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Gabriel Calderón: "En la Comedia Nacional estamos obligados a arriesgarnos"

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Gabriel Calderón

Entrevista

El director y dramaturgo charló con El País antes del estreno de las primeras obras de su primera temporada al frente del elenco oficial de Montevideo

Este es un fin de semana especial para Gabriel Calderón: se estrenan las dos primeras obras de su gestión como director de la Comedia Nacional.

Son dos puestas exigentes. Todo su asco del mundo la dirigen cinco mujeres y se basa en siete textos breves del austríaco Thomas Bernhard, que suele se tan fascinante como árido. Estudio para la mujer desnuda es la adaptación de una novela de Armonia Somers, a cargo de Leonor Courtoisie, quien también dirige.

Calderón, quien puso en pausa su carrera internacional para concentrarse en un desafío que lo tiene entusiasmado, recibió a El País en un barcito que parece París pero que queda enfrente de su oficina, ahí en el Teatro Solís.

—¿Cómo pensó el comienzo de su primera temporada como director de la Comedia?

—Quería darle esta impronta de arrancar con seis mujeres jóvenes que dirigen desde un autor muy complicado comoBernhard a una autora con una narrativa compleja como Armonía Somers. Todo eso me representa, pero después el resultado es de ellas y las representa a ellas. La Comedia Nacional es solo el instrumento.

—¿Qué se contempla para armar una programación?

—Por un lado, diversidad: no programo lo que me gustaría ver a mí sino que contemplo otros gustos, otros criterios. Y trato de pensar también a largo plazo. La Comedia es un lugar al que se puede llegar después de muchos años, pero también un lugar donde se pueden hacer ciertas armas para, a largo plazo, ser alguien. Me gusta ver a la Comedia no como un techo, sino como una plataforma.

—¿Y es buen lugar para eso?

—La Comedia es un lugar para que emerja gente. Hay un riesgo que se toma de manera distinta en un teatro público, uno privado, o uno independiente. Y eso hace que nosotros estemos obligados a arriesgarnos. No quiero decir que para que el teatro enseñe tiene que hacer esto o lo otro, pero sí que cuando reducimos el teatro a solo una experiencia convocante, gustosa, divertida, le estamos ahorrando al público un mundo de experiencias.

—Habla de impulsar nuevas voces. ¿Quién hizo eso por usted?

—El Teatro Circular me dejó hacer mi primer estreno con 19 años. En 2005 tenía Mi muñequita, Uz, el pueblo; Morir (o no) y Las buenas muertes, cuatro obras en un fin de semana.

—Cuando asumió, uno de los primeros en saludarlo fue Martín Inthamoussou, su compañero de Complot y que hoy preside el Sodre. ¿Qué le aporta su generación a la función pública?

—Si uno tiene lengua larga para andar reclamando y quejándose, cuando lo llaman a trabajar, tiene que tener espalda para intentarlo. Es una responsabilidad personal. Cuando empecé a hacer teatro no había fondos para teatro; en la Dirección de Cultura tenían muy pocos programas, el Sodre y el Solís estaban cerrados; no había tecnicatura universitaria de Dramaturgia; no había Ley de Seguridad Social para los artistas. Hoy nos falta muchísimo, pero esa generación en 20 años consiguió ciertas cosas. El camino es largo, pero si nos ponemos a laburar, hay cosas que se logran. En un país tan chico no nos podemos dar el lujo de decir: “yo soy artista y nada más”, y cuando nosotros no pensamos estas cosas alguien las está pensando, y si ese alguien no está vinculado, probablemente las decisiones que se tomen sean parciales.

—En su caso, ¿cuánto hay de artista en el gestor y cuánto de gestor en el artista?

—Hay muchos valores en la gestión que para mí son profundamente artísticos. Un gestor piensa una idea y lo organiza todo. Toni Puig decía que el teatro es gente ordinaria haciendo cosas extraordinarias. Eso me lo ha ido confirmando la gestión y, por ejemplo, acá la Comedia Nacional. Quiero que la gente venga a ver una programación, pero hay muchas cosas que son pequeñitas y que estamos haciendo que para mí son esenciales: recuperar que vengan artistas a trabajar, hacer concursos, que vengan jóvenes, llegar al interior.

—¿Cómo fue cambiando el vínculo de su obra con el público?

—Durante mucho tiempo traté de generar un diálogo genuino y honesto con los espectadores. Una vez un señor salió enojado de una obra y me dijo que a él no le gustaba eso. Y yo le dije: “Pero tranquilo, hay tanto teatro en esta ciudad, que para qué pedirme a mí lo que a usted le gusta y que seguramente lo va a encontrar en otra sala”. Esa mirada me dio mucha calma y me enseñó que no tengo que contemplar a nadie sino ser honesto conmigo. Y ahí fui encontrando cada vez más público que le gustaba la canción que yo cantaba. Y eso es muy distinto a que yo me dedique a cantar las canciones que le gusta a la gente. Es parecido pero no es lo mismo.

—Pero ahora las canciones tienen que ser para todo el mundo.

—El desafío es tratar de entender por qué a otra gente le gustan canciones que a mí no me gustan. Así que probablemente estrene títulos que no haría, ni me tienen por qué gustar. Ese es el desafío de la gestión pública: tratar de contener los gustos y las necesidades de una ciudad en una programación.

—Llegar a dirigir la Comedia Nacional es una suerte de culminación en una carrera como la suya que ha tenido otras culminaciones. Por ejemplo, estrenar tres obras en París...

—Haber salido afuera me ayudó a ver que el camino es tan largo, que uno es un pequeño eslabón de un camino de otro también. Uno lo vive con mucha alegría y con mucha efervescencia, pero hay algo de eso que calma: si sale mal, tranquilo. Cuando estrené una trilogía en París y las estaciones de metro tenían mi cara, me acuerdo de una nota que decía “Calderón conquista París”. Entiendo el título pero qué se imaginará la gente que hago en París: estaba en un galpón ensayando 10 horas por día. Todos los artistas que estamos en el extranjero estamos trabajando, y muchas veces soñando con volver.

—¿Qué ven en usted en esos mercados?

—La fragilidad del sistema uruguayo hizo que yo estrenase a los 19 años, y a partir de ahí estrené siempre. Un teatro no profesional desde lo económico, pero muy profesional desde lo artístico, me hizo dirigir actores que me triplicaban en edad. En el mundo esa experiencia muy valorada. Y cuando no hay plata en el teatro se sacrifican vestuarios, escenografía, tecnología, pero nunca actores y dramaturgia. En Europa la fortaleza del sistema hace que muchas veces no se tiene que basar ni en los actores ni en la dramática, sino que la espectacularidad del trabajo hace que ya valga la experiencia. Yo trabajo en teatros con posibilidades y presupuestos, pero siempre pienso en pequeño.

—Y ahora usted está acá...

—Mi sueño era trabajar en Montevideo en la compañía con mejores condiciones, y agrandar oportunidades para que otros jóvenes tengan la oportunidad que tuve cuando era joven. Tengo tres años para hacerlo.

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