Pensar en Tumberos (2002), El Marginal (2016), Apache: la vida de Carlos Tévez (2019) o Puerta 7 (2020) es ir directo al ojo cinematográfico de Israel Adrián Caetano (55), un uruguayo criado en el Cerro al que una crisis económica lo llevó a Argentina. Tenía 14 años cuando se fue con su familia. Allí construyó una prolífica carrera audiovisual hasta que la pandemia, el encierro y la caída de varios proyectos con Netflix lo trajeron de regreso a Montevideo.
“No tenía planeada la pandemia ni a Alberto Fernández ni a Milei. Tenía un futuro promisorio y, de repente, fue la nada. Empezar de nuevo también está bueno a veces”, reflexiona en diálogo con El País.
Rearmó su vida en Uruguay y encontró de este lado del charco un alivio a la abstinencia de filmar. Primero lo salvó Togo, la película inspirada en la creciente presencia de personas en situación de calle que observaba en sus caminatas, y centrada en la figura de un cuidacoches. Ese rodaje, dice, lo sacó “del pozo y la desesperanza”.
Luego vino el teatro, con el estreno de La Gayina junto a la Comedia Nacional: un lenguaje que antes no lo seducía, pero que le devolvió la satisfacción que el cine ya no le daba.
Ahora se embarca en Metrópolis, un musical con más de 200 artistas en escena que busca acercar al público infantil el clásico de Fritz Lang. Estrena este domingo 22 en el Auditorio Adela Reta (ver recuadro).
La adaptación a este clásico del cine mudo y en blanco y negro es en colores, con canciones y texto: "Es una gran traición a la película. Pero cuando querés adaptar una obra, tenés que darla vuelta y quedarte con la esencia”, resume.
La doble función del domingo y lunes es la excusa ideal para repasar su infancia, sus obras más recordadas, su presente en Uruguay, y su mirada sobre el cine, el teatro y la vida.
El domingo 22 y lunes 23 de junio, el Sodre será escenario de Metrópolis, un musical basado en el icónico film de Fritz Lang. Dirigido por Adrián Caetano, el espectáculo reúne a más de 200 artistas en escena para acercar esta distopía futurista al público infantil.
La obra transcurre en un Uruguay imaginario y conserva el mensaje original de reconciliación entre clases. “Me impactó la película de joven. Y creo que hoy más que nunca es necesario que alguien se amigue con alguien, que se trabaje por la unión, la paz y la igualdad. Y en Metrópolis está eso”, opina.
Cine, música, teatro y tecnología se fusionan en esta mega producción que tiene a Danna Liberman y Rogelio Gracia como actores invitados, además del Coro Nacional de Niños y Juvenil del Sodre en escena.
Caetano vive el reto de dirigir niños con entusiasmo: “Tiene algo grandilocuente poner 200 niños en escena: luces, escenografía, montaje, vestuario. Metrópolis es lo más parecido a hacer una película”, redondea.
Las entradas están a la venta por Tickantel.
La niñez en el Cerro y ser autodidacta

Su infancia humilde dejó una huella profunda en su arte. “Teníamos que ser muy creativos para divertirnos”, recuerda. Leía cómics, miraba películas en Canal 5 y pasaba largas madrugadas escuchando chistes y cuentos familiares.
Uno de sus pasatiempos favoritos era armar y desarmar juguetes. Intuye que eso alimentó su espíritu autodidacta. No terminó el liceo ni estudió cine. Solo hizo dos meses de un curso que nunca pagó, al que llegó por una novia de la adolescencia. Allí descubrió bibliografía, el cine europeo y se zambulló en los videoclubes.
“Siempre fui una esponja. La carencia te hace aprovechar cualquier cosa”, reflexiona. En esas clases también notó que sabía más de lo que creía, y aprendió mirando películas de otros.
A los 17 consiguió un trabajo como conserje en un hotel y se mudó solo a Córdoba. Allí descubrió las cámaras VHS y empezó a filmar cortos de terror “muy berretas” con compañeros que luego fueron técnicos profesionales.
Aunque su mirada está muy vinculada a lo marginal, su impulso inicial era otro: “Me metí para hacer películas de terror”, dice. Pero en Córdoba se rodeó de jóvenes de sectores populares y el motor primario mutó: "No me faltaba nada, pero me empecé a sensibilizar con sus historias. No fue premeditado”.
Con el tiempo se amigó con esa mirada, aunque al principio le molestaba ser encasillado. “Siempre me molestó que vieran solo la parte marginal. Al no haber industria, uno se queda más con la forma que con el contenido”, opina.
Confiesa que la crudeza de algunos relatos le resultó más catártica que intimidante: “Vi cosas que me impactaron. No sabía lo que era un psicólogo, así que el cine fue una gran herramienta para sacarlo”.
De "Tumberos" a "Apache": mojones en su carrera

