Martín Iglesias quiere explicar que ese tango instrumental bajofondero que suena en su disco debut, Verte llover, nació “de la teatralidad”. Acomoda el cuerpo en la silla, deja caer un pie y luego el otro sobre el piso de madera y tararea los golpes que volantean “La baba del diablo”. Es el sonido del suelo cuando alguien persigue, torpe, a una araña de rincón.
¿Qué hace este viento arrabalero en el primer disco solista de un guitarrista de rock, un centennial que hoy juega en filas de Eté & Los Problems? ¿Por qué se filtra entre las canciones tanto perfume de milonga?
“¿Viste cuando sentís que se conectan todos los puntos?”, dice Martín Iglesias a El País, algunas tardes antes de lanzar Verte llover, que ya está en todas las plataformas. “Es como una sensación de descarga. Hace unos días grabamos un video y estaba nervioso, porque de repente todo se está exponiendo, y ese lugar es muy interesante. Es una primera vez. La gente me va a escuchar y no va a entender. Por lo que escuchás, no podrías saber si antes yo hacía este tipo de música o no”.
Sin embargo, Verte llover se entiende. Es el hijo legítimo de esa conexión de puntos, el proyecto que se hizo evidente un día de la pandemia, cuando supo que era tiempo de hacer eso que estuvo siempre ahí. Dice: “Desde muy chico supe que quería hacer música, y desde que empecé a escuchar discos sabía que quería, un día, hacer un disco que sonara a mí”.

Su primer gran recuerdo musical es de un verano en Salinas, en la casa de su abuela, coreando con sus primos el arranque de “Trenes, camiones y tractores”, aquel hit que la banda argentina Árbol lanzó en 2004, cuando él solo tenía seis años.
Después se acuerda de su primo mayor, que le inculcaba escuchar a los Ramones. De la primera vez que agarró una guitarra, en esa misma casa familiar, e hizo los acordes de “El Inti Sol”. De cuando a los ocho años entró en la Escuela de Educación Artística N° 265 y decidió que iba a estudiar flauta. Del día en que su padre le hizo ver que, con ese instrumento, no iba a poder cantar. De cuando al fin se entregó a la guitarra.
Estudió en esa escuela hasta los 12 años. Siguió como autodidacta hasta que a los 18 entró a trabajar en la tienda Coutinho Music. Entonces empezó a tomar clases de guitarra, de canto, talleres de escritura. “Yo venía de un palo muy clásico, desde mi niñez. En la adolescencia me tiré más al rock, al blues, y después de que ya tenía esos mundos, me faltaba conectarlos con lo que atravesaba todo: el lenguaje del jazz, que todos estudiaron en algún momento”, dice. Si hasta su adorado Jimmy Page supo beber de allí.
Su primera banda fue La Hoja en la Rama. Luego pasó por Los Perros de Rocha y terminó en Los Problems, una banda que, dice, “desde el principio me dio todo”.
Ese recorrido traza el mapa de Verte llover, un disco que combina rock y canción de autor, lleno de sus amigos, con un aporte central de Sebastián Ulivi y de Garo Arakelian, y que lo presenta como una voz interesante en la nueva escena.
La joya es “Ignífugos”, el tema que el año pasado le valió un Premio Nacional de Música, que canta con el propio Ulivi (alguna vez fantasearon con convocar a Fernando Cabrera) y para el que filmó un videoclip en el que quemó aquella guitarra de la casa de la abuela. Fue el gesto definitivo para redondear el significado de este disco, que habla de renacer.
¿Pero qué nace, qué se abre para Iglesias con este trabajo? “Un mundo de incertidumbres”, dice, “que es lo que varios personajes del disco sufren. Como una condena, que también es parte de una comodidad. Saber que estás en esto y, a la vez, armar un lugar de renovación que me lleve a ver qué es lo nuevo. Y lo nuevo es incierto. Entonces quiero estar de cara al mundo”.
“A la voz de la merced del día, de un nuevo día”, dice el final de “Exilia”, la canción que inaugura Verte llover. Esa imagen sintetiza este momento. También lo que vendrá. “Ahora hay que tocar, salir a hacer lo que quería, que era defenderme con mis canciones. Estuve toda la vida siendo intérprete y por un momento me la vengo a bancar yo. Y que sea lo que sea”.
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