Se lo reconoce por ser parte del Cuarteto de Nos, una de las bandas más verborrágicas de la región. Sin embargo, en sus proyectos más personales, Santiago Marrero elige prescindir de la palabra.
Amante de las bandas sonoras y las músicas instrumentales, cultiva una búsqueda que nada tiene que ver con la feroz maquinaria pop que salió del under montevideano y hoy, 40 años después, está a punto de hacer historia continental.
El próximo sábado, El Cuarteto tocará en el Estadio Ferro de Buenos Aires y dará su recital más grande hasta la fecha en Argentina. Y el 18 de octubre se presentará en el mítico Palacio de los Deportes de México, un monumental escenario para 27.000 espectadores en el que han tocado poquísimas bandas del rock sudamericano (Soda Stereo, por ejemplo) y ninguna de Uruguay.
Cada vez que El Cuarteto va hacia él, dice Marrero (40) a fines de agosto, en una excepcional semana de estadía en Montevideo (y justo antes de irse a Berlín a trabajar con Evlay, productor clave de la nueva escena argentina), parece abducirlo.
Y cada vez que se retrae, él contraataca: le abre la puerta a sus otras inquietudes, las deja salir a jugar, les pide poco.
“Sin mucha pretensión más que que ocurra”, dice a El País. “Parece un cliché decirlo, pero en mi caso es bastante honesto. Todo ese mundo de industria, infraestructura, números, resultados, lo vivo con El Cuarteto, y realmente a mi música la mueve otra cosa. La mueve el deseo de que ocurra”.
Ese motor explica sus trabajos solistas —su primer disco, Las afueras; hay otro en camino— o que Distancia, el disco a dúo que hizo junto al pianista uruguayo Lorenzo Cavalli en pandemia, acabe de ver la luz. “Puedo sacar música cuando tengo espacios, y me conformo con hacerlo así”, dice. “De hecho, pensé que este disco con Lolo no iba a salir. Y si demoró tres años, bueno, demoró tres años. Pero es lindo que los discos vean la luz, porque son un diálogo contigo mismo. Y creo que la clave es no dejar de hacer. Es una bandera que sostengo”.
Cómo nació el nuevo proyecto de Santi Marrero
Los caminos de Marrero —músico y productor, miembro fundador de Santé Les Amis y además parte del Cuarteto— y Cavalli —pianista y compositor uruguayo basado en Copenhague— se cruzaron sin quererlo.
En 2020, después de que Marrero remixara la canción “Soltar tu mano” de Luciano Supervielle, este último quiso entrevistarlo para conocer cómo funcionaba su proceso creativo. Marrero, entonces, habló de sus gustos, de la escena neoclásica, de dos faros: Ólafur Arnalds y Nils Frahm.
Cuando terminó la charla, vio un mensaje en Instagram. Decía, más o menos: “No puedo creer que nombraste a Nils Frahm. Es mi músico favorito. No puedo creer que le guste a otra persona en Uruguay”.
Ese fue el primer intercambio entre Lorenzo Cavalli y Santiago Marrero.
Luego, Cavalli le acercó un par de composiciones y se abrió un ida y vuelta que rápidamente se convirtió en trabajo colectivo. El punto de partida: “Distancia” y “Sentient Shadow”. Lo demás: todo lo que fueron encontrando juntos, cuando pusieron a convivir sus similitudes y sus diferencias, Lorenzo tan del jazz, Santiago tan de sintes y producción.
En pocas semanas de encierro pandémico construyeron un disco instrumental, que rompe con la sensación opresiva de esa época y explora, más bien, el misterio nocturno y un aire melancólico, pero también esperanzado. Tiene que ver, en parte, con uno de los refugios que Marrero encontró cuando el mundo se detuvo: salir a correr a las 2 de la mañana por las Canteras del Parque Rodó.
(Hoy, correr es su otra pasión: este año hizo su primera maratón en Montevideo, y aspira a ir a la de Chicago en 2026 y a la de Tokio en 2027.)
“Yo jodo con que el disco es como la banda sonora de una peli que no salió. Es un disco muy visual, que tiene que ver con el proceso creativo y con cómo te relacionás con la escucha de ese tipo de música, que es bastante introspectiva, bastante solitaria”, dice.
—¿A vos dónde te coloca este tipo de música?
