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Luana, la princesa que renació: qué aprendió del éxito, su logro más simbólico y cómo crear un show inolvidable

"Me habían dicho que nunca iba a poder hacer nada sola", dice Luana Persíncula, que ya cantó el Himno en el Estadio, llegó a festivales históricos y va por su Teatro de Verano. De eso, esta charla.

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Luana Persíncula, cantante.
Foto: Majo Casacó

La vida de Luana está hecha una cuenta regresiva: cada mañana cuenta cuánto falta para subirse al escenario del Teatro de Verano, para cumplir el sueño al que le dedicó tanto, para hacer de la del sábado una noche histórica. Lleva más de un año montada en una ola de exposición y estruendo: a donde va, donde sea que esté, Luana Persíncula no pasa desapercibida.

Tiene 22 años, un hijo, una carrera que ya se fisuró y a la que reconstruyó desde los escombros, decenas de escenarios mayúsculos conquistados a puro carisma y potencia. Conserva sin disimulo la chispa de aquella niña revoltosa que jugaba al fútbol en la calle, que cantaba en una iglesia de Colonia, que quería ser vista.

Combina el oficio y el profesionalismo con una forma de ser que la hace así, querible: el que se acerca a Luana siente que ahí puede encontrar una compinche, una amiga, una cómplice. Hugo Fattoruso, leyenda viva de la música uruguaya, aceptó adoptarla como abuelo. Fata Delgado, referente de la movida tropical, dice ser su tío. Hasta Sergio Puglia le ha habilitado un vínculo familiar.

La escena del rock la acoge. Canta en vivo con Cuatro Pesos de Propina y Lito Vitale y No Te Va Gustar, graba temas emblemáticos del repertorio nacional —“En un lugar un niño” de Psiglo, “Una canción a Montevideo” de Mauricio Ubal—, conquista la edición uruguaya del festival Cosquín Rock y se asegura un lugar en la de Argentina para el año próximo.

Sus fanáticos le declaran un amor incondicional y la convierten en artista del año en los Premios Graffiti. Es la princesita de la plena, pero brilla como reina.

Ella se define así: “Soy artista uruguaya, creo que todo pasa por algo y que la música es alimento para el alma”. Ahora quiere demostrarlo.

El próximo sábado, desde las 21.00 en el Teatro de Verano, Luana presentará Identidad. Es el espectáculo más grande de su carrera corta, acelerada, intensa: aunque ya ha actuado para decenas de miles de personas en festivales de Montevideo y el interior, esta es la primera vez que hace un show masivo por cuenta propia. Quiere entregar una noche memorable porque eso, dice a El País, le gusta encontrar cuando paga la entrada de un recital: quiere hacer que todo valga la pena. Que nadie la olvide.

“Lo que planteé fue eso: si hago un teatro, tiene que ser un teatro que nadie haya hecho antes, algo diferente”, dice. “Regalar esa experiencia desde que uno entra por la puerta del lugar hasta que se va. Eso es lo lindo de este show”.

En Identidad, dice Luana, juntó todo lo que soñó y lo volcó a escena con las herramientas, los recursos y el presupuesto disponible. “Pero yo sueño y creo que algún día se podrá lograr. El tema es que es un camino, un primer show. Por lo menos es conquistar a las personas que vayan ahí y decir: esto es lo mejor que puedo dar de mí ahora, pero quiero dar más”.

La reinvención de Luana Persíncula

En 2018, Luana se esfumó. Tenía 16 años y una carrera que despegaba con fuerza cuando le revocaron el permiso especial de INAU que, como menor de edad, le permitía trabajar. Se cancelaron sus actuaciones, se frenó el impulso, se silenció.

En charla con El País, ahora, dice que “una decisión puede cambiarte cinco años de tu vida”. Después dice: “Capaz que si me hubiese quedado en ese momento, con la misma línea que se vivía, o podría haber explotado todo aún más, porque estábamos en un fervor y la plena se estaba escuchando mucho afuera o, si no se cambiaba la manera de pensar y de trabajar, hasta capaz que no duraba mucho. Se hubiese ido todo hermoso, o todo al carajo”.

Luana, que puede “fingir demencia y seguir adelante”, está convencida de que todo pasa por algo. De que aquello pasó porque ella necesitaba ser sacudida de raíz para entender a dónde quería ir. Entonces cumplió 18 y tomó el control: ya nadie va a decirle qué cantar, cómo vestir, qué hacer, dónde firmar.

“Algo que aprendí es que el éxito es muy engañoso, ¿viste? Una piensa que está en un pedestal y al otro día, bajo tierra, con los gusanos. Hay tantas luces que una piensa que es todo perfecto, hasta que te chocás con una pared de portland que te parte al medio, te hace pedazos, y ahí vos tenés que ir y volverte a juntar y decir: ¿qué hacés, te quedás ahí toda rota o comprás un cemento y te armás de nuevo?”.

La reconstrucción de Luana es global. Pasa por su estética, que ahora es decididamente extravagante, entregada a la fantasía pop. Pasa por el manejo de su vida privada, a la que deja asomar con picardía para, al final del día, guardar bajo llave. Pasa por la concepción de sus espectáculos y pasa, también, por el canto: con los pies sobre la plena y sus lanzamientos tropicales, Luana juega entre el rock y el folclore y el tango y el pop. Ni siquiera esquiva el cantar en inglés.

Desde su nueva era, Luana pondera sus conquistas personales. Habla del desarrollo positivo de su hijo Tao, de cómo recuperó su vida de chica joven que hoy equilibra el trabajo con los amigos, la fiesta, el amor; y de lo que comprar un auto terminó significando.

“Fue algo muy simbólico porque he pasado millones de cosas horribles con el dinero, y estaba traumada con que nunca iba a poder tener mis propias cosas, menos para mi hijo”, dice. “Me habían dicho que nunca iba a poder hacer nada sola, que siempre iba a depender de un hombre. Y fue muy lindo poder adquirir algo por el mérito mismo de levantarme después de una depresión”.

Después, con la salvedad de que el Teatro de Verano aún no llegó, piensa en el podio de sus logros profesionales del año y enumera esto: su debut en el Festival del Olimar, su actuación en el Cosquín Rock —de su versión de “El poeta dice la verdad” de La Trampa todavía se sigue hablando— y su versión del Himno Nacional, en el Estadio Centenario, previo a un partido de la selección.

“Porque hay varios hitos, conocer a Lali fue un montón, el Festival de Folclore de Durazno fue muy grande, pero el Himno fue algo más de sueño de niña, de esa niña de túnica blanca con moña toda mal hecha, con la bandera de Artigas, porque fui abanderada”, dice. “Y fue un montón de presión y de responsabilidad hacerlo, y a la vez es otra barrera que rompimos”.

A veces la critican y a veces entra en el juego de la reacción, pero la mayoría del tiempo, Luana va por la vida como ese hit pop de Natalia Oreiro que decidió hacer suyo, y deja que, los demás, digan lo que quieran. Luana, ahora, vive a su manera.

Mirá "Tutti" con Luana

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