No es menor que Garo Arakelian integre un grupo de investigadores de la Montevideo antigua y que tenga “como una enfermedad” —dice— la necesidad de entender qué hubo hace 50, hace 100 y hace 200 años en estas esquinas que hoy pisamos. Durante la entrevista no se excava en ese dato, pero luego se vuelve una luz inevitable. Milonga de Quirón, su segundo disco solista y una joya que llega 13 años después de aquel debut que fue Un mundo sin gloria, solo existe porque es hijo de una mente que piensa una idea y la expande como si fuera una enredadera: va tomando el suelo, las paredes, el techo, y en algún momento lo cubre todo hasta que ya no se sabe hacia dónde se estaba yendo.
Más de una vez, en el largo proceso que le llevó este disco, el que fue compositor central de La Trampa y un tercio del proyecto El Astillero tuvo que tomar la podadora, cortar los tallos hasta que no quedó más que una raíz, y volver a empezar. No fue fácil. Santiago Peralta, productor del álbum y socio creativo, resistió a su lado con la confianza como referencia. Valió la pena.
Para este disco, Arakelian hizo una investigación con conclusiones de ensayo sobre la relación entre los compositores uruguayos, el agua dulce y el agua salada. Le dedicó muchísimas horas a construir la imagen de “gente como escombro en la vereda”. En un momento convocó a Rodrigo Labella para modificar algunas palabras concretas, con una obsesión de tormenta.
¿Y todo para qué? ¿Para quiénes son estas canciones que presentará el 6 de setiembre en Sala Zitarrosa? “La mayoría de mis amigos son del Cerrito de la Victoria. No escuchan la música que yo escucho, pero son mis amigos”, dice a El País. “No sé hacia quién va la canción. A mí hace tiempo me dejó de interesar lo inmediato. Para compartir, no necesito que seamos iguales”.
—Pasaron 13 años desde tu disco Un mundo sin gloria. En el medio hubo proyectos —El Astillero, Wild Gurí, La Trampa—, también una pandemia, pero estrictamente en tu camino solista, ¿qué sentís que sucedió para que se demorara tanto este segundo álbum?
—No fue una falta de creatividad, porque en realidad, y no es arrogancia, te podría decir que tengo tres discos en la papelera. El propósito se mantuvo siempre: hacer un disco que fuera de mi sentir en mi presente y que le hablara a quien por lo menos estuviera en la misma sintonía que yo. Pero ese sentir fue cambiando. ¿Qué pasó? Pasó una pandemia. Y yo no cargo a la pandemia como responsable, pero me mantuve firme en cómo quería el disco, y lo que cambió fue la mirada. Hubo canciones que ya no tenían sentido, y en el medio un conflicto entre inseguridades y propósito. Un infierno, la verdad.
—No es un disco pandémico…
—No, para nada.
—Pero hace notar la pandemia. Hubo un momento del covid en el que creíamos que íbamos a salir mejores, y el disco parece alumbrar lo que terminó sucediendo: quizás salimos todos más miserables.
—Totalmente. Y más con toda la revisión moral que hemos tenido de cantidad de cosas que tienen que ver con nuestras conductas. Salimos mucho más miserables, sí. Entonces lo del propósito del disco también es, ¿en qué me convierto yo en el medio de ese contexto? Porque, ¿en qué te convertís? ¿Qué cosas querés rescatar, observar, multiplicar, promulgar, revolear?
—La idea de río que cruza tus nuevas canciones, ¿la elegiste o te empezó a tomar?
—Me empezó a tomar. Hay una cosa medio existencialista, hay un devenir que es imposible de alterar: el río tiene que ir hacia un lugar. Ni se puede detener, ni puede retroceder. Y la historia de un pueblo, tal cual lo tenemos y con todo lo que tenemos a favor, es hacia adelante. Entonces el conflicto es entre la cantidad de cosas que tenemos en las góndolas del supermercado, digamos, o en las góndolas de lo republicano.
—En una nota reciente, Francis Andreu destacaba el relato de los corridos tumbados de México y me decía que no hay artistas que estén hablando de lo que pasa hoy en Uruguay en las canciones. ¿Qué sentís al respecto?
—Coincido absolutamente con ella, pero creo que responde a más de una cosa y no lo pongo en juicio, solamente lo observo. En general las cosas que pasan no son tan buenas, y hay un repertorio de cosas que no están buenas que es predecible, que todos queremos escuchar, y otro que no. Es como el Mides de la canción, un: “de esta parte de la agenda está bueno hablar, pero medio que con esto otro no jodan mucho”, no sé si por no perder público o no perder la fiesta de la empatía y la consonancia. No tengo una respuesta... Lo veo y me pregunto, también. Después está el asunto antropológico de los géneros, que muchas veces se van vaciando del lugar de donde vienen, las razones por las que se generaron, y se adaptan a un mundo más consumible y eso tiene que ver con de qué cosas no se habla. Y me parece que el presente siempre es lo que todavía no está dirimido moralmente. Entonces creo que mucha gente adulta está cansada y ya no quiere correr riesgos. Lo que a veces me llama la atención es, con tantas oportunidades y tanta libertad, que el presente no sea hacia lo que apunta el cañón de la canción hoy en día. Pero tiene sentido, porque no mirar algunas cosas es la cultura predominante.
—Hace unos años le decías a Metrónomo: “Yo ahora soy todo libertad”. Sin embargo, en un mundo de libertades, hoy la libertad artística plena parece difícil de conseguir.
