Tiene una canción con 3.4 millones de reproducciones en YouTube, una identidad entre dos países, un pasado que va de la música medieval a Belinda y Hannah Montana, y un disco que la posiciona como una jugadora interesante en la escena local. No le teme al trap, al rock ni al sincericidio. Isabella Acerenza canta sobre la vulnerabilidad, pero entra al circuito pateando la puerta.
“Es como una especie de manifiesto: yo vengo con mi primer disco y esto es lo que tengo para decir. Y lo primero que quiero decir es que son todos un chupamedias falsos de mierda, y también que estamos todos para la pose”, dice a El País sobre “C.I.”, la canción que abre DAGA x CARICIA, su primer disco de estudio y la concreción de años de trabajo. La carcajada que lanza en el medio es la pincelada que realza la contradicción: Acerenza es profesora de Literatura y tanto puede hacer humor en redes como ponerse profunda, militar por ciertos cambios, decir las cosas que hay que decir.
“Fui entendiendo que el vuelo poético no tiene nada que ver con distanciar al otro de la comprensión, sino con poder generar un efecto más fuerte. Hay cosas que no requieren adornos, y cuando se trata del riesgo en el que estamos las mujeres, las lesbianas, las personas afro en determinados contextos políticos, ahí no hay poesía: es supervivencia. Entonces, que el mensaje sea una patada es fundamental, porque si lo otro está siendo una patada, hay que tener cómo responder a eso”, dice.
Acerenza es cantante, guitarrista y compositora. Sus padres se conocieron veraneando en Parque del Plata; su madre era una maestra uruguaya, su padre, un médico argentino. Ella nació en Argentina y a los cinco años vino, con su madre y sus tres hermanas, a vivir de este lado del río. Hasta los 22 vivió, dice, “en el medio de la nada”. Fue ahí, en Parque, donde la música la atrapó.
La alimentan dos grandes cauces. Por un lado, se crió viendo cómo su madre sostenía con amigos un grupo de música medieval, que empezó cuando tenía 17 años y siguió hasta que falleció en 2016. “Ellos tocaban en iglesias y para mí de chica era un bodrio. De grande empecé a entender que había algo que yo tenía adentro que tenía que ver con eso que ella siempre hizo de hobby, pero con mucha pasión. Para mí, materializar estos proyectos es un poco pensar qué hubiera hecho ella si la vida la hubiera llevado a otro lugar. Porque cuando tenés cuatro hijas no hay mucha pregunta posible”.
Por otro lado, está su propia cosecha. “Mi padre tenía una cámara de video gigante, nos filmaba y hacíamos coreos. En un momento mi hermana se compró una cámara digital y hacía como películas con nosotras. Yo tenía un video haciendo playback de ‘Boba Niña Nice’ de Belinda. Y después tengo un recuerdo muy claro en Parque del Plata. Al fondo de mi casa había un garaje, entonces yo sacaba un huevito, me subía al techo que era como mi lugar, llevaba un micrófono de mentira que me habían regalado, ponía Hannah Montana y hacía mis coreos. El rock llegó después”.

Cuando empezó clases de guitarra y aprendió cuatro acordes, hizo una canción. Tuvo su primera banda, Frida Blue, a los 16. “No me sentía nerviosa, no me importaba que me sonara mal todo. No hubo dudas”, dice.
En pandemia decidió enfocar toda su energía en la música y entonces empezó a caminar hacia DAGA x CARICIA, un disco que tiene un arraigo en el pop y la canción de autor, pero que estira sus ramas hasta mezclarse con lo urbano y el rock.
“C.I.”, ese manifiesto trapero que abre el disco y aclara los tantos, es hijo de su “fisura” con Milo J. Pero su mayor faro, aunque hoy la obsesiona Chappell Roan, es la argentina Marilina Bertoldi: “Me encanta Spinetta, me encanta Charly, pero cuando la conocí a ella fue tipo: ah, yo quiero hacer esto, quiero estar ahí, rompiendo todo, dándolo todo, siendo espectacular y diciendo cosas. Ella me marcó un antes y un después”.
En Bertoldi también se encontró cuando empezó a identificarse en la comunidad queer, algo que atraviesa su obra y discurso, y que aborda en profundidad en “Frío”, cuyo videoclip superó los tres millones de visualizaciones en un año.
“A mí nunca se me llenó el culo de papelitos por ese video, porque es igual de increíble que el resto que hemos hecho con (la realizadora) Alina Viera. Y ese video tiene mucho de político también, porque es una mirada completamente de mujeres, no hay chance. Una vez una persona muy envidiosa me dijo: ‘Ese video tiene tantas reproducciones porque es porno’. Amiga, nunca viste porno si pensás eso. En el porno nos maltratan y nosotras no recibimos nunca ni un gemido”.
Pero su búsqueda no es numérica. Bautizó el disco como sus dos piezas spoken word, la filosa “Daga” y la tierna “Caricia” (un audio de su abuela), como una forma de remarcar sus dos caras y reivindicar la palabra.
“Estamos en una época en la que hay algo desde la lírica que va extinguiéndose, algo sobre formas lingüísticas que se repiten, imágenes completamente refritadas”, dice. “Quiero volver a poner un foco ahí: aguante la liviandad y la música de fondo, pero esta letra importa”.
Todavía no proyecta la presentación de DAGA x CARICIA, pero todas esas intenciones que carga las empieza a volcar en vivo: el martes se presenta en La Temeraria y el 28 compartirá fecha en El Mingus junto a Sofi Siola. Desea cosas concretas: “Mi sueño mayor es grabar con artistas que admiro. Eso, y seguir haciendo mi música”.
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