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Elaboran los llamados mates imperiales desde cero, aplicando un procedimiento de platería criolla antigua que los distingue en el mercado apelando a motivos de fauna autóctona o a pedido.
"Entra la chapa de alpaca y sale el mate hecho”. Así resume Enrique De Santiago el trabajo que realiza en el Taller Integrados y que lo diferencia de otros talleres de platería criollaen el Uruguay.
Su gran carta de presentación son los mates imperiales, que elabora junto a su esposa Patricia Guimaraens desde hace más de 20 años y para los que utiliza una técnica que nadie aplica en el país.

“Es una técnica de la platería criolla antigua que la vi en la Feria Internacional de Artesanías de Córdoba, en la que participamos un montón de años y sacamos una mención”, cuenta sobre lo que aprendió a hacer viendo trabajar a los plateros argentinos. “Ellos estaban haciendo demostraciones de cincelado y me dieron la fórmula del lacre, que es lo que va debajo de la virola del mate. Se dibuja a mano primero y después con un cincel se va recorriendo la línea y esa línea va formando el dibujo. Se da vuelta, se le pone el lacre y se cincela de nuevo”, explica el artesano.
También realizan bombillas desde cero lo cual, al igual que en los mates, les permite desarrollar pedidos personalizados, que constituyen la mayoría de sus trabajos. Es así que iniciales, escudos de equipos de fútbol o diseños muy específicos forman parte de los encargues que les hacen sus clientes.

“Hacemos unos mates que tienen teros o carpinchos y eso lo realizamos con fundición de cera perdida. Primero se talla la cera y se arma por ejemplo el tero, que es el logo del taller. Luego se funde en plata y se le hace un molde”, describe sobre los diseños basados en la fauna autóctona que los caracteriza.
Alguna vez también recurrieron a las pinturas rupestres. “Elegimos especialmente para Manos del Uruguay las pinturas de Chamangá, que están en el departamento de Flores. Se hacían en plata y en fundición”, recuerda sobre un trabajo que ya no hacen. Lo que sí mantienen son las recreaciones de Torres García o motivos indigenista para resaltar las raíces.
Pero Enrique no empezó por la platería criolla, sus comienzos en la artesanía fueron con la joyería en plata que estudió en la Escuela de Artes y Artesanías Pedro Figari. “Estudié arquitectura unos diez años en forma paralela, pero no terminé la carrera. La joyería era una forma de sustento, aparte de que me encantaba”, dice.
En 1989 empezó a trabajar con otro artesano y durante diez años hizo platería y joyería. Más adelante crearía el Taller Integrados junto a su esposa –que estudió sociología–, taller que en el 2000, cuando ya se habían pasado a la platería criolla, llegó a tener cinco personas produciendo al por mayor. “Pero dejamos de hacerlo porque no compensaba. Ahora básicamente estoy yo solo y mi esposa me ayuda”, acota.

Desde 1992 integran el Mercado de los Artesanos, hasta el 2000 comercializaban en la Feria de La Pasiva y actualmente mantienen la Feria de Punta del Este durante todo el año y la feria Ideas+. “Es nuestra principal feria, la hacemos desde que era la Feria del Libro y el Grabado de Nancy Bacelo. Es un público que valora la artesanía como tal. Es un placer”, destaca.
La mayoría de esos puntos de venta se anularon durante la pandemia o trabajaron en un nivel muy restringido. Lo que mantuvo con vida a Taller Integrados fueron las ventas a través de las redes propias (Instagram: @tallerintegrados @lacasadelmateuy) o a través de otros emprendimientos que tenían sus propias redes.
“Trabajé muchísimo haciendo mates imperiales para una persona que tenía contacto con jugadores de fútbol porque él había sido futbolista y dejó porque se lesionó. Hice unos 800 mates. La gente quedaba muy conforme y volvía”, señala.
Hoy su socio es Alejandro Gil Álvarez, un diseñador gráfico que los ayuda con las redes y la feria Ideas+, además de diseñar bajo su orientación la cinta serigráfica grabada al ácido que va en las polleras de los mates.

Cultivos con hidroponia.
Hace 22 años que Enrique y Patricia viven en Médanos de Solymar. Allí está también su taller y un invernáculo de hidroponia, un emprendimiento que comenzaron hace cuatro años. “Cultivamos lechuga, rúcula y albahaca y las comercializamos en almacenes y verdulerías. Es un producto libre de pesticidas en el que el agua recircula. Las lechugas, que son de semillas holandesas específicas para hidroponia, las vendemos con las raíces, la gente las lleva, las pone en un vaso con agua y va sacando las hojas que precisa”, detalla.
Comenta que les costó agarrarle la mano, que primero fueron tres años de fracasos, plagas y productos que no se vendían y que recién ahora le están sacando rentabilidad. Por eso se animaron a probar con la acuaponia, un procedimiento parecido en el que son los peces los que pasan por un filtro bacteriológico y alimentan las plantas. “Es imitar la naturaleza y no es fácil”, acota sobre lo que hacen con el ingeniero agrónomo Antonio Guimaraens.
Todo suma a la hora de vivir de lo que aman.
