Uno de los mejores discos uruguayos del año se terminó de cocinar en Córdoba con un emblema del rock argentino

Patuco López presenta este jueves "Cubo del Sur", un álbum montevideano que, curiosamente, pulió en Argentina. La historia del niño que armaba sus propias baterías y hoy se destaca en la escena local.

Patuco
Patuco López, músico uruguayo.
Foto: Joaquín Méndez

En Córdoba, muy lejos de casa, codo a codo con un hombre fundamental del rock en español: ahí, justo a los pies de una montaña, Patuco López terminó de pulir el disco más montevideano de su vida. Cubo del Sur, el trabajo que lanzó en junio, presenta en vivo este jueves y es de lo mejor de la música uruguaya del año.

Cantor solista desde que en 2021 lanzó su álbum debut, Mario, e integrante de Salandrú, un colorido colectivo que hoy se encuentra, digamos, en un impasse, Francisco “Patuco” López estuvo siempre en la música. De niño, su juego favorito era inventarse instrumentos y tocar encima de las canciones que salían de los inmensos parlantes que su madre aún conserva.

Cuando cumplió 6 años, después de mucho aporrear ollas ordenadas como baterías de fantasía, le regalaron su primera bata de verdad. Hizo talleres en el TUMP, tomó clases con Ronald Arismendi, Martín Ibarburu y más adelante con Gustavo Etchenique. Su padre iba por la vida tamborileando. A él, la percusión le daba vueltas como si se tratara de respirar.

En quinto de liceo fundó Salandrú, la banda que durante años impulsó junto a su hermana Matilde y a varios amigos músicos. “Y ahí empecé a hacer canciones”, dice un lunes a mediodía en charla con El País, con la sencillez con la que se dicen las cosas importantes.

Entró a la Escuela Universitaria de Música y cursó las carreras de Percusión y Composición, pero no las terminó. Pensaba, mientras pasaba semanas y semanas en un sótano tocando un triángulo, que tenía que estar haciendo un taller literario. Que lo realmente quería era entregarse a las aguas de la canción.

Patuco López
Patuco López, cantante, compositor y músico uruguayo.
Foto: Joaquín Méndez

Salandrú lo fue llevando a ese mundo hasta que la pandemia pasó su costo y los caminos de la banda se fueron abriendo. Así llegó a Mario, su primer trabajo solista. Editado en 2021, el proyecto se inspiró en un tesoro de la biblioteca de música de su abuela, de la que habla como si fuera el paraíso: el disco favorito de su abuelo Mario, un trabajo del blusero Josh White.

Fascinado con la voz de White, terminó descubriendo un fascinante registro de 1962 de su paso por la televisión sueca. Inspirado en esa actuación tan despojada como vibrante, con el impulso de hacer un álbum “a contrapelo de Salandrú”, diseñó un proyecto mínimo, con él en la guitarra y Nico Román en el contrabajo. Pero entonces apareció Juan Pablo Chapital, finísimo guitarrista, que lo convocó a abrir un concierto y luego le dijo que estaba para sumarse a su proyecto. Patuco tenía otros planes, pero no se pudo resistir.

De alguna forma, Cubo del Sur, el disco montevideano que lanzó este otoño y que lo confirma como un lúcido y original compositor de canciones, es una continuación de Mario. Secundado por Román y Chapital, completó el cuadro con Cachi Bacchetta. Su entrada fue definitoria para un disco que, con Totem como referencia, se inclinaba a una búsqueda percutiva más tribal, pero terminó ganando un matiz anglosajón, si se quiere más contemporáneo.

Así, Cubo del Sur existe en algún lugar en el que Eduardo Mateo, el primer Jaime Roos, el candombe, pero también los Buenos Muchachos —citados explícitamente en “Sangre de Blancarena”—, la psicodelia beatle, el son cubano y Dire Straits parecen cruzarse junto con todo lo que aprendió en el período que salió en la comparsa La Dominguera. Es un trabajo de llamativa riqueza que cuenta con el acordeón de Hugo Fattoruso en “Candombe azul”, una versión expansiva de “Las manos” (el tema que ya había grabado en su segundo y minimalista disco, Hunde) y un groove que, sin invitar al baile, empuja a moverse.

Todo eso, Patuco López lo terminó de pulir en Córdoba con la guía de Mario Breuer, un nombre imprescindible en la historia del rock argentino. Ingeniero de sonido y productor con más de 4.500 discos en su prontuario, según su propio registro, fue clave en álbumes de Charly García, Los Redondos, Fito Páez, Viejas Locas, Intoxicados, Spinetta, Cerati, Mercedes Sosa y así.

Para concretar lo imposible hubo varias gestiones y, también, la fuerza del destino.

Patuco no consiguió el apoyo del Fondo Nacional de Música para poder pagar el trabajo de mezcla y máster de Breuer, y tampoco podía costearlo por sus propios medios. Así, en Córdoba, adonde se había instalado por amor, contactó a ocho ingenieros de sonido. Les hizo a todos el mismo cuento: “Soy Patuco, músico de Montevideo, me vine a vivir a Córdoba, tengo que terminar este disco, ¿te puedo pasar un tema y ves más o menos de qué va?”. Todos le devolvían una cotización que entraba en lo que podían cubrir sus ahorros. Pero todos le eran desconocidos.

Durante una caminata volvió a escribirle a Breuer, esta vez para pedirle una referencia sobre esos colegas y orientarlo con la escucha de “Sangre de Blancarena”. Tres días después llegó el mensaje: “Bueno, Patuco, estás en tu día de suerte”.

Así Breuer, a quien se le acababa de caer un proyecto, se subió a su barco. Fanático de la música uruguaya y a una montaña de distancia de donde el uruguayo estaba viviendo, comenzó una aventura impensada. “Fue un sueño”, dice. “Aparte, no sabés cómo cocina Mario. Nos recibió —a mí y a un amigo que me hizo el dos— como reyes. Nos decía: ‘La cocina es como mezclar’”.

Esa aventura tendrá su estreno en vivo en la Sociedad Urbana Villa Dolores, con banda completa, Diego Palmerola en percusión y los Salandrú Michel Chattón y Matilde López en voces (entradas en Redtickets). Hay en el aire una sensación de portal, la posibilidad de sumergirse de lleno en un buen capítulo de la música montevideana que se está escribiendo en este preciso momento.

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