El 1 de febrero de 1991, Hugo Fattoruso, Ruben Rada y Jaime Roos homenajearon a John Lennon en un concierto en el Estadio Franzini. Ese día, un chiquilín de 15 años descubrió su destino: veía el recital cuando supo que él quería ser uno de esos músicos que estaba ahí, en el escenario, acompañando a los grandes.
Treinta y cuatro años después, con el sueño cumplido, Juan Pablo Chapital (50) vive frente a la misma cancha que le abrió un mundo. Es director musical de la banda de Laura Canoura, toca con Urbano Moraes, ha trabajado con Fernando Cabrera, Fattoruso, Jorge Nasser y un sinfín de figuras de la canción popular uruguaya, y ha compartido escenario con referentes del blues como Robben Ford o Chris Cain. Es una versión acotada del currículum de uno de los guitarristas uruguayos más expresivos de su generación.
Docente en el Conservatorio Sur y aikidoka desde la mitad de su vida, compra discos y vinilos “como un condenado”. “Aunque no tenga plata, voy y me los compro. Eso para mí siempre fue como alimento”, dice a El País la tarde antes de irse a tocar a Buenos Aires, donde vivió tres años y donde empezó a construir la parte más personal de su recorrido: su obra, luego sus propios discos.
Todo eso lo trae a Chapital en Concierto III, la nueva entrega de su show en vivo más importante, que será el domingo 28 de setiembre en Sala Zitarrosa. Lo acompañan una banda completa al servicio del repertorio de su vida, Mandrake Wolf y Martín Buscaglia como invitados y Mica Mendizábal como número de apertura. Quedan entradas en venta en Tickantel.
Con esa excusa, parte de la charla que tuvo con El País
—Hace años, en una entrevista anterior, me dijiste: “Soy pro búsqueda”. ¿Cuál fue el último hallazgo que te llamó particularmente la atención?
—Qué difícil, porque verdaderamente me considero un buscador en todos los sentidos, en lo musical, en lo personal y en el movimiento. Y por ahí voy viviendo día a día sin ser tan consciente del hallazgo, sino en esa cosa de hormiga trabajadora que tengo. Para mí, eso se transforma en otras cosas, porque a través del trabajo vos mejorás en una cantidad de aspectos. Capaz que me tengo que salir de eso, de la búsqueda, para empezar a ver qué es lo que voy encontrando. Pero lo que voy encontrando también es como cotidiano.
—¿Por ejemplo?
—Por ejemplo, haber estado de invitado con Divididos (en agosto en Sitio) es parte de esas cosas, parte de la perseverancia, de estar y de seguir queriendo mejorar. Ahora estoy dirigiendo la banda de Canoura y yo me acuerdo cuando mi hermana me llevó a los 16 años al Solís a escuchar Fattoruso y Canoura y yo piré, y estar tocando con ella, que confíe esa parte musical en mí, eso es producto de la búsqueda también. Entonces cada cosa que pasa la vivo como parte del proceso. Al otro día de Divididos estaba tocando con Mamba, en la calle, y no sabés cómo me gocé. Yo pongo lo mismo en cada lugar al que voy. Y eso también es una búsqueda: el estar consciente de cada paso que das y del lugar en el que estás, y no proyectar más de lo que hay.
—Pienso en eso y en aquella revelación de ser un músico que acompañara a otros...
—Yo viví tres años en Buenos Aires, y tuvo que pasar mucho tiempo para que yo confiara un poco más en lo que tenía para decir. De hecho, no soy cantante, o nunca me dio por el canto, por más de que pueda llegar a cantar. Lo mío se fue acotando más a tratar de expresar lo que tengo para expresar a través de mi guitarra. Recién en 2010, cuando volví de Buenos Aires, que generé material como para hacer mi primer disco y empecé a tocar mi música, entendí que aquello había sido parte de un escalón para esto. Que lo hago con la misma pasión y me encanta tocar con todos los artistas y me encantó haber tocado en la banda de Cabrera muchos años y tocar alguna vez de cambio con Rada, o con Fattoruso en un homenaje que hizo el coro del Sodre a los Shakers. O sea, me encantó, porque son mis héroes. Pero cuando toco mi música es diferente, hay otro plus que es lo que yo tengo para decir, así, en carne viva, por más de que no siempre esté la palabra como herramienta de expresión. Esa ilusión que tuve en el 91 fue parte de un escalón para lo que es el Chapa hoy.