—(Piensa) Tiene una cosa de transformar el espacio en el que estoy. Yo siento que son músicas transformadoras, que me conectan con sentimientos más profundos, que me ayudan a acceder a cierta calma. De guacho sufrí mucho la ansiedad, tuve depresión, y así como a veces uno necesita música para estar arriba, yo necesito lo contrario: me genero munditos en los que me siento protegido. Cuando conocí a Nils Frahm fue muy fuerte esa sensación. Necesito eso, ese silencio, esa música que te permite pensar. Está ese cliché de que los esquimales tienen como ocho palabras para nombrar el blanco. Yo creo que lo que tenemos que hacer los músicos, los creadores, los artistas, es agrandar el espectro, intentar agrandar ese espectro.
—Este deseo de hacer proyectos personales por fuera de la lógica industrial, ¿creció a medida que avanzaste en el mundo Cuarteto o tiene que ver con tu forma de ser?
—Tiene que ver con la pandemia, también. Con cosas que me dejó la pandemia: qué es lo importante, qué es eso de vivir ahora. Y con que cuando uno va creciendo, va intentando que lo que hace sea cada vez más honesto. Muchas veces estoy haciendo música instrumental y digo: “cómo estaría que acá cante Tal”. Es un esfuerzo plantar bandera y decir: no, acá no va a cantar nadie, acá no va a haber palabra, este es un lugar sin la palabra. Creo que este disco y los procesos que estoy intentando abarcar son cada vez más honestos. Los hago motivado por el deseo, por el deseo de conectar. Lo que pasa es que yo compongo desde lo que soy, y soy parte de una banda que es muy exitosa, puedo vivir de la música y me permito que las otras cosas que vienen a mi vida no tengan que ver con eso. O sea, yo produzco con artistas que no tienen un mango y lo hacemos por amor al arte, y no te lo digo por una cosa altruista, te lo digo porque lo que viene en mi vida, la vida de Santiago, hoy, no tiene que ser todo monetizado y redituable. A mí me sirve si me llena, y eso sí tiene que ver con que yo en un momento sentí que todo era productividad y trabajo. Estaba laburando mucho en audiovisual, mucho en El Cuarteto, y parecía que todo estaba atravesado por eso. Y fue como: eh, pará, hay otras maneras de relacionarnos. Porque después estamos con el discurso de la empatía, la solidaridad, pero eso está en Instagram. ¿Y con nosotros mismos qué?
Hace poco terminé mi estudio. Básicamente metí la plata que tenía ahí, y en un momento empezó a ser más caro de lo que pensaba, porque las obras siempre son más caras. Y me cagué. Y hablando con el psicólogo me dijo: "¿Y por qué hiciste el estudio?". Y dije: porque es un sueño que tengo de chico. Y me dijo: "Ya está. Ya está. Estás cumpliendo ese sueño. Ya está. No importa si el día de mañana no es redituable, verás. Hoy te estás moviendo por ese deseo". Y eso, que parece una boludez, para mí fue toda una reflexión de bancármela, de decir: lo hice porque quiero tener un lugar para hacer música, que fue lo que siempre soñé. Podría haber comprado un monoambiente y ponerlo en alquiler, pero hace tiempo que hay en mí una lógica de qué es lo que me está moviendo, qué es lo que me está empujando a hacer cosas, y tratar de entenderlo fuera de la inercia.
—¿Y cómo se acomoda esa necesidad o esa lógica al trabajo con la banda?
—Ahí me pongo el traje Cuarteto y trato de entender qué me mueve. ¿Qué es lo que me copa de esto? Y, la verdad, lo que más me copa es que pendejos de toda Sudamérica alucinen con la banda. Saber que por esas dos horas le estás regalando un momento especial a gente que después tiene un día de mierda. Trato de conectar con eso, y entender que es mi trabajo, también. Podrá haber cosas que no me copen tanto o que haría diferente, pero es mi laburo y mi laburo lo voy a defender, desde mi lugar, lo mejor posible. El Cuarteto ha sido la chance de trabajar en algo que me ha dado muchas otras posibilidades. Y es tremendo laburo. A veces me frustro porque me gustaría aportar más creativamente, pero aporto un montón: hago mis arreglos, tengo que ver con la lista de temas, con decisiones. Y es hasta ahí. Es lindo el reto de ser parte de cosas tan diferentes.
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