100 años de Osiris Rodríguez Castillos, el pionero que detestaba sus discos y revolucionó el folclore uruguayo

El 21 de julio se cumple el centenario del autor de clásicos como “Gurí pescador” y “Camino de los quileros”, una figura clave en la música uruguaya que terminó sus días viviendo de una pensión graciable.

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Osiris Rodríguez Castillos.
Foto: Archivo El País.

Fue uno de los pioneros del cancionero popular uruguayo, y hoy se cumplen 100 años de su nacimiento. Osiris Rodríguez Castillos es una de esas figuras ineludibles cuando se trata de rastrear los inicios de una tradición que incluye a cantantes como Aníbal Sampayo y Amalia de la Vega, y a autores como Víctor Lima y Rubén Lena entre sus figuras destacadas. Osiris compuso y grabó varios clásicos del folclore local como “La galponera”, “Gurí pescador”, “Camino de los quileros”, “De Corrales a Tranqueras” y “Cielo de los Tupamaros”.

Nacido en Montevideo, pero criado en Sarandí del Yí, escribió canciones sobre la gente y sus vivencias, algo estrechamente ligado a su experiencia personal. “He sido aventurero”, aseguró en 1962. “He vagado por toda mi tierra y por la Argentina y por Río Grande do Sul. No sé cuántas veces atravesé con mi caballo sobre la frontera norte, ni cuántas veces crucé en canoa el Delta del Paraná. Me gusta el mundo”, declaraba.

Ese contacto directo con el paisaje, con los oficios rurales, con las voces del campo, forjó una sensibilidad que se expresó tanto en versos como en melodías. Como escribió en la contratapa de Poemas y canciones orientales, su disco de 1962, su principal oficio era “presenciar la vida”. Y eso implicaba observar y escuchar. Desde niño fue lector voraz. Su vínculo con la música empezó temprano, alentado por su madre violinista y su padre guitarrista. A los seis años ya estudiaba piano con un profesor que viajaba desde Florida a Sarandí del Yí. A los siete escribió sus primeros poemas.

Osiris Rodriguez Castillos.
Osiris Rodriguez Castillos.
Foto: Archivo El País.

La combinación de saber autodidacta, vocación poética y espíritu independiente lo llevó por caminos poco transitados. En la década de 1950, sus textos comenzaron a circular en la radio, primero como poemas recitados por él mismo, luego en forma de canciones. Uno de ellos fue “Romance del Malevo”, que narra la historia de un perro que se vuelve compañero inseparable.

Antes que las canciones vinieron los libros. En 1955, por ejemplo, publicó el poemario Grillo nochero, su libro insignia, y luego varios artistas, como Eduardo Falú, Santiago Chalar y Jorge Cafrune grabaron sus canciones. Su discografía es escasa y él mismo explicaba las razones. “Detesto los discos. Me han servido para fijar las obras, pero están mal grabados, le aseguró a Guambia en 1993. “Sucede que yo escribí los versos, hice la música, tenía que hacer esa música en la guitarra y tenía que ser excelente ejecutante guitarrista, pero además tenía que ser un buen cantor. ¡Era el pájaro loco!”.

Su disconformidad con las grabaciones fue tal que regrabó su primer álbum, Poemas y canciones orientales —lanzado en 1962, con 37 años— en dos ocasiones. La primera fue apenas un año después, aunque la edición no lo anunciaba. La segunda fue 10 años más tarde, con Cimarrones, disco en el que retomó buena parte de ese repertorio inicial. Aunque renegaba de ellas, sus grabaciones siguen siendo escuela: no solo por la hondura de sus recitados y sus letras, sino por la manera en que su guitarra parece pensar, decir y hasta respirar.

En Poemas y canciones orientales está reunido el núcleo más sólido de su repertorio: “Gurí pescador”, “Cielo de los Tupamaros”, “La galponera”, “Camino de los quileros” y “Salto grande”. Son piezas que, con sus imágenes y cadencias, condensan una mirada singular del Uruguay profundo, desde un lenguaje que celebra y eleva sus raíces e idiosincrasias.

