Redacción El País
El dolor de panza asociado a los nervios es una de las manifestaciones físicas más comunes de la ansiedad y el estrés emocional. La psicología y la medicina coinciden en que no se trata de un simple malestar pasajero, sino de una respuesta del cuerpo a situaciones que percibe como amenazantes. Este fenómeno forma parte del amplio abanico de las enfermedades psicosomáticas, aquellas en las que las emociones impactan directamente en el organismo.
El intestino es conocido como el segundo cerebro debido a la enorme cantidad de neuronas que lo componen y su vínculo directo con el sistema nervioso central a través del eje intestino-cerebro. Cuando una persona está bajo presión, preocupada o anticipando un escenario negativo, el cerebro activa la respuesta de estrés. Esto dispara la liberación de hormonas como el cortisol y la adrenalina, que alteran el funcionamiento del sistema digestivo.
La psicología explica que, ante los nervios, el organismo prioriza la supervivencia y desvía energía de procesos que no considera urgentes, como la digestión. Ese cambio puede generar dolor de panza, inflamación, náuseas e incluso la sensación de “nudo en el estómago”.
La ansiedad no solo acelera el pensamiento: también modifica el tránsito intestinal. Algunas personas experimentan diarrea por un aumento en la motilidad del intestino, mientras que otras sufren estreñimiento porque el movimiento intestinal se enlentece. Ambos extremos forman parte del mismo circuito psicofisiológico.
Además del dolor abdominal, es frecuente que aparezcan gases, acidez, urgencia para ir al baño o falta de apetito. En muchos casos, estos síntomas desaparecen cuando la situación estresante pierde intensidad, pero cuando se vuelven crónicos pueden afectar la calidad de vida y la relación con la comida.
Dolor de panza por nervios: ¿cuándo preocuparse?
Los especialistas recomiendan prestar atención cuando el malestar se repite cada vez que hay un momento de tensión, como antes de un examen, una reunión importante o una situación social que genere inseguridad. Cuando los síntomas son persistentes, intensos o interfieren en la vida cotidiana, puede tratarse de un trastorno de ansiedad que requiere acompañamiento profesional.
Es importante también descartar causas orgánicas. Por eso, si el dolor de panza se vuelve constante, se acompaña de fiebre, pérdida de peso o cambios bruscos en el hábito intestinal, es fundamental consultar a un médico.
La psicología propone varias estrategias para manejar este tipo de malestares:
- Técnicas de respiración y relajación: ayudan a reducir la activación física del estrés.
- Identificar los desencadenantes: reconocer qué situaciones provocan los nervios permite anticipar y regular mejor la respuesta del cuerpo.
- Alimentación y rutinas sanas: evitar el exceso de café, comidas muy pesadas y sostener horarios regulares puede disminuir la sensibilidad digestiva.
- Acompañamiento psicológico: la terapia es clave para aprender a gestionar la ansiedad, modificar patrones de pensamiento y fortalecer recursos emocionales.
El cuerpo habla, incluso cuando intentamos ignorarlo. El dolor de panza por nervios no es una exageración ni una casualidad: es una señal que muestra cómo las emociones y la mente están íntimamente conectadas con el sistema digestivo. Entender esa relación —y atenderla a tiempo— puede prevenir que el estrés se transforme en un problema mayor y abrir la puerta a una vida más equilibrada.