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RETRATO

Lali, la chica de fantasía, o cómo construir un mundo para que cualquiera pueda ser diva

Tiene 31 años y trabaja hace 20; cantó el himno en la final del Mundial y es la primera argentina en agotar entradas en Vélez. Retrato de la artista del momento.

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Lali en el Estadio de Vélez, 2023.
Foto: Difusión

Por Belén Fourment
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En una de las actuaciones que ofrece en la punta de la pasarela, ya hacia el final del show en el Estadio José Amalfitani de Vélez Sarsfield, Lali Espósito pierde el control. Hasta entonces, su cara ha acompañado con precisión mecánica cada instancia: ya tuvo la seriedad feroz de la dominatrix, ya mascó chicle de forma irreverente y revoleó la mirada lado a lado como si nada de lo que la rodeaba importara demasiado, ya se permitió los pliegues de la emoción, ya exhibió su lengua como símbolo de sensualidad.

Ya ofreció su arsenal de sonrisas: la pícara, que es una mueca unilateral y apenas inclinada hacia arriba; la satisfecha, de labios apretados y que acompaña con movimientos de cabeza lentos y asertivos; la inevitable —cuando aparece un amigo, cuando lee un cartel, cuando el público se deshace en cánticos, cuando quiere agradecer—, una contracción natural de los músculos y una ligera abertura; la que invita, que es abierta y con todos los dientes y tiene el poder de generar respuestas inmediatas. Pero cuando pide que todo Vélez salte, justo cuando la tensión del beat se acelera y deja el estribillo de “A bailar” al borde de la explosión, Lali pierde el control: pasan una hora y 48 minutos de show y ella, sola, en su breve traje de rojo látex, salta, abre los brazos, gira, inclina la cabeza como quien anhela sentir el viento en la cara, y sonríe como no lo ha hecho en todo el recital. Son los tres segundos más elocuentes de la noche: ahí, en escena, una mujer acaba de concederse el permiso de disfrutar el sueño.

El 4 de marzo de 2023, Mariana Espósito, después Lali Espósito, después Lali y nada más, se convirtió en la primera mujer argentina en agotar entradas en el Estadio Vélez. Tiene 31 años y 20 de trabajo: se escapó de su casa para ir a un casting, entró por error a una audición de Cris Morena, y en 2003 debutó en Rincón de Luz.

La primera vez que apareció en escena en la telenovela infantil, como Malena, estaba de pie frente a un espejo, sonreía con ilusión y evocaba una memoria feliz. Era una fantasía, uno de sus terrenos predilectos: en Floricienta era una niña huérfana acogida por la bondadosa protagonista en una casa de lujo; en Casi Ángeles era una adolescente huérfana reclutada por un malvado antagonista en una casa de lujo que, al final, tenía vínculos mágicos; en Esperanza Mía era una fugitiva que terminaba de novicia y se enamoraba del sacerdote; en Permitidos, era la mitad de una pareja a la que le pasaba lo imposible: tenía una chance con sus platónicos famosos.

Ahora, sin embargo, la fantasía de Lali es pop.

Lali en el Antel Arena. Foto: Darwin Borrelli
Lali en el Antel Arena. Foto: Darwin Borrelli

En 2013, recién escindida la banda Teen Angels de Casi Ángeles y tras haber cantado y bailado en todos los proyectos televisivos y teatrales por los que había pasado hasta ese momento, inauguró su carrera solista de la mano de “A bailar”, primero un single sobre la pista y el encuentro, después un disco de molde clásico. Confirmó su gusto dance con Soy, en 2016, pero para 2018 se plegó a las tendencias urbanas e inauguró su era latina. Con Brava y Libra recurrió a los patrones del reggaetón, la cadera en movimientos circulares, la sexualidad servida en versos explícitos. Su popularidad tuvo un crecimiento sostenido y lento, como si con Lali la inmediatez fuera un atajo esquivo.

Entonces llegó “Disciplina”.

De repente, el placer liberado de su era de reggaetón y la electrónica de salto de sus primeros trabajos se encontraban en un nuevo tiempo, que hasta ahora no sabe de himnos de desamor. Esta es la era de la fantasía: cuando la música suena y los graves rebotan en el cuerpo, hay piedra libre para ser lo que se quiera ser. Lali propone ideas, inventa personajes, juega: es sadomasoquista en “Disciplina”, deidad dorada e impune en “Diva”, amante clandestina en “N5” y exigente en “Como tú”, poliamorosa en “2 son 3”, fiera trabajadora y urgida en “Motiveishon” y ahora un centelleante capricho en “Cómprame un brishito”.

Canta con el español Rels B y protagoniza un videoclip que exuda intimidad, pero nunca confirma un romance. Se codea con Fito Páez y con Miranda! y en el escenario le rinde tributo a Michael Jackson, a Beyoncé, a Cher. En el vivo, salvo por los momentos en los que está habilitado sonreír (en ciertas coreografías, entre canciones), la cara es siempre amenazante, la mirada fulminante y la concentración, absoluta: cuando Lali juega a hacer todo lo que quiere hacer, la entrega es máxima.

La “era Disciplina” ha reforzado eso en la reciprocidad de un público que es mucho menos adolescente que lo que cualquier ajeno espera, y que asume el compromiso. En Vélez conviven producciones de alfombra roja alternativa con corsets bordados a mano y capas y capas de glitter. Es el disfraz temporal de las divas de a pie pero es, también, la mejor gala para una noche consagratoria: las generaciones que han crecido con Lali al otro lado de la pantalla, que le siguen reconociendo los mismos gestos y las mismas formas y el mismo carisma que veían en Malena o en Robertita o en Mar, están ahí para celebrarla.

Ahora, esa fiesta pop, ese paréntesis de fantasía que se llama “Discplina Tour” y fue rebautizado “Chape Tour” por la erótica que domina la escena, vuelve a Montevideo envuelto en un ruido del que se mantiene ajeno, en el marco del festival Acá Estamos que la Intendencia realiza esta tarde. Lali, que ya arrasó con el Antel Arena en agosto de 2022, cerrará la grilla porque articula las banderas de hoy: es, además de una de las artistas mujeres más fuertes de la escena regional, una defensora de las libertades individuales, la falta de etiquetas, la diversidad.

Cantó el himno argentino en la final del Mundial de Qatar y acaba de ser reconocida como Personalidad Destacada de la Cultura de la Ciudad de Buenos Aires. Y aunque a veces gesticula como si nada le importara, es todo relevante.

Diez años después de lanzar su primera canción solista, mientras hace mover a 45.000 personas que un rato antes, en Vélez, le gritaron que se merecía eso, todo, y repite “A bailar hasta que se acabe el mundo”, Lali se concede tres segundos y sonríe para ella, como si nadie la pudiera ver. Esta es la era de la fantasía: los demás estamos de paso, ella se queda.

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