Sus allegados hablan de su sencillez, solidaridad y simpatía y advierten que no se le puede elogiar el perfume o la cartera porque ya te los quiere dar. “Todo el mundo tiene un reloj regalado por mí”, dice entre risas Petru Valensky.
El actor, comediante y conductor se ha convertido en una figura versátil en sus elecciones profesionales y, sobre todo, muy querida por el público. Comenzó en el circuito under de Montevideo, al poco tiempo lo sorprendió el éxito en el teatro. Eso dio paso a su llegada a la televisión y a una carrera imparable que le ha dado varios premios, pero, sobre todo, una conexión con el público que no se consigue en ningún lado. Ahora suma un reconocimiento más a su amplia trayectoria que abarca hasta el cine, la ópera y el carnaval: mañana será declarado Ciudadano Ilustre de Montevideo, a las 19.00 en el Teatro Solís. Entradas, gratis, por Tickantel.
Nació Fernando Gabriel Enciso Balparda y adoptó el nombre Petru Valensky (o Valenski, no le da mayor importancia a cómo lo escriban) cuando hacía obras para niños y en la Sociedad Uruguay de Actores ya había un Gabriel Enciso registrado en Paysandú. "Me decían Petru de niño, por la boca grande, y me fascinaba la historia de los zares, las novelas de Judith Krantz de Stash Valensky, y así surgió", resume. Eso llevó a que se convirtiera en una especie de lienzo en blanco para que el público lo rellene. Al principio la gente no sabía si él era ruso, brasileño o polaco.
Petru trabajaba en una veterinaria y hacía shows de café concert en boliches gay a mediados de los ochenta cuando Omar Varela llamó a su puerta, para sumarlo a la obra que iba a cambiar su vida: ¿Quién le teme a Italia Fausta?
No tenía estudios formales de actuación, pero esa comedia escrita por los brasileños Miguel Magno y Ricardo de Almeida, donde interpreta varios personajes, se convirtió en un fenómeno del teatro montevideano. Tuvo una permanencia histórica, fue éxito de taquilla y regresó en 2024 con funciones agotadas en el Solís.
Con los años, su carrera no encontró límites. Recibió distinciones como el Iris, el Florencio a la trayectoria, el Manuel Oribe y hasta premios de críticos en Estados Unidos. Trabajó en los albores del cine nacional, en El Chevrolé, y también le dio la voz a Tota en Anina. Estuvo en ciclos de la televisión como Decalegrón, Dos por noche, Correr el riesgo y De igual a igual y subió al Ramón Collazo con Los Muchachos. Encarnó a Lilas Pastia en la ópera Carmen, a Seferina de los Ríos Guzmán en la zarzuela El dúo de la africana y hasta se dio el gusto de ser Mamá Cora en Esperando la carroza junto a la Comedia Nacional.
Si tuviera que resumir su vida, dice que sería como el eslogan de los cigarrillos Virginia Slims: "Has recorrido un largo camino, baby".
"He logrado lo que soñaba y eso es lo que importa”, comenta Petru, que no para de sumar proyectos que anota en su agenda para no olvidarse. Conduce La mañana en casa de Canal 10, está en la obra Varieté de locos junto a Fito Galli, Pablo Atkinson y Nacho Cardozo, todos los fines de semana lo convocan para fiestas privadas, en marzo se suma a una película uruguaya y junto a Galli reestrenará Alcanzame la polvera, otro de sus éxitos. Sobre todo eso, esta charla con El País.
—Tenés una carrera que abarca todo: comenzaste en el under montevideano y te van a declarar Ciudadano Ilustre. ¿Qué te pasó por la cabeza cuando te avisaron de este reconocimiento?
—Primero pensé: "¿me lo merezco?"; esa cosa muy humilde, muy nuestra. Después dije: "pucha, hace 37 años que hago Italia Fausta, estuve en pila de éxitos, y no me queda nada por hacer". Así que este premio me da mucha felicidad, y me parece muy bien que los reconocimientos lleguen cuando uno los puede disfrutar. Después, cuando esté en otro plano, no lo voy a ver. Ahora sí lo puedo disfrutar.
—¿Qué te llevó a subirte a un escenario en aquel Uruguay tan distinto al de hoy?
—Me encantaba todo eso. Yo venía de la escuela, colgaba la túnica y mi vieja nos ponía cine argentino con la merienda. Una taza de gofio con azúcar y pasaba la tarde. Después me iba al altillo, mi lugar favorito en la casa de Enrique Arrascaeta, recreando los personajes. Tenía fascinación por eso, de toda la vida. Volvía de la escuela y soñaba con esos personajes.
