Cómo certificar la condición de clásico de un dramaturgo sino es con la coincidencia de dos de sus obras en cartel. Hoy en Montevideo hay dos Arthur Miller.
Son Todos eran mis hijos que va en El Galpón dirigido por el británico-uruguayo, Anthony Fletcher y Las brujas de Salem en versión del español Andrés Lima en el Teatro Solís.
Así con dos extranjeros, la capital está tomada por Miller, el autor también conocido por Muerte de un viajante, haber sido marido de Marylin Monroe y ser una figura del siglo XX.
Todos eran mis hijos, que El Galpón ya mostró en 1998, es un drama doméstico ambientado tras la Segunda Guerra Mundial. Se centra en Joe Keller, un empresario que vendió partes defectuosas para aviones de guerra, lo que causó la muerte de su hijo y otros pilotos. Hay una película de 1948 con Edward G. Robinson y Burt Lancaster.
En la versión de Fletcher, un londinense radicado en Uruguay, están Marcos Acuña, Alicia Alfonso, Alejandro Busch, Andrés Guido, Soledad Lacassy, Marina Rodríguez y Pablo Varrailhón. Las funciones son sábados a las 20.30 y domingos, a las 19.00.
En el Solís, Lima dirige a la Comedia Nacional en Las brujas de Salem, una de las obras más conocidas de Miller y que ha conocido versiones en cine con Yves Montand y Daniel Day-Lewis como John Proctor, el héroe. Ahora lo hace Diego Arbelo.
Miller utilizó la persecución de un grupo de mujeres acusadas de brujería en el sigloXVII como símbolo de la caza de comunistas de la década de 1950 en Estados Unidos.
Hoy se realizará la segunda función de preestreno de las brujas de Salem a beneficio de la Fundación Amigos del Teatro Solís; es las 19.00. Desde esta semana tendrá funciones jueves, viernes y sábados a las 20.00 y domingos a las 19.00. En las vacaciones, habrá funciones martes y miércoles a las 20.00.
Sobre esta coincidencia de dos puestas de Miller y qué lo hace un clásico, El País charló con Fletcher y Lima.
—¿Por qué Miller ahora?
Lima: Es sencillo: porque es muy bueno. Nos sigue interpelando a pesar de estar escrito hace años y de referirse a un tiempo aun más lejano: es sobre la cacería de brujas del macartismo pero situada en 1692. La obra es muy oportuna para como está el mundo ahora, con la reelección de Trump después del asalto al Capitolio, con la regresión en derechos civiles en gran parte. Es sano hablar de ello.
Fletcher: Leí este texto en 1982, a los 16 años. Era muy valorado, pero yo no tuve un vínculo fuerte con él. Pero trabajándolo, me pasó exactamente como a Andrés: me interesó su vigencia con eso de exportar la guerra y enriquecerse. Y ha sido muy interesante redescubrirlo. En general, lo que hacen en Londres con Miller es que ponen a una figura famosa para que se luzca y tiene más que ver con la actuación que con el texto. Pero cuando se le saca toda esa cosa, se ve a alguien que escribiendo de forma muy personal, sobre cosas que siguen siendo muy importantes.

Lima: Cuando Miller gana el Pulitzer, sus obras pasan a ser de Broadway. Sin embargo, se enfrentó políticamente al poder, y sus obras, más que del star system, son retratos sociales.
—¿Cómo trabajaron todo eso?
Lima: El texto se conserva con las traiciones inevitables de recortar o por la propia traducción pero el texto se defiende solito. Sí intervine con una especie de prólogo y epílogo porque Miller lanza la piedra desde 1692, rebota en el agua en su tiempo y vuelve a rebotar hoy. Eso sí, la ilustración musical nos sitúa absolutamente en la contemporaneidad. Por ejemplo empezamos con “YMCA” de Village People, que es la música oficial de las campañas de Trump. Y a partir de ahí no hace falta decir nada porque la música ya habló, y a Miller le damos la palabra.
—¿Cómo fue su puesta de Todos eran mis hijos?
Fletcher: Con un texto así solo hay que representarlo de forma que el público entienda lo que está pasando, que se enganche. Es una obra que tiene las unidades aristotélicas de lugar, tiempo y acción, así que hay que dejar que fluya. Y eso es lo que pasó. Era un trabajo con los actores para que cuando reaccionan o hacen algo, se entienda que no lo hacen porque el texto lo indica, sino porque el personaje lo siente. Y si eso pasa, se empiezan a entender los conflictos y se representan.
—Ese rebotar de la piedra que decía Lima, ¿es lo que la convierte en un clásico?
Lima: Es curioso que, con tan poco tiempo desde su muerte, ya se lo reconozca como un clásico. No sabés qué resortes profundos tocó para que haya unanimidad entre público y crítica. Pero en Las brujas, maneja muy bien la arquitectura teatral. Es un intelectual de la literatura, y tiene todos los elementos de la tragedia clásica: el héroe trágico en Proctor y el coro para tener ese molde griego, pero representando a la sociedad contemporánea.
Fletcher: Entiende muy bien lo que es Estados Unidos y cómo se construye un pueblo, cómo funciona una comunidad. Y eso está en Las brujas y en Todos eran mis hijos. Era muy importante para Miller.
Lima: Cuando se habla de Las brujas de Salem siempre se va al costado negativo: al juicio, a esa alianza entre Iglesia y Estado. Pero en Salem está tanto el peligro como la posibilidad. Los cuáqueros son asambleísticos: el pueblo habla, el pueblo decide. Hasta que llega la Iglesia y empieza a respaldar esta idea de un nuevo colonialismo que desemboca en el primer capitalismo. Y es ahí donde entra la idea de miedo, de represión.
Fletcher: Miller examina profundamente el sueño americano y el utopismo en esa idea. Esa es la promesa. Pero también está lo otro, lo que él vivió con el macartismo. Era su gente. Entonces esa construcción de comunidad, de libertad dentro de la comunidad, es algo donde él vio tanto las posibilidades utópicas como el riesgo de que todo se volviera muy turbio.
—¿Cómo es la vida de un director extranjero por acá?
Fletcher: Mejor preguntáselo a Andrés, porque yo me veo como director de teatro uruguayo. Como guionista soy inglés, como director, uruguayo.
Lima: Acá no me siento extranjero. Y eso me pasó ya la primera semana en que vine a trabajar en Edipo Rey, hace tres años. El trato con el elenco y con la dirección fue cercano, familiar. El modo de vida no difiere tanto aunque acá comer es caro. Pero por lo demás, Montevideo es amable, tranquila, fraternal. Y los autores, directores y elencos con los que trabajé son de una calidad muy alta.
Fletcher: Gran parte de la razón por la que sigo trabajando En Uruguay es por la efervescencia del mundo teatral. El año pasado dirigí Ensayo de Pascal Rambert y en Inglaterra nadie sabe quién es. Acá hay una curiosidad por abrirse a más posibilidades teatrales. Igual uno de los problemas es que se subvaloran. Hay autores, directores, actores de altísimo nivel, pero la atención está en lo que hay en Buenos Aires. Y acá capaz hay cosas mucho más interesantes.
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