La beatificación de Jacinto Vera fue anunciada para este sábado 6 de mayo por la Conferencia Episcopal Uruguaya a comienzos de año, luego de la confirmación de un milagro por el papa Francisco. La fecha fue determinada por el papa a solicitud de obispos uruguayos, que coincide con el aniversario de su fallecimiento.

El papa no estará presente en la ceremonia, sino que el cardenal Paulo César da Costa, arzobispo de Brasilia, será quien lo representará.

Jacinto Vera nació el 3 de julio de 1813 en el Océano Atlántico, puesto que su familia se encontraba emigrando de las Islas Canarias a América. Fue bautizado en Nossa Senhora do Desterro, que actualmente es Florianópolis. Posteriormente, se asentó con su familia en la zona rural de Uruguay, donde recibió la formación cristiana de parte de sus padres, según explica el portal de Radio María.

Según explica la Iglesia Católica de Montevideo, descubrió su vocación a los 19 años, e incorporado al ejército, fue licenciado por el Gral. Manuel Oribe para que pudiera continuar sus estudios sacerdotales. Por no haber formación disponible en Uruguay, debió mudarse a Buenos Aires para estudiar, donde celebró su primera misa, el 6 de junio de 1841.

Se desepeñó como teniente cura y párroco de la Villa de Guadalupe de Canelones a lo largo de 17 años. Fue nombrado vicario apostólico del Uruguay el 4 de octubre de 1859 y consagrado obispo en la Iglesia Matriz de Montevideo el 16 de julio de 1865. Además, participó del Concilio Vaticano I en 1870.

Fue el primer obispo de Montevideo desde el 13 de julio de 1878, cuando se aprobó la creación de la Diócesis. Falleció en una misión que realizaba en Pan de Azúcar, el 6 de mayo de 1881.

El milagro que lo convertirá en beato trata de la curación de María del Carmen Artagaveytia Usher, de entonces 14 años, el 8 de octubre de 1936. Una infección tras una operación de apendicitis provocó grandes complicaciones a la joven, hasta que su tío le llevó una estampa de Jacinto Vera.

Según explica la Iglesia Católica de Montevideo, él le dijo a la niña que se la aplicara a la herida y que, junto a su familia, rezara con toda confianza por la intercesión del siervo de Dios. Esa noche, la niña comenzó a mejorar y a la mañana siguiente ya estaba recuperada por completo, algo a lo que no le lograron encontrar una explicación científica.