Quién le gana a "El Eternauta" en Netflix: una comedia sobre amigos y nuevas etapas es lo más visto del mundo

Tina Fey y Steve Carell protagonizan "Las cuatro estaciones", la serie que lidera Netflix a nivel mundial con una historia íntima sobre vínculos, crisis y el paso del tiempo.

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THE FOUR SEASONS
Steve Carell, Kerri Kenney, Tina Fey, Colman Domingo, Marco Calvani y Will Forte en "Las cuatro estaciones".
Foto: Cortesía de Netflix

El Eternauta ha conseguido una atención masiva, internacional, y los elogios de la crítica y el grueso de la audiencia. Sin embargo, el reinado de las series más vistas del mundo en Netflix todavía le es esquivo: meritoriamente ubicada en el segundo puesto del Top 10 global, una comedia dramática le viene impidiendo el salto definitivo. La corona de los últimos días le pertenece a Las cuatro estaciones.

Con ocho episodios de media hora cada uno, un final abierto y la presencia taquillera de Tina Fey y Steve Carell en el elenco, Las cuatro estaciones está primera en el apartado de series de la plataforma, según las estadísticas de la medidora Flixpatrol. Se estrenó el 1° de mayo y en su primera semana acumula 11.900.000 horas de visualizaciones.

Lidera el ranking en 40 países, pero en el Río de la Plata, Juan Salvo y el Tano Favalli llevan la delantera.

Ubicadas en terrenos radicalmente opuestos —una distopía rioplatense contra una suerte de telenovela americana—, El Eternauta y Las cuatro estaciones comparten poco: la solidez del elenco, la calidad del producto, la adaptación de un formato distinto —una historieta, una película— y la amistad como una cuestión central. Hay una idea compartida de que la incondicionalidad de los amigos, su fe ciega, es absolutamente imprescindible para salir adelante, ya sea después de una invasión extraterrestre o de la daga del tiempo, quizás el peor enemigo.

La miniserie estadounidense es una adaptación de la película de 1981 escrita, dirigida y protagonizada por Alan Alda. Aquí es Tina Fey la que atiende en todos los frentes: es una de las creadoras junto con Lang Fisher y Tracey Wigfield y además productora ejecutiva, parte del equipo de guionistas y protagonista. A los 91 años, Alda tiene un simpático cameo en el segundo episodio.

Respetando la estructura de la historia original, cada episodio de la serie se ubica en una de las estaciones del año a las que refiere el título, que a la vez alude a los célebres conciertos de Vivaldi.

Con esa dinámica de encuentros trimestrales se cuenta la historia de tres parejas de amigos de clase media-alta, en la mitad de su vida. Su realidad está a punto de transformarse por el anuncio de Nick (Carell), que para sorpresa de todos decide que va a separarse de Anne (Kerri Kenney-Silver) luego de 25 años de casados. Dice que no es feliz, o lo que es peor: que no se siente vivo. Que lleva demasiado tiempo anestesiado.

La revelación será terremoto y espejo para el resto de la pandilla, que inevitablemente terminará aguzando la mirada sobre sus propios vínculos. Eso afectará a Kate (Tina Fey) y su esposo Jack (Will Forte), otra relación de larga data, y a los disímiles Danny y Claude.

Estos últimos marcan una de las principales diferencias respecto a la película original, en la que las tres parejas eran blancas y heterosexuales. Aquí entra en juego Danny —fabuloso Colman Domingo, que viene de deslumbrar con Las vidas de Sing Sing y está en un gran momento—, un arquitecto workaholic, afroamericano y con un incpiente problema cardíaco, en pareja con Claude (Marco Calvani), un pasional italiano que desborda de apego y preocupación.

La otra gran diferencia es un golpe bajo, imposible de revelar sin caer en el spoiler definitivo.

Pronto, el grupo tendrá que aprender a convivir con la nueva versión de Nick y con su flamante y joven novia, Ginny (Erika Henningsen), el factor desencadenante de un peligro de derrumbe. Su entrada, organizando unas vacaciones grupales en un hotel demasiado cool para el comfort que esta cofradía pretende, pone en jaque la estabilidad que cada uno creía haberse construido. Crisis de los 50 o despertar, esa es la cuestión.

Sin embargo, la serie —un entretenimiento amable, prolijo en cada uno de sus aspectos— no termina de meterse en el barro de este dilema existencial. Es una historia sobre vínculos, sobre el amor romántico, pero también sobre la amistad, sobre la hondura con la que nos conocemos, cuánto le habilitamos al otro de nuestra propia vida, cuánto nos reservamos detrás de alguna muralla. Es fácil identificarse. Es un terreno transgeneracional.

De alguna forma, Las cuatro estaciones funciona igual hacia adentro que hacia afuera. Como a los personajes, a los espectadores les propone un descanso, media hora de bálsamo al final de un día agitado, lo suficientemente bien hecho como para sentarse, relajarse y disfrutar. Pero con suerte tocará una fibra, activará alguna memoria, abrirá preguntas. No sería la primera serie que lograría modificar algo en la vida de alguien.

No parece ser lo que busca. Con buenos recursos y un guion de ingenio tragicómico, inteligente pero sencillo, Las cuatro estaciones es un buen ejemplo de eso que a Netflix tanto le gusta cultivar, un montón de series y películas que vienen a decirnos que la vida es hermosa y que, a pesar de todo, vale la pena ser vivida. En la galaxia de la plataforma, amigos de toda la vida, escarabajos y eternautas pueden triunfar en simultáneo y, por qué no, maratonearse a la vez. La vida es así de ambigua.

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