La expedición por el sur del Océano Atlántico en la que se embarcará Alejandro Balbis y cómo Argentina lo cambió

"Creo que al Uruguay lo urgente lo está alejando de lo importante de manera clarísima, sobre todo a nivel cultural", dice Balbis en medio de uno de sus años más prolíficos. De eso y más charló con El País.

Alejandro Balbis
Alejandro Balbis, cantante y compositor uruguayo.
Foto: Estefanía Leal / El País

Cuando algo lo enciende, Alejandro Balbis no duda. La primera vez que vio tocar a Nahuel Bentancour —en un show del proyecto El Domingazo, en el que entre dos personas lograban el sonido de una orquesta de cumbia entera—, supo que tenía que reclutarlo.

Cuando Julio Berta —una de las mentes más lúcidas, dice, que ha conocido en esto de la música— le propuso hacer un disco, Sin maquillaje, de otra forma (componerlo mano a mano, el cantor y el productor, a partir de un puñado de ideas grabadas con alguna tecnología), se entregó a ciegas. Hoy sabe que algún día repetirán eso. Eso que lo cambió para siempre.

Hace unos años, en un viaje en carretera, en plena gira, sonó en la radio una versión mal cantada de “Los boliches”. Con el cuero crispado, buscó en su celular la voz de Zitarrosa, como quien precisa un bálsamo para poder seguir. Nahuel —otra vez Nahuel— le dijo que nunca lo había visto vibrar tanto como con la milonga, y entonces entendió que tenía que hacer un disco entero de eso que lo hipnotiza y lo habita. “Un-dos-tres, un-dos, un-dos-tres”, repite un mediodía, aferrado a un mate amarillo patito, como si estuviera enunciando un mantra.

Cuando Raúl Castro lo llamó para hablarle de la vuelta de Falta y Resto, un “sí” desbocado se le salió casi antes de que el Flaco completara la propuesta. Y cuando su amigo Álvar Carranza le contó que el Schmidt Ocean Institute iba a financiar una expedición por las aguas del sur del Océano Atlántico, él tuvo la convicción profunda de que tenía que subirse a ese barco, irse un mes de su casa, convivir con gente —científicos, navegantes, militares—, captar esa atmósfera y hacerla música.

De todo eso, Balbis habla con un arrebato que es prueba empírica de este momento de su vida: campo luminoso y fértil, como el paisaje en el que ahora vive en Maldonado.

Balbis, que ya estrenó un primer adelanto de ese disco de milongas que produce, claro, Nahuel Bentancour (“Juana de Cádiz”, junto a Luana), y que se prepara para embarcarse en el proyecto más delirante de su carrera, encabezará el nuevo espectáculo de MPU, que será el 6 de agosto en el Auditorio Nacional del Sodre y que este año ampliará la paleta. Quedan las últimas entradas en Tickantel.

Estarán Emiliano y El Zurdo, Luana, Milongas Extremas, Maia Castro, El Alemán, La Mojigata, Numa Moraes, Ricardo Villalba, Los Mareados, Martín Quiroga, Chole, Damián Salina, Malas Costumbres y Laura Chinelli, en un recital que sorprenderá con varios cruces y que expandirá los límites de una sigla —el MPU, por música popular uruguaya— que por mucho tiempo estuvo reducida a lo murguero, al Carnaval.

De todo eso, un extracto de su charla con El País.

—Hace poco lanzaste el primer adelanto de tu esperado disco de milongas, “Juana de Cádiz” junto a Luana. ¿Por qué fue lo primero que elegiste mostrarle a la gente de este proyecto?

—Porque dentro de las cuatro canciones que están hechas, es la más milonga tradicional. Las demás tienen otras búsquedas, ¿viste? Esta canción es una milonga medio tradicional, digamos, aunque tiene algunos elementos un poco más modernos . Pero son tres guitarras y un guitarrón, y después tiene un interludio de violines muy zitarrosesco. Las que vienen ahora se mezclan con otra cosa...

—¿De eso se trata encontrar cuál es la milonga de Balbis?

—Ah, sí. Yupanqui decía que la milonga cambia cada quince leguas y cada uno tiene su estilo y su forma, y la estamos encontrando. No te digo que se encontró. Es una búsqueda, y hay que ver si hay hallazgos dentro de esa búsqueda. Pero me tengo fe. Me tengo fe porque las canciones tienen una búsqueda estética, hasta antropológica, te diré, reinteresante. Sobre todo le tengo fe al tema que viene, “El Yacaré”, que es milonga y rumba flamenca. ¡No sabés cómo empuja! Es espectacular.

Viviste 20 años en Argentina. ¿La distancia te hizo ver o alumbrar cosas en relación a la música uruguaya?

—Me hizo ver cosas de la música y de todo el Uruguay. Los tipos encuentran acá una cosa que sienten que ya perdieron, y en realidad creo que hay una idealización, y las idealizaciones no son buenas. Yo también supe estar enojado con el Uruguay, “este país, que no se puede hacer nada, que te cagás de hambre, que todo es lento”, pero después empezás a ver la verdad. Y en la música pasa lo mismo. Hay una franja de Argentina que tiene un gran aprecio por la música uruguaya, y no es poca gente. No creo que haya un estudio serio al respecto, pero no estaría nada mal hacerlo para ver cómo impacta nuestra cultura en un país como ese. Porque no hubo una campaña de difusión masiva de nuestra música, no es el K-pop, que está financiado por el Estado y hoy se escucha hasta abajo de las piedras. Quizá deberíamos aprender un poco de los coreanos. Las películas y telenovelas se ven en todas partes, ¡y qué lejos que están culturalmente! Y sin embargo, mi hija tiene 12 y canta en coreano. ¿Entonces cómo nosotros, que tenemos una música superapreciada a nivel latinoamericano, largamos a los músicos a su suerte, a que vayan a hacer lo que puedan? ¿Por qué no nos sentamos en una mesa y hablamos de esto? Implementemos un par de políticas de Estado que generen un campo propicio para que crezca... Pero no, no sucede.

