novela

La reedición de El miedo del portero al penalti, de hace cinco décadas, confirma su vigencia como forense incorrecto de la Humanidad, algo que irrita a los bienpensantes.
Un gran novelista que hace literatura con lo mínimo
El premio Nobel Orhan Pamuk pensó una epidemia en Minguer, una idílica isla del Mediterráneo, antes de la debacle.
Luego de Teoría King Kong, su nueva novela se titula Apocalipsis bebé
"Saber lo que sucedió en estos 50 años de violencia va a ser un proceso largo", afirma, y se muestra partidario de la legalización de las drogas.
Eduardo Halfón continúa su exploración literaria, esta vez centrada en la relación padre-hijo.
Gustavo Valle construye una trama con detalle, inteligente y muy eficaz.
Vuelve Virginie Despentes, la que pocos soportan, con un nuevo libro
APLAUSOS MANUELLA SAMPAIO La vida tiene desvíos, enredos, vueltas, ciclos que se abren y cierran. Y aunque hagamos planes y la pensemos de manera lineal, está lejos de serlo. Esta constatación, de que los días no siguen una dirección fija, bautiza el libro de Margarita Azpiroz (80), recién lanzado por Editorial Fin de Siglo. “Cuándo creíamos que la vida era una línea recta” es una novela que rescata cuentos de su familia, historias que fueron narradas de generación en generación, recuerdos que la autora revisitó durante el encierro de la pandemia. Margarita (o Belcha, como le dicen) proviene de una familia oriunda de Melo, pero nació y vivió su infancia en el Prado (Montevideo). A los 26 se mudó a Rivera y vivió allí durante 42 años. La vivencia “entre fronteras” le dejó muchas anécdotas y también generó textos. Hace más de 20 años que asiste al taller literario de Roberto Appratto y cosecha sus frutos. En 2008 presentó “Crónica Fronteriza” al Concurso de Seminarios de Frontera organizado por la Cancillería de Brasil y el Ministerio de Desarrollo Social. Ganó su primer premio con un texto que plasma el punto de vista de una joven recién llegada a la frontera que procuraba acostumbrarse a las diferencias. Para la sorpresa y alegría de la autora, esta crónica ha sido estudiada por sus aspectos sociológicos en la Universidad de Mato Grosso, Brasil. “Siempre me interesó escribir, pero todo empezó a armarse cuando empecé el taller literario. Allí estás creando constantemente, pero mucho más que eso: estas aprendiendo de talleristas y de tus compañeros, y de los escritores que te abren el mundo”, comentó. En las actividades del taller, gestó el libro que ahora presenta al mundo y que ahonda en un nuevo género literario donde pudo cristalizar fragmentos de los más de 150 años que circundan la historia de su familia. “En 2019 estábamos trabajando estos cuentos de la abuela, pero en ese momento no tenía más que tres capítulos. Llegó marzo de 2020 y con el encierro uno empieza a meterse dentro de sí mismo. Empecé a ordenar papeles, fotografías, libros, cartas de la época que vivía en Rivera que intercambiaba con mi mamá y mi hermana. Cuando llegaba el jueves y Roberto nos invitaba a mostrar algo escrito, lo que me brotaba hablar era de eso que se removía cada vez que revisaba estas memorias”, contó. Foto: Gonzalo Viera Azpiroz Un día el coordinador del taller le dijo una frase que “le picó”: “Tenés material para una novela”. A partir de ese momento, Belcha comenzó a armar un puzzle con aquellos escritos y ese fue “el acto creativo fundamental” para armar la novela. Transitar las 179 páginas en dónde Belcha reconstruye de forma detallada la memoria de quienes ya no están, es hacer un viaje. Sin embargo, a contramano de estos tiempos donde el ritmo acelerado es la norma y la sobre información salta de las pantallas, el viaje que propone la autora es lento, cálido, sin apuros. Su narrativa es honesta, tranquila, pero al mismo tiempo vívida, rica en detalles. Propone estampar “distintas realidades de nuestro pasado y de nuestro país”, tal como indica la sinopsis.
