públicos que están dialogando y moldeando la ciudad. La idea de ser un servidor público y tener en tus manos el poder de generar cosas, esa idea me sigue entusiasmando. Ahora, estos tres años que voy a estar, parte de la energía y de la alegría que tengo es porque dura tres años; si me dijeras que dura ocho, capaz me lo tomaría con más calma. Son tres, y por eso hacemos tanto: porque se nos va el tiempo. Entonces estoy entusiasmado. Estoy cansado, agotado, pero no estoy solo. El elenco es maravilloso. La sola idea de saber que vos trabajás para Alejandra Wolff, Roxana Blanco, Juan Antonio Saraví, (Florencia) Zabaleta, Stefi (Neukirch), Diego Arbelo, yo que sé; son un ejército de talentos de los que algún día voy a decir: “Yo era su director cuando ellos eran la Comedia”.

—Tu teatro suele estar asociado a lo intelectual. Este año la Comedia hizo mucho que tiene que ver con eso, pero también hizo Esperando la carroza, que está en otra vereda. ¿Costó armar esa conversación?

—Lo que tenía claro al entrar era que la programación de la Comedia no puede ser lo que a mí me gusta. De La mujer desnuda a Esperando la carroza hay un mundo de experiencias, y me gusta mucho que las dos agotaron. ¿Cuesta? Muchísimo. Pero no solo yo pienso la programación. Esperando la carroza la propuso el Departamento de Cultura, por el centenario de China Zorrilla. A veces parece que todo se le ocurre a un director artístico, pero las ideas vienen de todos lados. Lo de Esperando la carroza, y mirá que yo he visto cosas, es algo que nunca vi: esa respuesta popular, una obra que ponemos en venta y un mes antes de estrenar está agotada, que llevó 5.000 personas al Teatro de Verano, el estreno en San José y el nivel de participación de la gente con la obra, nunca lo vi. Para mí, eso es una lección, y tiene que tener lugar en la Comedia. Lo que no puedo permitir es que la Comedia sea solo eso.

Lo de 'Esperando la carroza', y mirá que yo he visto cosas, es algo que nunca vi

—Este ciclo de la comedia tuvo bastante de lo nunca hecho: esto de Esperando la Carroza, las coproducciones con el teatro independiente que hasta ahora parecían modelos antagónicos, el debut de Roxana Blanco como directora, una experiencia rupturista como la de La mujer desnuda y hasta detalles instagrameables como los carteles de neón en la fachada. ¿Y el ego dónde queda?

—Está. El ego sano en tratar de ser un factor dinamizador de algo que la ciudad no tuvo. Es donde yo me inspiro y digo: puedo servir para mi ciudad. Eso me hace agarrar un compromiso grande y tratar de arriesgar mucho. Cuando concursaba, lo primero que le dije al elenco y al Departamento fue: si ustedes quieren un director que elija las obras del año y las haga, no me elijan a mí; yo quiero hacer otra cosa. Eso me da mucha satisfacción a nivel personal. También sé que este es el momento de subir, que se va a agotar y va a generar algunas heridas en un momento, y van a aparecer otras voces disonantes o alguien que no va a estar de acuerdo y voy a tener que bancar, con la misma cara que banco esta nota, a alguien que diga “pero”, “pero”, “pero”. Lo que no quiero es que ese miedo no me deje hacer un trabajo en el que yo creo. Lo que hizo la Comedia este año es algo que puedo firmar. Y me da orgullo.

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