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Cómo vivir de ser otro o el Luis Miguel uruguayo que no fue

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HISTORIAS 

Sebastián Herrera es psicólogo y trabajó como imitador de Luis Miguel durante un año. Joaquín González, músico y director de cine, lo registró y ahora se transformó en un documental, Alter.

Sebastián Herrera no se parece a Luis Miguel: es más rubio y más delgado y tiene la cara más fina y la nariz más levantada y la piel más blanca. Tiene sí, algo que se acerca – a veces- en la voz, en la manera de pararse en el escenario, vestido en un traje negro y una camisa blanca, en la forma de pasarse la mano por la cabeza, en cómo cierra los ojos mientras dice “Ya sé que no hubo nadie que te diera lo que yo te di que nadie te ha cuidado como te cuidé”.

Esta es la historia de Sebastián, un Luis Miguel que no fue. Y también es — en algún punto, de alguna manera— la historia de Joaquín González, director de cine, músico.

Todo empezó una noche en un asado entre excompañeros del liceo. Sebastián cantaba, pasaba por canciones de Luis Miguel, se esforzaba por alcanzar algunas notas, se reía, probaba. Mientras, Joaquín tenía una cámara y registraba todo: las manos, la cara con una barba rubia, los intentos de acercarse cada vez más a las formas del cantante.

Fue ahí, cámara en mano, que a Joaquín se le ocurrió. Sebastián siempre había sido bueno imitando y Luismi le salía bien. Le dijo, entonces, que quería hacer una película: iban a crear un personaje y le iban a dar vida mientras registraban todo el proceso. Iban, con la complicidad de una amistad de años, a crear su propio Frankestein musical: un personaje armado a medida que sería, a la vez, una belleza y una catástrofe.
Así nació Alter, el documental de Joaquín sobre la transformación de Sebastián en su alter ego como imitador uruguayo de Luis Miguel: Luismi Evans. Ya tuvo un recorrido por festivales internacionales y se estrenó en Cinemateca, aún se puede ver el viernes 16 y el domingo 18 en el Auditorio Nelly Goitiño.

Lo que vino fue un año entero y un poco más de hacerlo crecer y de ver hasta dónde Luismi Evans podía resistir: exponerlo, hacerlo cantar, expandirlo, mostrarlo, perfeccionarlo.

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Sebastián Herrera fumando
Sebastián Herrera fumando. Foto: Álter

¿Por qué alguien — un uruguayo en sus treinta y pocos recibido de psicólogo— aceptaría la idea de alguien que quiere convertirlo en otra persona?

Sebastián nunca se dedicó a la música, pero fue algo que siempre estuvo presente: su padre tenía una guitarra, su abuela cantaba todo el tiempo. Y él también. Desde niño tuvo la inquietud de hacer sus canciones, de cantarlas. De tener, en la música, una forma más de expresión.

Tiene, en esa inquietud, un proyecto: Lucrecio Evans, una especie de alter ego que compone canciones. Se cambió de nombre porque, dice, el suyo — Sebastián Herrera— no le gustaba, no le parecía que tuviera que ver con nada artístico.

Cuando a Joaquín se le ocurrió la idea del documental Sebastián se había quedado sin trabajo. Y le dijo que sí porque, aunque pareciera un delirio, eran amigos desde hacía mucho tiempo, había mucha confianza y todo empezó como un juego. También porque presentarse en un bar o ir a un cumpleaños o cantar en una fiesta privada como Luis Miguel era algo que le divertía y que también le generaba una entrada de dinero que, aunque poca, le servía.

“Ya estaba el tema de que Sebas pudiese hacer algo con su facilidad para imitar a Luismi, entonces yo empecé a pensar en una película que de alguna manera siguiera la gesta de un imitador. En este sentido Luismi Evans y la película nacen a la par y hay una retroalimentación bien interesante entre la película que se alimenta del proceso de Luismi Evans y que de alguna forma también va afectando algunos aspectos de Luismi”, cuenta Joaquín.

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Sebastián Herrera como Luis Miguel
Sebastián Herrera como Luis Miguel. Foto: Álter

Tú la misma siempre tú, amistad, ternura qué sé yo. Un traje negro, una camisa blanca, una corbata. Los primeros toques son en bares. Va poca gente. Sebastián se presenta con un parlante y un micrófono y canta. Tú, mi sombra has sido tú, la historia de un amor que no fue nada. Luego tiene afeitarse la barba, arreglarse el pelo, cortárselo mejor, ensayar gestos y miradas, hacer algo para forzar el parecido físico. Tú mi eternamente tú, un hotel, tu cuerpo y un adiós. Aparece un manager. Lo invitan a cantar a una fiesta privada en el Casino Carrasco. Antes de subir al escenario: un cigarro, los nervios y el juego. Tú mi oculta amiga tú, un golpe de pasión, amor de madrugada. Las presentaciones siguen en un cumpleaños y en otro y en un bar y en otro y en un residencial: el mismo traje, la misma camisa, las mismas formas. No existe un lazo entre tú y yo, nada de amores nada de nada. Entonces viaja a Buenos Aires: canta en el subte pero, también, en las afueras del Campo Argentino de Polo, donde hay una fila enorme de personas esperando por ver el show de Luis Miguel. Tú la misma de ayer la incondicional la que no espera nada. Canta, se saca fotos, sonríe, se seca la frente: Luismi Evans está en su mejor versión.

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En algún momento todo empieza a irse de las manos y lo que era un proyecto de amigos por diversión, empezó a hacer ruido: tuvo que ver con esa exposición en Buenos Aires y también con las entrevistas en radios y programas de televisión que empezaron a surgir en Montevideo. Sebastián iba con su guitarra. Lo presentaban como el Luis Miguel uruguayo, le pedían que hiciera canciones de Luismi pero él, cuando podía, cantaba alguna suya, una de Lucrecio Evans. Fue entonces que algo comenzó a quebrarse: ¿por qué estaba escondiéndose detrás de otro? ¿dónde estaban sus canciones y su voz y sus formas? ¿por qué seguía haciendo eso? ¿quién era, al final de todo, cuando no había escenarios ni canciones?

“El conflicto empieza en mí y me empieza a hacer ruido esto de imitar a Luis Miguel cuando empieza la exposición en los medios. Ahí me sentí súper expuesto, y cuando aparece el manager con todas estas cuestiones del cambio de look, cuando uno, en definitiva, empieza a ‘traicionarse’ a uno mismo, y esto pasa de ser algo divertido a algo que se empieza a padecer”, dice Sebastián.

Hay un momento clave. Joaquín y el manager anotan a Sebastián en Got Talent. Él va sin querer ir. Canta y, al final, Agustín Casanova, jurado del programa, le dice que le gustaría más ver qué hay detrás de Luis Miguel, conocer la voz de Sebastián. Él se acerca al micrófono y dice: “A mí también”.

Y ese es el final. Ya no hay más Luismi Evans ni traje negro ni rostro sin barba. Y así está bien. O eso cree Joaquín: al fin y al cabo no se trataba de hablar de Luis Miguel sino que siempre, todo, se trató de hacerse una pregunta: ¿para qué hacemos lo que hacemos?

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