La industria aeroespacial está viviendo un momento de reinvención. Los principales fabricantes trabajan en aeronaves que prometen acortar distancias a una escala sin precedentes, desde vuelos supersónicos hasta hipersónicos. La ambición es audaz: posibilitar los viajes intercontinentales en apenas unas horas —o incluso minutos— e inaugurar un nuevo estándar de movilidad global.
Entre conceptos avanzados, modelos en fase de prueba y recuerdos del Concorde, el sector intenta equilibrar innovación, seguridad y viabilidad.
Entre los proyectos más avanzados se encuentra el X-59, desarrollado por la NASA en colaboración con Lockheed Martin. La aeronave, diseñada para reducir drásticamente el impacto del estampido sónico —el ruido producido al romper la barrera del sonido—, completó su primer vuelo de prueba a finales de octubre.
El avión supersónico, que puede alcanzar velocidades de 1.488 km/h, fue construido con una forma alargada que distribuye la onda de choque y reduce el ruido percibido en tierra a unos 75 decibelios, comparable al cierre de la puerta de un coche.
Para la NASA, los datos recopilados de los vuelos sobre comunidades serán esenciales para convencer a los reguladores de que flexibilicen las restricciones que actualmente impiden los vuelos supersónicos comerciales sobre zonas pobladas.
Además, Lockheed Martin también apuesta por el SR-72, el sucesor espiritual del legendario Blackbird. El avión está diseñado para operar a velocidades hipersónicas, alcanzando Mach 6.
Aunque aún se mantiene en secreto, el proyecto se describe como una plataforma de reconocimiento militar capaz de volar entre cinco y seis veces más rápido que la velocidad del sonido. Sin embargo, el modelo no está destinado al uso comercial y se estima que su posible debut tendrá lugar en la década de 2030.
En el ámbito civil, el A-HyM Hypersonic Air Master intenta imaginar cómo sería transportar pasajeros a velocidades de Mach 7,3 — aproximadamente 9.000 km/h.
Diseñado para reducir el trayecto entre Londres y Nueva York a 45 minutos, el avión sigue siendo solo un concepto del diseñador Oscar Viñals, quien imagina una estructura de titanio y fibra de carbono propulsada por hidrógeno y con capacidad para 170 pasajeros. Sin embargo, nada de esto ha pasado de la fase de diseño.
La sombra del Concorde
El futuro supersónico choca inevitablemente con el pasado. El Concorde, un icono de la aviación, voló comercialmente desde 1976 hasta 2003 y se convirtió en símbolo de lujo y velocidad. Pero acumuló desventajas: altos costes de mantenimiento, poco espacio para pasajeros, elevados gastos e, incluso en la década de 2000, obsolescencia tecnológica.
Su declive se aceleró aún más por dos acontecimientos significativos: el accidente de un Concorde de Air France en París en 2000, que causó 113 muertes, y la contracción del sector tras los ataques del 11 de septiembre de 2001. Con una baja demanda y un funcionamiento costoso, British Airways y Air France retiraron el modelo después de casi 50.000 vuelos.
La nueva generación está intentando aprender de estos errores —tanto en términos de ruido como de eficiencia— y busca la viabilidad comercial donde el Concorde fracasó.
Uno de los proyectos más prometedores es el Boom Supersonic XB-1, apodado el "Hijo del Concorde". El prototipo, el primer avión supersónico civil desarrollado en Estados Unidos, ya ha sido fotografiado por la NASA rompiendo la barrera del sonido sin producir un estallido audible.
Se espera que la versión comercial, denominada Overture, alcance Mach 1.7 y ya ha recibido pedidos de aerolíneas. Boom estima más de 600 posibles rutas globales para este modelo, que volaría a más del doble de la velocidad de un Boeing 747.
Mientras tanto, Venus Aerospace apuesta por el Stargazer M4, un avión hipersónico reutilizable con un alcance de 8.000 kilómetros. La compañía promete despegue convencional, ascenso a 33.500 metros de altitud y una velocidad máxima de Mach 9, casi 11.000 km/h.
Con motores que incorporan tecnología financiada por la NASA, este modelo pretende hacer posible el transporte global en aproximadamente dos horas. La empresa afirma que el sistema de propulsión ya ha demostrado una eficiencia superior a la de las tecnologías tradicionales.
A pesar de las incertidumbres, una cosa está clara: la aviación vuelve a soñar a lo grande. Entre propuestas militares y ambiciones comerciales, el sector se acerca a un escenario donde cruzar océanos en minutos ya no parecerá ciencia ficción.
O Globo/GDA