No se sientan. La tarde que charlan con El País, y antes con una radio local, Ricardo Mollo y Catriel Ciavarella —con Diego Arnedo fuera de cuadro, presente, pero con la atención en algo más— permanecen de pie en algún rincón de su estudio, bajo un delfín que cuelga del techo, con la sonrisa como una marca que no se borra. Cada respuesta es la punta de un iceberg: se sabe que atrás de esas oraciones breves, justas, hay mucho más, capas y capas tectónicas de una profundidad que Divididos desborda cada vez que sale a tocar.
Hablan de su vuelta a Montevideo —el viernes 8 de agosto tocan en Sitio, en el Velódromo; quedan las últimas entradas en Redtickets—, de su primer disco de estudio en 15 años (se lanzaría en octubre, no habrá adelantos en Uruguay) y del corazón sobre todo. Prometen cumplirme un deseo personal, son generosos. Y sin embargo, una entiende que están de pie porque lo que importa es lo que viene después: ensayar, conectar con las canciones, hacer eso que los anuncia y los define.
Divididos —37 años, una de las bandas más exquisitas que ha dado el rock argentino, “la aplanadora” nacida de la historia de Sumo— es lo que es por esa urgencia delicadamente carnal que le despierta la música. “No encontramos cómo llamarlo para que no parezca ese aparato que aplana”, se ríe Mollo, “y en realidad es otra cosa”. Porque siempre es otra cosa.
De eso, parte de la charla que tuvieron con El País.
—Abrieron su 2025 tocando en el festival Canelones Suena Bien, y me fui de ese show preguntándome cuántos niños y adolescentes que estaban ahí dirán, algún día que se hicieron músicos o armaron bandas porque una vez vieron a Divididos con entrada libre. ¿Cuánto pesa eso en el hecho de estar tocando hace tantos años?
Ricardo Mollo: Sabés que justo que dijiste eso, me acordé de alguien que me hizo el comentario de que un chico vio el show y quedó en ese estado de decir: “Quiero hacer eso”. Así que tal cual lo que decís. Es que justamente pasa el tiempo y te das cuenta que estamos para eso. Vinimos a este mundo para eso, evidentemente: a tocar y a esa situación que va trascendiendo generaciones. Es muy fuerte, muy fuerte...
—Catriel, tu propia historia fue así: te hiciste baterista después de ver tocar a Divididos.
Catriel Ciavarella: Sí, evidentemente hay algo muy inspirador en lo que hacemos y la forma como lo hacemos. Yo soy... ¿Cómo sería?
Mollo: Un inspirado (se ríe).
Catriel: Sí, un ejemplo de eso. Y aparte nos llegan un montón de mensajes de chicos, dibujitos y cosas, y hay algo ahí que evidentemente es muy inspirador, por suerte. A mí me encanta porque, sí, vengo de ahí. Creo que todos venimos un poco de ahí. Todos vemos un espejo. Siempre que un padre me dice si puede traer al chico al show, le digo: sí, por favor. Esos eventos de seres humanos haciendo cosas siempre pueden ser inspiradores, no sé, llevar un chico a una cancha a ver fútbol también. Son cosas que pueden despertar algo ahí.
—Se trata de lo que estás viendo, pero también de lo que se genera en la experiencia colectiva.
Mollo: Sí, sí, es un todo, no solamente esa interpretación de la música, sino todo lo que sucede. En esos dibujos que habla Catriel ponen énfasis en distintas cosas, y algunos ponen énfasis en las luces o en todo el entorno, más que focalizar en el instrumento en sí. Entonces ahí te das cuenta que hay disparadores de todo tipo.
—De cualquier modo, esta es una banda que tiene puesta en escena, pero que aún en grandes escenarios no apela a la pirotecnia ni a la arenga. Es más probable que le pidan a la gente que no aplauda, que respete el silencio, a que salte, como si lo único importante fuera la conexión con la música. ¿Cómo explican eso que les pasa cuando están arriba del escenario?
