Ahí Estuve
Roger Waters estuvo en el PIT-CNT y habló de Israel, de Trump y de la nación charrúa
Aunque al comienzo pareció que quería hablar exclusivamente de la situación de Palestina y los derechos humanos, que era el centro de la convocatoria, Roger Waters terminó hablando de los derechos de los charrúas. Fue en el segundo acto público en Uruguay a donde llegó ayer y hoy se presenta en el Estadio Centenario y después se va. Unas horas antes y apenas bajado de su avión privado, se había convertido, en una ceremonia protocolar en la Intendencia, en visitante ilustre de Montevideo.
Pero el acto en la sede del PIT-CNT, donde terminó aplaudiendo de pie a una militante por la causa charrúa que lucía vincha y pluma, era el más esperado y el más polémico de su agenda. Activista por la causa palestina y declarado nemesis del Estado de Israel, Waters mismo alentó el encuentro con unos 350 uruguayos en el auditorio de la sede central de la gremial de los trabajadores. Originalmente el evento había sido pactado para el teatro El Galpón, pero “una atmósfera de miedo”, dijo Waters, impidió que se hiciera en la histórica sala de 18 de julio.
Media hora después de lo anunciado y cuando la sala estaba repleta y expectante hacía rato, Waters apareció en un escenario donde lo esperaba sus contertulios: la periodista Alejandra Casablanca, la escritora y documentalista Virginia Martínez y el politólogo Gabriel Dellacoste. La actividad fue convocada por la sección uruguaya del Boicot Desinversiones y Sanciones sobre Israel (BDS) que es, según el flyer que se entregaba a los presentes, “un movimiento global liderado por la sociedad palestinam basado en el Derecho Internacional” que exige que Israel “ponga fin a los territorios ocupados en 1967”, entre otras plataformas. Water ha suscrito públicamente esa exigencia y el acto en el PIT-CNT estaba convocado “contra la ocupación, la colonización y el apartheid en Palestina”.
El público que saludó con varias ovaciones los dichos de Waters estaba integrado principalmente por adolescentes, jóvenes treintañeros y algunos veteranos y veteranas. Había un aire de complicidad y admiración con Waters, quien se colocó una kufiyya, o sea el clásico pañuelo palestino. Era un look que se repetía entre el público donde también se veían banderas palestinas.
Antes, Waters, que tiene 75 años aunque ni cerca los aparenta más allá de su pelo tupido aunque canoso, había bajado de una de las dos camionetas Lexus negras que lo trasladan en su periplo montevideano y había saludado, haciendo la V de la victoria con sus dos manos a las decenas de fanáticos que esperaban detrás de las vallas montadas en el frente del edificio en la calle Jackson cuyo tránsito fue desviado por varias horas por la llegada del músico.
Simpático y cómodo, Waters tuvo que sortear algunas complicaciones con un sonido que está en las antípodas de lo que se espera hoy en el Centenario. Se mostró indignado con la situación de los palestinos y honrado de estar en la sede de un movimiento obrero.
“Estoy enojado porque los países no hacen nada para terminar con lo que está pasando el pueblo palestino, dijo Waters, quien se dirigió al público en plan discurso político. Por momentos no parecieron necesarias las preguntas e incluso una que hablaba sobre impunidad, fue contestada con una historia de la desigualdad del homo sapiens en adelante.
“Empatía, empatía, empatía”, reclamó. “Sabemos cómo llorar por nuestros hijos pero debemos aprender a llorar por los hijos ajenos”. Sólo ahí, dijo, habrá esperanza. Pidió que el boicot se aplique con la misma unanimidad con la que desde la década de 1960 se castigó a la Sudáfrica del apartheid.
Waters dijo que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, no sabe lo que es la Convención de Ginebra, “no tiene un concepto del bien y del mal” y que prefería no “gastar su precioso aliento para hablar de ese idiota”. La parcialidad saludó el epíteto con un cerrado aplauso.También criticó a Jair Bolsonaro y dijo que su triunfo y el de Trump está directamente vinculado a las políticas neoliberales de los economistas de Chicago y a los gobiernos de Margaret Thatcher y Ronald Reagan.
Para cerrar el acto, que fue en inglés con traducción simultánea al español y al lenguaje de señas, y después de pedir un poco más de “ese vino blanco barato”, contestó algunas preguntas de colectivos convocados por la ocasión. Así habló de la “ley de riego” uruguaya y la vinculó con la política israelí, sobre su conciencia militante (la heredó de su madre, una humanista atea), prefirió no referirse a la decisión de Estados Unidos de mudar su embajada de Tel-Aviv a Jerusalén y terminó reclamando reparación para la nación charrúa: “esta es su tierra”, le dijo a la activista que pidió la palabra.
“Mañana tengo que trabajar”, dijo disculpándose con la audiencia que estaba para más. Y se fue ovacionado. Waters había jugado un partido de locatario.