"Espero con impaciencia este encuentro con el público uruguayo, porque siempre es un momento fuerte ver cómo una obra encuentra un eco diferente según los contextos culturales”, le cuenta a El País, Mourad Merzouki, el prestigioso coreógrafo y bailarín francés.
Merzouki estará en Uruguay como director escénico y coreógrafo de la puesta en escena de la semiópera de The Fairy Queen de Henry Purcell, a cargo de Les Arts Florissants, la compañía que William Christie fundó en 1976. Es uno de los grandes conjuntos en el circuito mundial de la música clásica.
El propio Christie dirige la puesta que se presentará en Montevideo el próximo domingo 21 a las 19.30 en el Auditorio Nacional Adela Reta, como parte de la temporada 2025 del Centro Cultural de Música. Es un espectáculo musical atípico y elogiado. Quedan entradas y Tickantel con precios entre 2.000 y 7.500 pesos.
Merzouki, francés de origen argelino, es considerado uno de los grandes renovadores de la danza contemporánea y el hip-hop en Europa. En 1996 fundó la compañía Käfig, algunos de cuyos integrantes participan de The Fairy Queen.
“Desde el principio hubo la voluntad de que no fuera canto o danza, sino un espectáculo en conjunto”, le contó Merzouki a The New York Times cuando la puesta se presentó en el Lincoln Center en 2023.
“En la puesta de Merzouki, los cantantes no hacen mortales sobre la cabeza, pero sí se mueven continuamente junto a un grupo de bailarines vestidos de forma indistinguible de ellos”, escribió la crónica del diario neoyorquino. “El conjunto completo de cantantes y bailarines interpreta gran parte del texto: jugando a la gallinita ciega, revolviéndose en el sueño, girando como una tormenta de hojas”.
Eso se verá el próximo domingo en el Adela Reta, pero antes Merzouki contestó, vía mail, un cuestionario de El País.
—¿Cómo se fusiona la danza moderna y el hip-hop con un repertorio musical del siglo XVII, manteniendo la integridad de ambas disciplinas?
—Aunque esos dos universos parezcan muy alejados, en realidad el encuentro se impone casi naturalmente. La música barroca del siglo XVII llama al movimiento, al ritmo, invita al cuerpo a expresarse. El hip-hop es una danza profundamente rítmica, con una gran riqueza de dinámicas. La fusión entre estos dos lenguajes se realiza entonces con una evidencia sorprendente: las energías dialogan, se responden, y el resultado es a la vez respetuoso de ambas disciplinas y de una gran eficacia escénica.
—En ese sentido, ¿cómo fue su trabajo con William Christie?
—La colaboración se desarrolló en un clima de confianza y respeto mutuo. Trabajé sobre todo con Paul Agnew en lo cotidiano, mientras que Christie supervisaba el conjunto del proyecto. Fue muy atento y sensible a mi enfoque, lo cual me animó. Para mí, fue un verdadero desafío confrontar mi universo coreográfico con una orquesta de este nivel y con una música tan exigente. Pero este encuentro fue extremadamente estimulante, y creo que encontramos un lenguaje común que enriqueció el proyecto.
—En el mundo de hoy, ¿qué nos dice The Fairy Queen? ¿Y cómo se refleja esto en su coreografía?
—The Fairy Queen nos habla ante todo de nosotros mismos, nuestras contradicciones, deseos e ilusiones. Interroga nuestra relación con el sueño y la realidad, con el amor y la confusión de los sentimientos. En mi coreografía, elegí una lectura voluntariamente simple, casi ingenua, para que el espectador pueda entrar fácilmente en el relato y comprender lo que la obra cuenta. Privilegié la claridad y la eficacia gestual para que la danza se convierta en una puerta de acceso directa al universo poético y teatral de Purcell.
—¿Cómo suele abordar la creación coreográfica, desde la concepción de una idea o un proyecto hasta su puesta en escena final?
—No tengo un método fijo, pero parto muy a menudo de la música: para mí es la matriz, el tutor que estructura la coreografía. Da el tono, el ritmo, la emoción, y me orienta en mis elecciones de movimientos. Por supuesto, siempre hay un tema de partida, una idea directriz que sirve de hilo conductor. Pero es verdaderamente la música la que moldea la escritura coreográfica, la que me permite crear una dramaturgia corporal e imaginar la puesta en escena final.