La olla hierve como siempre. Muérdago, langosta, un puñado de fresas... En principio, debería estar todo. El hechizo, sin embargo, no se produce. En lugar de la superfuerza, explota la marmita. Falta algún ingrediente, pero ¿cuál? Solo lo sabría Panoramix, y ahí está el problema: desde que Obélix le arrojó por error un menhir encima, el druida no recuerda ni su nombre. Ni mucho menos la receta de su célebre pócima.
“El combate de los jefes me encanta porque, de todos los cómics de Astérix que he leído desde los ocho años, es en el que la aldea lo tiene más crudo”, apunta Alain Chabat en las notas de producción de la miniserie de animación televisiva homónima. Su adaptación del comic está en Netflix― y relata cómo se las apañan los galos para derrotar a los romanos incluso sin su mítico brebaje.
Pero, en realidad, demuestra que la poción mágica nunca pierde su poder. Un reciente videojuego, los cinco capítulos de la miniserie y una nueva historieta para esta primavera, la número 41. La pasión por Astérix y Obélix se mantiene como ellos: irreductible.
Han pasado más de seis décadas desde que el dibujante Albert Uderzo y el guionista René Goscinny crearan una leyenda. La premisa apenas ha cambiado desde aquel primer Astérix, el galo (editado en castellano por Salvat, como el resto de la saga). Año 50 a. C.
“Toda la Galia está ocupada por los romanos… ¿Toda? ¡No!”, arrancan una y otra vez las tramas de la única aldea capaz de parar el avance de las tropas de Julio César. Y siempre terminan en un banquete a base de jabalí, con el pobre bardo amordazado para que su canto no amargue la velada. En cada entrega, básicamente, sigue habiendo dos señores repartiendo mamporros.
El videojuego y su secuela incluso se titulan Astérix y Obélix. Slap Them All (abofetéalos a todos). Pero, a la vez, la saga ha ridiculizado a menudo el exceso de testosterona. Y entre aventuras, risas y guantazos, ofrece reflexiones sobre el mundo alrededor. De los galos, hace 2.000 años. Y de nosotros, hoy día.
“Cada álbum aborda de manera implícita temáticas de la época. Seguimos a personajes inmutables en una sociedad en constante mutación. Son un poco como nosotros: intentamos adaptarnos como podemos a los tiempos y a sus cambios”, reflexiona Fabcaro, guionista de los últimos dos cómics. Además de un sinfín de centuriones, los dos amigos han afrontado la expansión inmobiliaria en La residencia de los dioses, o el capitalismo en Obélix y compañía, igual que recientemente descubrieron el ecologismo, el boom de la autoayuda o alguna lección de feminismo.
El tomo 39, La hija de Vercingétorix, introdujo a la adolescente Adrenalina, una de las primeras mujeres no tan estereotipadas de la saga. La serie El combate de los jefes ha añadido a la trama original cuatro personajes femeninos, de la joven Metadata a la madre de César. Y tanto el guion como los impronunciables nombres de algunos protagonistas están salpicados de guiños a la actualidad. Tras reírse del brazo tendido de Julio César, el jefe galo Abraracúrcix sentencia: “Su saludo no cuajará”. Poco antes, había profetizado: “Si hay algo que no cambia es el clima”.

“Siempre se aborda la oposición tradición / modernidad: la aldea, bastante conservadora, se enfrenta a un cambio que llega del exterior y esta nueva situación, en cierto modo, origina la evolución”, subraya Céleste Surugue, director general de las Éditions Albert René, dueña de los derechos de estos iconos.
El combate de los jefes aborda incluso una temática tan espinosa como el colaboracionismo francés con los nazis. Y, entre tantos conflictos, lleva al límite el propio vínculo entre los dos amigos, además de contar sus orígenes. “No queríamos que fuera una adaptación más. Tenía que ser algo memorable, una obra que quedara en la historia de Astérix”, ha llegado a declarar Surugue.
Habrá nuevo libro
Palabras mayores, ¡por Tutatis! Porque la pareja más famosa de galos ha derrotado a legiones y atletas olímpicos, afrontado travesías marinas y odiseas, lidiado con la crianza y la pubertad. Ellos mismos perdieron a sus padres originales, fallecidos, pero ahora se dejan guiar por Facbaro y Didier Conrad. Han viajado a Hispania, Italia, Helvecia o India. El próximo 23 de octubre pondrán rumbo a Lusitania, el actual Portugal, para su (pen)última epopeya.
El ritmo de publicación ha bajado: en las décadas de 1960 y 1970, hubo años con dos cómics. Hoy, se lanza uno cada 24 meses. Pero, en cuanto aparece, suele conquistar la lista de los más populares. Los 393 millones de libros vendidos, en más de 100 idiomas y dialectos, siguen subiendo. Con la llamativa excepción del mercado estadounidense, tal vez poco afín a un pueblito que se opone al imperialismo.
Aunque los propios galos, de alguna manera, han pasado a la ofensiva: han invadido películas, videojuegos, muñecos, tazas, mochilas, un parque de atracción y hasta otra serie de historietas, protagonizadas por el perrito Ideafix. Se les considera símbolos nacionales franceses casi al nivel de Napoleón o Charles de Gaulle, mencionado en la serie. Paradoja del destino: Astérix y Obélix hoy gobiernan su propio imperio.
La serie pretende homenajear ese legado. Incluso su estética parte de los dibujos que Uderzo realizó para los largometrajes de los 80, según ha relatado el director de animación, Kristof Serrand, que trabajó con el mítico artista en aquellos filmes. Y tanto él como Alain Chabat han reconocido la enorme influencia de las historietas editados entre 1968 y 1972.
“En cada viñeta, en cada palabra, en cada situación, me pregunto si Uderzo y Goscinny validarían lo que acabo de escribir”, dice Fabcaro. “Están siempre presentes encima de mi hombro. Lo primordial para mí es no traicionarlos ni distorsionar su universo”.
Así, la historia de los galos resiste. Abraza nuevos formatos, deja entrar en la aldea un poco de modernidad. El amor del público también continúa, irreductible y aparentemente eterno. Salvo que el cielo se nos caiga encima.
Tommaso Koch/El País de Madrid
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