Cuando termine esta entrevista, Catherine Vergnes verá un video de una niña de cuatro años, el pelo rubio cubierto por un sombrero de ala ancha, aferrada a un micrófono rosado, cantando “Me caigo y me levanto” e improvisando un recital en su propia casa, y grabará un saludo, dirá alguna cosa como si no tuviera ni que pensar. Está acostumbrada: en varios rincones del país, Vergnes —los ojos redondos de un verde musgo, la sonrisa estoica, como si hubiera nacido así— es como una princesa gauchesca, una reina de los bajitos criada en Paysandú, a orillas del Río Uruguay.
A veces se le acercan padres y madres de niñas y adolescentes, le enseñan con orgullo a sus criaturas y le dicen: “Ella quiere ser como vos”. Y Vergnes acomoda el cuerpo, mira a las niñas y adolescentes y les dice, más o menos: “Yo te puedo inspirar, pero vos tenés que ser vos”.
Lo que esas nenas y esos adultos ignoran es que ser como Catherine Vergnes es más que hacer canciones y cantarlas y arrasar los escenarios. Es, también, mandar un mensaje directo para coordinar esta entrevista, instalarse cinco días en Montevideo para visitar cuanto espacio de prensa quiera recibirla, trabajar a distancia con su equipo; levantarse un viernes, chequear la logística de esta nota, llegar a la redacción de El País, sacarse fotos con quienes se lo piden, charlar durante una hora sobre su vida, grabar un saludo para una de esas nenas que juega a ser como ella, sacarse una foto con esta periodista, subirla a redes, tomarse un ómnibus a Paysandú, llegar, aprontarse, irse a Colonia, volver a cantar, volver a posar, volver a reír, volver a hacer kilómetros. Es regresar a la capital y hacer una peña el sábado a la noche. Es actuar en Maldonado el domingo. Es, en el medio, convivir con un equipo al que ve más que a su familia, darlo todo y a la vez procurar sus espacios de silencio, vivir la música sin olvidarse de ella misma.
Catherine Vergnes está festejando 10 años de eso. Todo lo que ocurrió desde que lanzó Cautivante, su primer disco, y entendió entonces que la música era cosa seria.
“El primer-primer momento en que se me prendió la chispa musical no lo identifico. Era tan chiquita que ni me acuerdo. Fue mi madre la que prendió esa llamita a los 7 años, cuando aprendí a tocar la guitarra con mi maestro. Dicen que de chiquita yo andaba tarareando o tocando las cuerditas de alguna guitarra alrededor. Y ahí mi madre, que es maestra, lo vio todo”, dice. “Es el primer clic, del que no soy tan consciente. El segundo vino hace 10 años. Yo empecé a componer canciones con 16, 17 años. Después de los 18 me fui de gira internacional a otros países —Italia, Serbia, Hungría— y me voló la cabeza. Ahí dije: ‘Wow, si acá les gusta el folclore uruguayo, pues en Uruguay tiene que explotar’. Entonces vine con toda esa fuerza y cuando grabé mi primer disco dije: ‘Si estoy grabando, es porque esto viene en serio. Esto es de verdad’. Estaba estudiando psicología y pensé que me iba a dedicar a eso, y me recibí y todo. Pero la vida me llevó por la música y yo simplemente fluí. Fluí con la vida”.
Luego dice: “He llegado a metas muy altas. Hemos estado en los mejores festivales de Uruguay, en todos los rincones del Uruguay, sean grandes o chicos, y en los mejores escenarios de Brasil, Argentina, Chile. Pero voy con Uruguay, o sea que Uruguay siempre está”.
El camino de Catherine Vergnes y un año especial
Hubo otros clics. El disco Soy campera, que le valió un premio Graffiti y se convirtió en la mejor manera de definirla (“Fue como un boom, todos mis éxitos están ahí”). El sucesor, Refugio, una manera de atravesar sus propias turbulencias y un pasaje directo a su primera gira de teatros. Después, Clásicos del folklore uruguayo, un gusto personal, una deuda pendiente y también un desafío. Ahora, en un año marcado por la polémica, toda una gira para festejar.