—¿Qué tan difícil era ser vos en aquella época?
—Era jodido. Al punto de que, los fines de semana, durante el día hacía teatro para niños y a la noche nos íbamos a los boliches: Controversia, Espejismo, Arcoíris, Sherlock, y hacíamos los shows ahí. Eran espectaculares. Todo el circuito under de los 80 y 90 era fascinante, unas ganas de que vuelva. No teníamos internet ni una guía de nada, así que hacíamos lo que nos salía. Durante la semana practicábamos los playbacks eternos y los monólogos que hoy estarían censurados. Los domingos el boliche explotaba de gente.
—Por una fiesta en Controversia terminaste preso.
—Sí. Vivía en la Rambla, venía de la playa y mi madre me dijo: “Llamó Juanjo (Juan Colla, dueño de Controversia), dice que vayas a hacer el show, que hay una gran fiesta”. Yo estaba muerto, pero fui. Me apronté, me fui en taxi y me abrieron la puerta al llegar. Por el glamour pensé que era un vallet. Era un milico que me vio y dijo: "Directo a la chanchita".
—¿Cómo te animabas a hacer esos shows en una época donde, por eso, literalmente te llevaban preso?
—Me llevaron preso dos veces. Esa fue la segunda y también cayó Fito Galli, pero la primera fue la más fuerte. Estaba haciendo un espectáculo en un lugar que se llamaba Gente. Era en el subsuelo, estaba haciendo un tema de Mireille Mathieu y después iba a hacer un monólogo. Era el 12 de enero de 1982, de madrugada. Se prendieron las luces y entraron todos uniformados de verde. Mi pensamiento fue: “¿Qué parte del show es esto?”. Ahí cortaron la música, me dijeron: “agarre sus pertenencias y acompáñenos”, y nos llevaron. Era la parte dura de la dictadura y fuimos en fila india a Jefatura. Por suerte mi familia era muy amiga de Hugo Batalla y Adela Reta, y logré que no fueran más días de los que fueron.
—Después llega la democracia, aparece Omar Varela y tu vida cambia por completo.
—Sí. Omar me vio en Controversia haciendo el espectáculo y me ofrece Quién le teme a Italia Fausta. A partir de ahí fue como un tren. Todo muy rápido. Pasé a ser una figura casi que de la noche a la mañana.
—¿Te asustó esa popularidad?
—No, me encantaba. Hubo una época que me encantaba que me reconocieran, me halagaba. Hubo otras en que me hubiera gustado ser anónimo. Por eso a veces me voy unos días a otro país donde paso desapercibido. Pasa que el amor de la gente es lo que vino a estar en el lugar de mi familia. Porque se fueron del país cuando empecé la carrera, y necesitaba —necesito— del amor del público.
—Tenés una tranquilidad que es muy tuya. ¿Hacés yoga? ¿Meditación?
—Tengo dos filosofías nórdicas que amo: Lagom de Suecia e Hygge de Noruega. Te dan mucha paz y te enseñan a vivir de otra manera. Por eso la pandemia la pasé bárbaro, a pesar de estar trabajando desde casa con una cámara que me puso el canal. Pero pasé bárbaro porque potencié esas dos filosofías. También me gusta la filosofía japonesa. También soy muy creyente, tengo al padre Pio por toda la casa, y también leo el horóscopo.
—¿Nunca te sentiste excluido por ser gay?
—Nunca. Y nunca me sentí atacado por ser gay. Salvo esa detención en dictadura, la gente siempre me dio amor, nunca agresión. Y valoro eso.
—Es increíble que a nadie le importe tu vida privada.
—Es cierto. A nadie le importa si estoy solo, en pareja o lo que sea. Y cada vez que hago a la Doris explotan los mensajes en el canal. Creo que soy el tipo que vestido de mujer ha entrado a más casas en este país. He tenido mucha suerte, porque ya sea por la televisión como en fiestas o eventos, siempre he recibido cariño de la gente.
—Y en televisión has hecho de todo, como actor y conductor.
—Sí, estuve 12 años en Decalegrón, desde el 88 hasta el final. También estuve con Omar Gutiérrez en De igual a igual, y en canal 10 estoy hace 37 años. Te ponés a pensar y es impresionante. Es que soy de durar en los lugares. Me encanta estar mucho tiempo y llevarme bien.
—¿Y pensás en el retiro?
—No. La palabra "jubilación" la detesto. No quiero ni escucharla. Yo pienso seguir haciendo reír.