—¿Tenés alguna idea formada de por qué no sucede?

—Yo creo que los gobernantes se debaten entre tomar una decisión horrible y una espantosa. ¿Y qué vas a hacer? ¿Vas a ir por la espantosa? No, vamos por la horrible. Y si venís con una idea dicen: pará, tengo un problema más importante. No más importante: más urgente. Creo que al Uruguay, hace unas décadas, lo urgente lo está alejando de lo importante de manera clarísima, sobre todo a nivel cultural. En Maldonado, por ejemplo —que no tiene que ver con mi agrupación política—, reconozco la gestión deportiva: es excelente la oferta, la infraestructura, todo gratis, con profesores de primer nivel. Pero la gestión cultural, cero.

—¿Qué significa para vos que el MPU, que más allá de lo musical, ha sido una red de conexiones humanas, este año se abra a otros estilos como la plena, el reggae, el pop?

—Me parece bárbaro, porque merece la pena enriquecerlo con músicos de más estirpes y que no sea solo la suma de los que venimos del carnaval. Que está bien eso, estuvo bien todos esos primeros años. Tiene que ver con que de unas décadas a esta parte, el Carnaval en Uruguay empezó a mezclarse. El Carnaval, cuando yo lo conocí, era una institución culturalmente aparte. Me acuerdo de una gran actriz, Maruja Santullo: era una eminencia, pero detestaba el Carnaval, ¿viste? Con todo su ser. Le parecía un arte menor, que desculturalizaba. Hoy no creo que haya un solo actor ni una sola actriz que piense de esa manera. A finales de los 70 y principios de los 80, también por efectos de la dictadura, empezaron a desembarcar en Carnaval actores, puestistas en escena, músicos profesionales, maquilladores, vestuaristas, y eso hizo que el Carnaval, como espectáculo, mejorara un montón. Y eso, que un montón de cosas empezaran a confluir en el carnaval, es lo que está pasando ahora con el MPU. Pero en mi experiencia en el Carnaval de Cádiz, donde concursé en 2020 con La Gaditana que Volvió, era: los músicos por un lado, los carnavaleros por el otro. Acá pasó esto por una cuestión histórica, fortuita, de que había un gran mutismo, a los actores y los músicos se les dificultaba laburar, pero en el carnaval laburaban y metían 100, 120 toques por año. Entonces esa circunstancia cambió el carnaval para siempre. Y es de las cosas positivas que uno rescata después de los años oscuros de la dictadura.

Alejandro Balbis
Alejandro Balbis, antes de embarcarse en una expedición del Schmidt Ocean Institute.
Foto: Estefanía Leal / Archivo El País

—¿Cuál crees que es el lugar en el que coinciden, por ejemplo, Balbis, Numa Moraes, Martín Quiroga, Chole y Laura Chinelli?

—(Se ríe) Yo creo que en las canciones. Las canciones juntan. Yo voy a juntarme con el trío Malas Costumbres para cantar “Raquel”, la canción que le dediqué a mi madre. Con Milongas Extremas vamos a cantar “Diez décimas de saludo al pueblo argentino” de Zitarrosa. ¿Qué es lo que nos junta? Nos junta la canción. Aparte Uruguay es un lugar de canciones. No para de haber canciones buenas.

—Además del MPU, en tu futuro hay otras cosas, como la vuelta de Falta y Resto.

—¡Oh! Hermoso. Feliz. Tengo una gran expectativa de qué va a pasar en el medio, en los cuplés, porque ahora el Carnaval es otra cosa. No sólo juntando un buen cuadro tenés una buena murga. Pero este no es un buen cuadro: es un cuadrazo. ¡No sabes cómo suena!, ¡y cómo cantan las tres minas! Quedé maravillado con el timbre que tienen, recontra murguero. Explota.

—Solés hablar de Raúl Castro como uno de tus maestros.

—Sí, es familia para mí. Los Castro Lazaroff son familia para mí, porque siendo niño fui alumno del Choncho [Lazaroff], y me di cuenta de lo que era muchos años después de que había muerto. Era muy chico para darme cuenta de la dimensión que tenía su arte. Una demencia. Y muchos años después me di cuenta de cosas que me enseñó en ese momento, sobre todo el hecho de que vivir de la música era algo posible. No era que me lo decía: aprendí mirándolo, viendo cómo vivía su vida. Si él pudo hacerlo, ¿por qué yo no voy a poder? En ese sentido, el aporte de Jorge para mi propia vida ha sido invalorable.

—Y por otro lado, vas a embarcarte en una expedición por el Océano Atlántico. Vos, un músico de tierra.

—¡La milonga, la murga, el candombe: es pura tierra! Pero hay que explorar. Voy a estar las 24 horas dentro de una atmósfera que tengo que recrear con mi música, sin resetear, sin volver a casa, en un lugar del que no te podés ir. Y eso me parece interesante. El hecho de que el Smith Ocean Institute [una fundación sin fines de lucro que se dedica a la investigación oceanográfica] financie una expedición por las costas uruguayas de no sé cuántos millones de dólares, dirigida por Álvar Carranza, que para mí es un amigo y resulta que es como el biólogo número uno de acá, me pareció el sueño del pibe. Y voy, a ver qué pasa.

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