Mollo: Es que en realidad cuando alcanzás, arriba del escenario, el mismo estado que te provoca la música sin tener que estar ahí, es como haber logrado algo, ¿no? Que es esta conexión con vos para expandir, sin necesidad de excitar al otro, sino simplemente de comunicarte con el otro. Que es un poco lo que me pasa a mí, que tengo la costumbre de mirar a las personas una por una. Y eso me parece que pasa por ahí: jugar con cada uno, no jugar al “monstruo de mil cabezas”, como le llaman.
—Cuando vino Sumo a tocar a Montevideo Rock, en 1986, Luca Prodan dijo en una entrevista: “Acá todos quieren ser afinados, pero ¿dónde está el corazón?”. ¿Esa sigue siendo la antorcha?
Mollo: Total. Son las máximas que dejó el maestro. El aprendizaje pasa por ahí. Cuando te dicen: “¿Qué te dejó Sumo, qué te dejó Luca?”, te dejó esa cosa de la emocionalidad, de que la música pasa por el corazón. Lo otro es la técnica, que a veces es necesaria para que no te duele la mano después del show, pero en realidad lo más importante es la expresividad y mostrar el corazón.
—Estamos hablando del vivo porque vuelven a tocar a Montevideo, pero están ultimando un disco que se hizo desear mucho tiempo y que podrían no necesitar, porque tienen repertorio suficiente y son una banda mucho más asociada al vivo que al estudio. ¿Por qué decidieron volver a embarcarse en la locura de hacer un disco?
Mollo: Qué bien sintetizaste esa última parte (sonríe)... Porque siempre hay algo para contar, ¿no? Aparecen cosas, sobre todo en estos tiempos de alguna manera horrorosos que estamos viviendo. Entonces hay cosas para contar que son parte de la expresión, como La era de la boludez también lo fue en su momento. Así que nos dimos ese tiempo de dejar de tocar, bajar un poquito esa locura y quedarnos acá un rato en casa para terminarlo. Y ya está ahí.
—¿Qué hace este disco con ese horror? ¿Le pone un espejo? ¿Lo canaliza desde el enojo o trata de encontrar algo luminoso para decir?
Mollo: Poetizar, no contarlo como si fuera un titular de diario, sino justamente dar esa otra parte que es necesaria. Más allá del horror, uno tiene que sentir y agradecer que está vivo, y hacer cosas.
—El álbum tiene al menos una canción escrita en Uruguay, un país con el que musicalmente tienen un largo vínculo. La foto de tapa de Amapola del 66 se hizo acá, la canción “Huelga de amores” está inspirada en Galeano, han grabado con No Te Va Gustar y ellos los han versionado a ustedes. ¿Cuál es la mayor influencia, musical o no, que sienten que toman de este lado del río?
Mollo: Un montón de cosas. Galeano es una, la música, ni hablar, Jaime, el Negro Rada, que me llamó para grabar algo hace como dos años y yo dije: “Se habrá olvidado” (se ríe), y no, y hace poco me avisó Montemurro que el tema ya está ahí, saliendo... Hay mucha influencia filosófica y musical, mucha. Hace poquito me compré allá un disco de Días de Blues, y escuchaba eso y era como escuchar a Pappo en los 70, ¿viste? Cuánto ida y vuelta que hay, en general, porque somos como otro barrio. Nos separa un río, pero es como cuando yo me iba de Haedo a Flores y entonces estás en otro barrio y tomás cosas de esa pequeña idiosincrasia que sucede ahí, y la fusionás con lo tuyo y se termina haciendo esto que nos gusta tanto, todo ese rock de los 70...
—Divididos lleva casi 40 años de recorrido, sin contar el camino anterior. A esta altura, ¿le piden algo a la música, esperan algo?
Mollo: La canción. Personalmente, la canción que siempre quise componer, yo la sigo esperando. Es como ver el horizonte. Te da manija, y habla siempre de que lo más importante es el camino.
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