—Y también es difícil el tema de las prioridades en la vida de cada uno. Y yo tengo prioridades. No es con el éxito, la difusión y las escuchas con lo que yo soy feliz. Yo soy feliz con los desafíos y con no rendir cuentas. He tenido problemas de conducta en todos lados, me han echado prácticamente de todos mis trabajos. Y no es una cosa de la que te saques cartel, pero es donde yo me siento mejor: sin rendir cuentas. Seguramente en ese contexto de la nota esto tenía que ver con la presión a la que el público sometía a La Trampa, y cómo el resto de la banda también sometía al compositor para que la relación de oferta - demanda siguiera funcionando con los mismos cánones, lo cual para mí era bastante incómodo.
—El disco se llama Milonga de Quirón, una entidad asociada con la herida eterna. ¿Es un disco hijo del dolor?
—Es del entendimiento del dolor. Es un disco sin quejas, sin lamentos, aceptando las causas por las que tenés tus heridas. El Uruguay de acá a 10 años, dicho por (la ministra) Lustemberg, es un Uruguay con una tasa de natalidad positiva en niños que ya empiezan mal porque la madre está mal. Entonces todos tenemos problemas: ya que tenemos tantas oportunidades, ya que somos tan progresitas, bueno, hagamos algo más horizontal. Dejá de hacer berrinche.
—Todo este conflicto quedaba presentado en la primera línea del primer corte que decidiste mostrar: “Nunca estuve tan desorientado”.
—Totalmente. Y pasaron cosas: la reacción de mucha gente al tema de la inclusión de vientos. En realidad fue una búsqueda. Si yo estaba tocando la guitarra era más de lo mismo, entonces tan mal no estaba. Y yo quería una cosa que fuera lejana, impredecible, que tuviera un poco del efecto de un Scania que pasa al mango, y eso me lo iba a dar una big band, no una guitarra eléctrica distorsionada. Ya está, todo lo que tenía para dar ahí ya lo di. Entonces el personaje tenía que resultar inasible.
—Un mundo sin gloria era un disco melancólico, oscuro, triste, y este es rabioso. ¿Era necesario este sonido?
—Claro. No es una generalización, pero me terminó tomando la idea de que en Uruguay el cantautor habla de sus cosas y de que está triste y da por sentado que porque él tiene una guitarra su historia va a ser copada para los demás y tiene que mantener el centro de atención. Y yo qué sé, la verdad, el cuidacoches tiene una historia mucho más copada para contar que lo que vos estás contando en cuatro minutos. Entonces no reniego de lo anterior, pero tenía que alejarme de eso para esta etapa. Realmente estaba enojado.
—No te llevás tan bien con las etiquetas de cantautor o poeta. ¿Con la de cronista?
—Ah, me encanta. Se puede ser cronista de diferentes maneras, de las formas obvias, evidentes, y de formas no evidentes. Ahora veo que todo el mundo dice: “yo cuento historias”. Mirá que no es necesario contar historias para ser cronista.
—¿Pasa más por la mirada?
—Exacto, y esa distancia que hay entre el objeto o el foreground y el background, la lucidez. Pero la canción de autor y el cronista también pasó a un terreno de automatismos. Las definiciones que usamos te van dando permisos.
—¿Qué lees?
—De todo.
—¿Qué leíste en el largo proceso de este disco?
—Leí poco, bastante poco. Vi muy poca película también. Fueron años de mascar pensamientos y de no entrar en el terreno de la decepción. Porque en un momento te das cuenta de que lo que estás haciendo está bueno, pero no es lo que tenés que hacer, ¿viste? Esta canción está buenísima, pero tengo cincuenta y pico de años, no es la canción que tengo que hacer ahora, y eso tiene una cosa que es muy frustrante, pero por el otro lado te puede dar como un empuje de dopamina de decir: “Este soy yo, soy mi propio héroe”.
—En estas canciones aparece mucho la fe: “Como un río que perdió la fe”, la “cuestión de fe”, “Perdí la fe en mí” en “No voy a caer”. ¿Hay una crisis respecto a en qué creer?
—Son tres acepciones bien diferentes. La última es de cuando perdí los empleos, pasaron los 90, aquel sueño había perimido; en ese sentido la fe es en mí mismo. En “Como un río” es una figura, porque el río no se puede dar el permiso de dudar hacia dónde ir, es imposible. Una alegoría de mis propios propósitos: no quiero ir al lugar donde fui famoso y exitoso, de la misma forma que no quiero que mi pueblo, a cambio de la seguridad, del miedo, ponga algunos de sus mejores logros institucionales. Entonces son acepciones diferentes, pero todas remarcan que de esto no se duda, y es verdad que eso está asociado a una crisis. Tengo que remarcar que de esto no se duda, porque hay una crisis permanente. El que diga que no está en crisis debería revisarse.
—Así como el río, la fe y el hogar, aquí aparece —como en todos tus trabajos— el amor como un tema inevitable. ¿Qué es el amor para vos?
—Ah… El amor es la fuerza. El amor es la fuerza, es lo que te da fuerza. A no ser que seas un narcisista de mierda, es el propósito: yo estoy apuntalado en el amor, respiro por amor, saco fuerzas de donde no tengo. Yo no entiendo que tengo 59 años, y no lo entiendo porque mis propósitos están apuntalados y sostenidos en el amor. Ese es el mejor lugar que ocupo.
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