Buena parte del público conoce sus canciones por las interpretaciones de otros artistas. “Gurí pescador” fue popularizada por Jorge Cafrune y Santiago Chalar, “La galponera” se volvió un éxito en la versión de Los Olimareños, y lo mismo ocurrió con “Tata Juancho” en la voz de Eduardo Falú. “De Corrales a Tranqueras” tiene dos grandes versiones: una de Alfredo Zitarrosa y otra de Eduardo Darnauchans. Ya que se mencionan intérpretes, no puede faltar el impecable Numa canta Osiris (2001), donde Numa Moraes canta 17 de sus canciones.

“Para que lo mío trascienda al pueblo no es preciso que sea yo mismo quien lo lleve”, dijo en 1962. Años después grabaría “Yo no canto por la fama”, una canción que resume con precisión esa filosofía. Y que no fue solo un principio artístico: fue también una elección vital.

Entre sus piezas más recordadas en su propia voz y guitarra están “Gurí pescador”, que según aseguró su autor “fue récord de ventas en Uruguay”, y “Camino de los quileros”, que toda una generación redescubrió por su inclusión en la banda sonora de El baño del Papa, la película que Enrique Fernández y César Charlone estrenaron en 2007. Otra es “Cielo de los Tupamaros”, compuesta mucho antes de que existiera el MLN e inspirada en los gauchos independentistas de 1811. “Cuando terminé de coordinar los distintos elementos de esa canción, un frío breve e intenso me erizó la piel y se me abrasaron los ojos, porque sentí que me había sido otorgado el raro privilegio de acceder a la entraña viva de la historia”, aseguró en 1983.

En enero de 1981 se instaló en Madrid, y se dedicó a escribir cuentos, ensayos y novelas cortas. También conoció a Consuelo Vázquez de Parga, su pareja, y se dedicó a la luthería. Incluso llegó a patentar su propio diseño de guitarra. La música, al menos en su rol como intérprete, quedó en segundo plano. No fue la única vez que dejó un oficio para abrazar otro: supo ser docente, aguatero, trabajó en un astillero y hasta fue jefe de prensa del Sodre. Sobre esto último, dijo que renunció porque no le “gustaba la cara de la presidenta” de la institución.

Sus últimos años fueron difíciles. Regresó a Uruguay en 1992 tras la muerte de Consuelo, y se instaló en una pensión de la calle Gaboto. Vivía gracias a una pensión graciable —“de cuatro salarios mínimos”, establecía el decreto firmado en 1993— que le otorgó el gobierno de Luis Lacalle Herrera. Sin embargo, la creatividad seguía activa. En su última entrevista, realizada por Schubert Vassella tres meses antes de su muerte, Osiris aseguró que estaba “escribiendo sus mejores cosas” (“ahora hay una enorme experiencia; ya son 70 años”, bromeaba), comentó que preparaba su primer disco desde 1974 y que tenía dos libros por publicar. En sus palabras se adivinaba aún la voluntad de seguir siendo intérprete de su tiempo a pesar de las limitaciones materiales que lo rodeaban.

Aunque el tiempo no le permitió concluir esos proyectos, alcanzó una suerte de redención artística. El 6 de abril de 1996 actuó en la Rural del Prado durante la Semana Criolla, acompañado por el guitarrista Sergio Fernández Cabrera. Fue su primer recital en muchos años. En el documental Osiris: de la piel para adentro (2022), el músico recordó ese momento como “el acontecimiento más significativo para él en lo artístico. Era el renacimiento de un artista en el escenario”.

Osiris falleció el 10 de octubre de 1996, a los 71 años. Su legado se hizo poesía y canción. Cumplió con la misión que él mismo definió en 1962, al reflexionar sobre el valor de la escritura: “Como poeta, me siento obligado a crear cosas que resuenen en otros. Me siento como la parte sensible de la sociedad, un intermediario para expresar lo que otros no pueden. Siento que estoy cumpliendo mi deber”. Pero Osiris nunca fue una sola cosa: “Soy poeta cuando escribo. Cuando tomo mate, soy solo un paisano más. Mi escuela es asombrarme, ver las cosas por primera vez. Podría verlas cien veces y cada vez escribir algo diferente sobre ellas”.

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