Redacción El País
Para el doctor Valentín Fuster, una de las figuras más influyentes de la medicina cardiovascular a nivel mundial, el bienestar no se limita a la ausencia de enfermedad. El corazón y el cerebro —sostiene— funcionan de manera integrada y la salud física es inseparable del equilibrio emocional. Desde esta mirada, la felicidad no es una cuestión de suerte ni un rasgo innato, sino una conducta que puede entrenarse y construirse a lo largo del tiempo.
Lejos de fórmulas rápidas, Fuster propone un enfoque basado en la madurez personal, el autoconocimiento y la responsabilidad individual. Su planteo se organiza en torno a cuatro pilares fundamentales —las llamadas cuatro “A”— que, combinados, permiten sostener una vida más plena y saludable.
Autenticidad: la coherencia que protege la mente
El primer pilar es la autenticidad. Para el especialista, ser la misma persona en todos los contextos —en lo público y en lo privado— evita un desgaste psicológico profundo. Adoptar máscaras sociales de manera constante genera tensión interna y estrés, mientras que la coherencia entre lo que se piensa, se siente y se hace favorece la estabilidad emocional.
Desde la psicología, este concepto se vincula con una menor activación del estrés crónico y una mayor sensación de vitalidad. Fuster suele ilustrarlo con una idea contundente: frente a una situación límite, como un infarto, desaparecen las jerarquías sociales. En ese momento, todas las personas son iguales, lo que refuerza la importancia de vivir de acuerdo con la propia identidad y no con expectativas externas.
Actitud: afrontar la realidad sin resignación
El segundo eje es la actitud. No se trata de negar los problemas ni de forzar un optimismo ingenuo, sino de adoptar una postura activa frente a las dificultades.
La ciencia respalda este enfoque: sentir que se tiene capacidad de acción reduce los niveles de cortisol, la hormona asociada al estrés, y protege la salud cardiovascular. A esta actitud se suma la aceptación, entendida como la capacidad de reconocer aquello que no se puede cambiar sin quedar atrapado en la frustración.
Fuster es crítico de la comparación constante, tan extendida en la vida moderna. Medirse permanentemente con los logros ajenos, advierte, desgasta la energía mental. Aprender a relativizar esas comparaciones libera recursos emocionales y contribuye a una mayor calma interior.
Altruismo: el impacto de dar a los demás
Entre las cuatro “A”, el altruismo ocupa un lugar central. Para Fuster, las personas más felices no son las que acumulan, sino las que dan. Sentirse útil, colaborar y aportar algo a otros otorga un propósito que estabiliza las emociones y refuerza el sentido de vida.
La neurociencia ha demostrado que los actos de generosidad activan los circuitos de recompensa del cerebro, generando una satisfacción profunda que no depende del reconocimiento externo. Esta respuesta biológica explica por qué ayudar produce bienestar duradero y no solo una gratificación momentánea.
Acompañamiento y responsabilidad personal
Para integrar estos pilares, Fuster subraya la importancia de contar con referentes o mentores que orienten y refuercen la confianza personal. Una palabra de aliento o una mirada externa que reconozca el potencial propio puede ser decisiva para animarse a asumir desafíos.
Finalmente, el especialista advierte que el bienestar y la longevidad no dependen únicamente de los avances médicos. La responsabilidad individual —en los hábitos, el descanso, la alimentación y el cuidado emocional— y el compromiso colectivo con la salud pública forman parte del mismo camino.
En esta visión, la felicidad no es un estado permanente ni un objetivo lejano, sino una construcción cotidiana. Autenticidad, actitud, aceptación y altruismo conforman un entrenamiento vital que, además de mejorar la calidad de vida, protege el corazón y la mente a lo largo del tiempo.
En base a El Tiempo/GDA