“Desde chica tuve buenos maestros que siempre me dijeron: ‘Hacé lo tuyo, hacé tu música, porque de esa manera se va a abrir una ventanita y te vas a encontrar con algo que no esperás’”, dice. “Entonces empecé a componer, y le mostraba a mis amigas, a mi familia, y a todos les gustaba. Y eso, el apoyo de la familia, es muy importante. Yo quería hacer un camino con mi estilo y que nadie viniera a decirme: ‘Ay, vos te hiciste famosa porque cantaste canciones de...’. No, no: yo quería que, si me hacía popular, fuera por canciones propias, y que, si la gente me seguía, fuera por algo que nacía de mi corazón. Y fue así. Diez años así. Hasta que llegó 2024 y lancé Clásicos del folklore uruguayo. Fue mi gusto, mi lujo: poder decir, ahora que tengo mi camino y siento que está bien construido, cimentado, todo, puedo hacer esto”.
Clásicos, una relectura fiel a su estilo de clásicos como “La galponera”, “La Martín Aranda” o “Pa’l que se va”, le trajo muchas satisfacciones y una cuota de aquello que quiso evitar cuando todo empezó. “Siento en las redes muchas más críticas que encima son ignorantes, porque dicen: ‘Dejá de cantar la canción de otro y cantá tus canciones, ¿no tenés nada tuyo?’. Y es tipo, loco, ¡andá a ver los tres discos anteriores!”, dice, y la risa retumba en todo el lugar. “Entonces fue buenísimo hacer este camino con canciones de mi autoría. Fue más lento, ese fue el único desafío; la gente me fue conociendo súper de a poquito, pero fue muy sólido y hoy en día mi público es mi familia. En cada lugar, hay mucha gente que ya conozco. Tengo 30 fanáticos que van a todos los shows, a todos. Te juro. Es increíble”.
En un momento, Vergnes se acuerda de esto. “Había una gurisa que me recontra seguía, tiene bruto accidente y queda en coma. ¿Podrás creer que dicen que cuando le ponían mi música se le caía una lágrima? La familia usaba mi música para conectar con ella y saber que estaba ahí. Qué fuerte. Te juro que me da ganas de llorar”.
Todo eso se festeja en una gira de teatros y salas que pretende llevar a todo el país. Este viernes se presentará en el Auditorio Municipal de Artigas y el sábado en el Teatro Young de Fray Bentos. En agosto cantará el 1.º en el Teatro Escayola de Tacuarembó, el 2 en el Español de Durazno, el 8 en el Lavalleja de Minas, el 9 en el Macció de San José, el 15 en el Cine Teatro Municipal de Treinta y Tres y el 16 en el Teatro Municipal de Rivera. Tiene fechas agendadas hasta marzo. No puede ni pensar en el después.
En medio de las celebraciones, este año vivió el episodio más polémico de su carrera a partir de una ausencia en la Semana de la Cerveza de Paysandú, su tierra, su patria. Todavía le cuesta pensar en cuál fue el aprendizaje, pero asegura que se generó “algo mucho más grande” de lo que en verdad sintió, más allá de que sintió una profunda desilusión. “Pero dos personas no van a quitarnos ni el amor ni tampoco el público que tenemos allá. Y bueno, tienen que pasar 10 años para que sucedan cosas que nunca te hayan sucedido, y esa fue una”, dice, y otra vez la risa es una onda expansiva.
Le gusta aclarar que nunca quiso imponerse como una embajadora de Paysandú. Que fue la gente la que le dio ese lugar, la que reconoció en hechos ese amor que cuenta en palabras. Ser como ella también implica eso: charlar con los vecinos, saludar siempre al público después del show, cantarle a su río y a sus pagos. “Yo siento que sí soy profeta en mi tierra, que eso nunca sucede o que sucede poquito. Y lo siento porque hay tanto amor”.
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