En 1997 estrenó Pizza, birra y faso (a medias con Bruno Stagnaro, el director de El Eternauta), una película fundamental en el llamado nuevo cine argentino. Quizás por la mirada hacia lo marginal que mostró allí, en 2002, Marcelo Tinelli lo convocó para hacer Tumberos.
Al principio, el universo carcelario le pareció “un embole”. Pero se entusiasmó al sumarle elementos "surrealistas", como sueños o humor negro. Hoy ese producto le sigue generando orgullo: “De lo que hice en televisión, es lo que más quiero”, asegura.
Con El Marginal, en cambio, no sintió lo mismo. “Me llamaron, era trabajo y no me pareció un desafío”, se sincera sobre esta exitosa serie creada por Underground y emitida por Netflix.
La define como un “revival” de Tumberos, surgido más de 10 años después y con las plataformas como aliadas. “La astucia de los productores fue agarrar una fórmula que había funcionado y refritarla. No hay otro hallazgo”, sintetiza.
Fue guionista en la primera temporada y dirigió los dos primeros episodios de la segunda. “Lo solté rápido. La piedra fundacional ya la había puesto con Tumberos”, dice.
En Apache sí encontró una conexión más íntima: “Lo que más me interesaba de Tévez era su infancia. Encontré muchos puntos en común con la mía: la contención familiar y la tentación. Él decía: 'fui futbolista pero podría haber sido chorro', y yo tenía esa sensación cuando vivía en el Cerro", admite.
Dice ser afortunado y lo atribuye al esfuerzo personal, a su familia y la educación pública. “Cuando empecé a ir al liceo 34 vi otra realidad. Tenía amigos con una casa calentita y entendí que se podía vivir mejor”, recuerda.
Hoy puede darse el lujo de rechazar propuestas, aunque no siempre fue así. “Estuve años sin representante y veía cómo otros cobraban muchísimo por películas que yo hacía, y yo solo me llevaba un sueldo. Revertir eso me costó, no sabía cómo hacerlo”, admite.
Caetano y el sueño de hacer cine de terror

La mudanza a Uruguay coincidió con un acercamiento al teatro y lo conectó con un nuevo reto. En 2023 dirigió La Gayina, basada en un texto de Horacio Quiroga., y esa obra le permitió desempolvar un guion que llevaba 20 años en un cajón.
“Había escrito una versión de La gallina degollada como película de terror. La presenté tres veces en fondos locales y nunca gané. Cuando me llamó Gabriel Calderón, dije: ‘Es acá’”, cuenta.
Aunque era un lenguaje nuevo, no le resultó ajeno. “Vi tres o cuatro obras y dije: 'Es por acá'. Soy observador. De chico armaba y desarmaba juguetes, viene de ahí", comenta.
—¿El teatro vino para quedarse?
—Ojalá. Espero que el cine no se termine de ir. Tengo algunas propuestas, pero estoy más escéptico a la hora de evaluarlas. Ya no pesa tanto lo económico y eso es un montón. Me siento un privilegiado.
Está más cerca que nunca de Uruguay. Tras haber votado en una elección local por primera vez en su vida, dice sentirse "más facultado" para querer al país, y también para enojarse. “Antes me sentía un poco extranjero”, reconoce.
El teatro lo entusiasma más que el audiovisual, un lenguaje que hoy siente “muy procesado”. Sin embargo, hacer una película terror es su mayor anhelo: "Estoy tratando de ver si alguien me convoca o si escribo algo que interese”, cierra ilusionado.
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