Santiago de Arteaga

Santiago de Arteaga

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El mundo de la vida no se puede reducir al mundo del trabajo. En ese sentido, la educación no puede subordinarse al mercado laboral.
No toda expansión jurídica es un progreso humano ni mucho menos una consolidación de la libertad.
La democracia es, en el fondo, “el ejercicio político y social de la modestia”, y no tiene sentido si no hay ciudadanos dispuestos a reconocer que no lo saben todo.
La angustia aparece cuando aparece lo más propio, aunque uno no sepa qué hacer con eso.
La demonización del prejuicio va junto con esa idea tan aséptica y pseudohumanista de que no juzgamos porque juzgar es malo. “¿Y quién soy yo para juzgar?”.
Donde no hay individuos, no hay comunidades. Hay pueblo como masa amorfa, como gentío, pueblo como ausencia de individualidad con juicio autónomo.
Nos olvidamos de que no basta con “mi verdad” -ni esa otra tiranía: el “yo siento”- y que cierta objetividad es clave para que no nos disolvamos en radicalismos.