—Hablás de comunicar con tu música, y de cómo decir lo que tenés para decir, pero sin palabras. ¿Cuántas veces te preguntás qué es lo que querés decir?
—Yo tengo dos temas cantados. Uno ("Quiero") está en el disco Amanecer en Tandil, que hicimos con Nico (Ibarburu), y cuando se lo mostré me dijo: “Ese tema lo vas a cantar”. Es como una plegaria: “Quiero ser alguna vez el que decida por mí”. Y yo creo que todas mis canciones tienen algo de plegaria. Pero lo que vos decís me parece que tiene que ver más con la expresión de cómo lo toco que con la concepción de la música, por más de que en mi primer disco la mayoría de los temas los considero medio bajón y ahí era porque yo estaba así también. Soy como bastante dependiente de las cosas que me pasan, buenas y malas, para que me salga la música. Nada que ver con lo que podés aprender en una escuela, que te dicen: vos podés componer con estas herramientas. Como no aprendí así, yo soy más dependiente de mi parte emocional. Que no es ni mejor ni peor, es como me resulta.
A veces uno pone el piloto automático, pero cuando tocás y existe la conecta directa, es lo mejor, porque ahí estás vibrando igual que el que tenés al lado. Me acuerdo que en uno de los conciertos de Paul, en dos o tres momentos me quebré mal. El último fue cuando pidió un aplauso para su hermano George, que yo lo amo. Todo el mundo aplaudiendo, espectacular, y en un momento Paul dice: “Y ahora un aplauso para mí”, abre los brazos, y todo el mundo… Yo decía: ay, loco, claro, este tipo hace 50 años que hace esto, está en otra pantalla. Y pasan cosas con eso. Pasan cosas con miles de personas y pasan cosas con 10.
—¿A quién escuchás y sentís que está conectado con otra cosa, con algo más?
—Para mí el sensei de eso es Hugo Fatto cuando toca el piano. Cuando toca y canta… Y si es solo, más todavía. Me ha pasado con Cabrera; estar tocando al lado totalmente erizado o mordiéndome el cachete para no llorar. Una vez yo estaba de invitado en un concierto de Liliana Herrero y estaba Spinetta también, y lo vi cantar de al lado, y era un ángel, no podía creer. Pero con Hugo siento eso. Por eso, cuando me pasa algo extra, por más de que me encante, mis héroes primero estuvieron acá. Son ellos, es esa barra.
—Chapital en concierto, tu show, ¿cubre todo este popurrí musical que sos?
—Cubre bastante. Creo que he logrado, en mi repertorio, ir por los lugares que he transitado y que visito. Cada vez me está pasando más eso. Sobre todo tengo esa cosa de, cada tanto, versionar a algún artista de esos que a mí me aportaron tanto. Entonces, hay una versión de Rada con Fattoruso de un tema que le dedicaron a Santana, y ahí ya hago una cita de un tema de Santana y junto mundos. O hago el que grabé con Cabrera, “Milonga de pelo largo”, de Dino, y también. Al final de un tema hago una cita de una melodía de “Presentación”, de Jaime, o por ahí me permito tocar un tema más blusero... Una vez escuché a Fito decir que los géneros los inventaron las disqueras para que vayas a la góndola a elegir el disco que estás buscando, y me pareció genial, porque yo en casa puedo escuchar a Piazzolla, a Zitarrosa, a Jaime, a Crosby, Stills and Nash, Miles Davis, B.B. King, Joni Mitchell, un disco de Tom Jobim y Elis Regina, João Gilberto, Caetano y te puedo nombrar mil cosas. La otra vez toqué en Buenos Aires y un amigo me decía: “Es increíble cómo a vos todo te suena con un sello de Uruguay”, y para mí el mejor piropo que me podes decir. No me interesa que me digas que toco bien, pero eso sí me interesa, porque no es una búsqueda: es lo que me sale. Yo soy todo eso.
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