Hay que leer Porque en esta segunda novela Luis Fernando Iglesias (n. 1958) confirma el pulso narrativo de la primera (El hombre que despertaba, 2013) con una historia que conjuga tensión narrativa y equilibrada nostalgia. Ambientada en Conchillas, localidad de Colonia anclada en el tiempo de los ingleses, la novela muestra el presente furtivo de su protagonista —embarcado en relaciones clandestinas e incertidumbres laborales— pero también del país, y el peso considerable de un pasado lleno de promesas que no se cumplieron. Fluida y transparente, El tiempo es una gran mentira llega al lector con la contundencia de las ficciones bien contadas. (Alfaguara)
Novela sobre la historia reciente ionatan was Sobre comienzos del siglo XXI se hizo popular en Canal 10 de televisión el programa Debate abierto, planteando diferentes temas de actualidad. Las discusiones bolicheras entre panelistas eran frecuentes, como pasaba entre Julio Toyos y Pablo Vierci, protagonistas de los más recordados enconos. Toyos tiraba su veneno anti imperialista y Vierci se situaba en las antípodas. Veinte años después llega la novela de Vierci La redención de Pascasio Báez, sobre el caso real del peón de campo que tuvo la mala suerte de descubrir un escondite de la guerrilla tupamara en 1971, que fue encerrado y más tarde ejecutado para lograr su silencio. El libro hace recordar un poco al Vierci de aquellos debates. Mala señal. Porque si una novela que se dice híbrida se parece demasiado a un manifiesto político —del color que sea—, hay un problema; y más grave si todavía el narrador es el propio autor. El lector medio quiere una historia interesante, o al menos unas horas de buena literatura. Pero en La redención de Pascasio Báez hay una inclinación, ya desde el prefacio, por el panfleto. La larga enumeración de hechos históricos, incluyendo la jerga tupamara (muy bien), sumado al estereotipo del joven-burgués-revolucionario desilusionado apenas enrolado al movimiento, no es más que ironía sobre lo que evidentemente iba a salir mal, una burla a la ilusión de que Uruguay podía llegar a ser un paraíso comunista. En medio de la retórica queda atrapado Pascasio Báez, que más que un humilde peón en sus últimas horas, es un enterrado de tatucera del que se discute si era “tupa” o “milico” y si perdía a propósito en las jineteadas (y por plata). El lector no sabrá mucho más de Báez, salvo algo de la familia, y que murió sin rencor hacia nadie, ni siquiera con los que lo mandaron ejecutar.
Historias breves gera ferreira Ojalá que al leer Una presencia ideal, de Eduardo Berti (Buenos Aires, 1964) se sientan tan acompañados como este cronista. No por el mero acto de leer (cualquier libro puede cumplir esa función), sino por la emotiva forma en que invita a escuchar. Los buenos libros provocan eso. Publicado originalmente en francés y traducido por Claudia Ramón Schwartzman, comparecen aquí un puñado de historias breves, inspiradas en lo que Berti vio, escuchó y vivió en el Centre Hospitalier Universitaire (CHU) de la ciudad de Rouen, entre abril y diciembre de 2015, como parte de una “residencia médico-literaria” en la que ficcionalizó entrevistas al personal médico de la Unidad de cuidados paliativos de la institución. El filósofo Séneca, en uno de sus tratados dijo algo así como que todos y todas las cosas esperan el último día, aunque su fin no sea el mismo. Pero este libro no trata sobre la muerte, aunque la sobrevuela (y a veces la encuentra), sino sobre el trabajo y dedicación de quienes ayudan a las personas con enfermedades graves a tener una mejor calidad de vida. Desde la praxis literaria vale la pena recordar el enfoque pionero de Julia Stephen y sus Notas desde las habitaciones de los enfermos (1893), un compendio de su experiencia no profesional como cuidadora y enfermera, y cuya hija, ni más ni menos que Virginia Woolf, retomará conceptualmente luego en el ensayo Estar enfermo (1926). Desde el punto de vista formal Berti trabaja con procedimientos de la escritura no-creativa (es integrante del grupo literario OuLiPo) para forjar un bello mosaico coral con las voces del personal de la salud (en la introducción al libro no oculta su deuda con Compañía K de William March (1933) y sus estampas sobre la Primera Guerra). Logra dotar de realidad el testimonio de los médicos, enfermeras, camilleros, auxiliares, pasantes y residentes, así como de los pacientes y sus familiares. El diseño individual e intercalado de los testimonios permite apreciar diversos matices, tanto de personalidad como del rol que cada uno ocupa en el equipo médico. También es interesante apreciar cómo Berti trabaja sobre la capa más sensible del profesional, dando paso a lo humano, al desnudar de manera compasiva sus errores y dudas, las paradojas latentes con las que deben lidiar, habilitando un espacio de confesión que finalmente adopta el signo de desahogo: “Si hay algo que uno aprende rápido en este oficio, es a callarse cuando no hay nada que decir”. La vida (de)pende de contados silencios.