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Un clásico que crece con los años

Peter Handke y el juego donde todos pierden

La reedición de El miedo del portero al penalti, de hace cinco décadas, confirma su vigencia como forense incorrecto de la Humanidad, algo que irrita a los bienpensantes.

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Peter Handke
(foto Alain Jocard/AFP/Archivo El País)

por Mercedes Estramil
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El austríaco Peter Handke (n. 1942) tuvo distintas clases de fama, desde el impacto revelador de su novela El miedo del portero al penalti (1970), que lo afirmó como un autor imprescindible de la literatura en lengua alemana, hasta su polémico y objetado Premio Nobel de Literatura en 2019, cuando consideraciones extraliterarias intentaron boicotear su adjudicación. La controvertida trayectoria de Handke tiene que ver con su particular posición de forense outsider e incorrecto de la humanidad, algo que el buenismo bien pensante no le perdona y los defensores del “compromiso” tampoco.

El miedo del portero al penalti narra el deambular errático de un personaje abismal: Josef Bloch. Los datos crudos que la novela da de él (fue arquero de fútbol, trabajó de mecánico, estuvo casado, comete un crimen) no son nada comparados con la inmersión profunda, inclasificable, que el modo de narrar de Handke delinea en el adentro del personaje a través de la aséptica observancia del afuera. Por cada posada, cine, calle, estadio, etc., por donde Bloch camina, el lector es obligado a caminar con él y a absorber con él, visceralmente y sin entenderla nunca, la derrota de vivir. Autista emocional en un mundo de autómatas hipócritas dominados por el dinero y el poder, Bloch comparte la genética de Ferdinand Bardamu (Céline), Holden Caulfield (Salinger), Ulrich (Musil), y la de los anónimos protagonistas de su coterráneo Thomas Bernhard.

Handke remarca a través de parlamentos inconexos y absurdos la babel lingüística de personajes que aunque hablen el mismo idioma no se comunican, y el desasosiego o la indiferencia frente a ese diálogo imposible. Bloch habla, seduce mujeres, compra periódicos, entra en peleas callejeras, pero está fuera del mundo, asqueado y avergonzado, sin cordón umbilical con nada ni nadie, metido a fórceps en una realidad que parece ficticia porque el zoom de la observación la hace insoportablemente real.

La cosmovisión narrativa de Handke se transparenta y camufla a la vez en un pasaje impecable: Bloch mira extasiado los frescos del techo de una iglesia y pensando en las tribulaciones del pintor concluye que tuvo que “pintar un cielo de verdad”, pero enseguida se aburre y se va de ahí, como de todos lados, y ya no le importa el cielo ni el pintor ni lo que el pintor pensó. En la novela de Handke, que crece con cada reedición, está pintado el mundo, por encima de la moral de los personajes, la ideología del autor, los vaivenes de las modas y las censuras.

EL MIEDO DEL PORTERO AL PENALTI, de Peter Handke. Alfaguara, reed. 2019. Buenos Aires, 139 págs. Traducción de Pilar Fernández-Galiano.

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