Luego de una lluvia torrencial, las baldosas de la calle Soriano relucen bajo los faroles. Es un martes primaveral por la noche, pero no hay gente en la vereda, excepto por un grupo que se amontona en la entrada de La Cretina, el bar y centro cultural inaugurado en 2018. Ya en el pasillo del lugar se oye la música, una mezcla de tango y poesía por el trío Hagopian-Irigoyen-Arenas.
Adentro, la gente escucha atenta. El ambiente es íntimo y hay un clima ritualístico, casi de culto en el aire. El fin de cada canción viene acompañado de aplausos y palabras de incentivo hacia la banda y transmite la sensación de que allí todos se conocen. De hecho, esta sensación perdura toda la noche.
Finalizado el show, se pasa la gorra para que el que pueda deje su contribución. Es con el aporte de cada espectador que se sostiene la propuesta de Sulov, el colectivo conformado por músicas y músicos que gestionan espacios de promoción y difusión del tango. Desde su creación, hace cinco años, lo hacen a través de espacios de milonga con música en vivo en diversos escenarios montevideanos. Cada martes están en La Cretina, pero también han llevado su propuesta a otras salas: en 2021 presentaron Solís a la Sulov en la sala principal del teatro Solís y hace pocos días integraron la grilla de Macondo, el acontecimiento cultural de la Comedia Nacional.
“Sulov surgió como una búsqueda de salida laboral, porque el tango es un mercado relativamente pequeño”, cuenta a El País, Andrés Antúnez, quien como músico integra la Orquesta Típica Randolfo, Juana y los Heladeros del Tango y La Biaba Tango, y es parte de Sulov. “No queríamos que fuera algo solo de una u otra banda, sino de un colectivo. Por otro lado, queríamos crear espacios para tocar el tango que nos gusta, y no solamente el tango ‘que vende’ hecho para el turista, que es una veta importante, pero también tenemos nuestros proyectos autorales y eso es lo que queríamos defender”.
Sulov actualmente está conformado por 10 músicos y músicas de distintas bandas. Dicen buscar una voz propia y a la vez conservar y defender el tango desde otros sonidos, otra estética, otras letras y otros códigos en los espacios creados para disfrutar de la música. “Se conserva, quizás, algo del espíritu, de la memoria, del sonido, sobre todo de la instrumentación, pero queremos hacer algo distinto”, explica Julieta Garrido, música de la Orquesta Las Señoras y también parte del colectivo.
En estos cinco años, sus integrantes se han sorprendido no solo con la asistencia del público —algunos marcan presencia religiosamente cada martes—, sino también con su propia percepción de lo que es crear y moverse en el tango. “Cuando arrancamos a tocar quizás estábamos moldeados por un pensamiento de que para tocar tango tenés que estar ahí parado, en un cuadradito, sin hacer nada ‘raro’. O eso de ‘no toques música muy extraña porque la gente no va a bailar’, y en este lugar se dio un intercambio tan lindo que estas fronteras se terminaron abriendo”, dice Antúnez.
Esos cambios que tienen que ver con lo generacional, pero también con la libertad para ser, crear y expresar, se notan este martes lluvioso en la pista de baile. Ni bien termina el show, el DJ Gonzalo Rocha mantiene el ritmo del tango. Rápidamente varias parejas se encuentran en la pista y el rito continúa.
En los pies se ven desde tacos hasta championes y los roles de conducción son tanto de hombres como de mujeres. El ambiente es acogedor y diverso. Y, aunque el tango lleva consigo una ritualística hasta sobria, aquí no hay excesivos códigos o formalismos. Sí hay sentimiento y música que atraviesan todo el cuerpo, porque el tango entiende de eso: de pies que se entrelazan, ojos que se cierran y dejan que el cuerpo se entregue a la música, manos que sostienen, movimientos que seducen.
“A veces las personas, por conservar la memoria, legislan mucho al respecto y se apegan mucho a reglas, entonces parece que si no vas con determinado zapato y no hacés el cabeceo o no entrás de tal manera, no podés pertenecer, que es un círculo cerrado. Es algo que quedó de cierta época, pero el tango hoy en día es una cosa distinta”, dice Antúnez.
“Eso se nota en la música, pero quizás más aún en el baile por los cambios de roles, de bailar hombres con hombres y mujeres con mujeres, de aprender a bailar desde los dos lugares, que es distinto. Y esta milonga del martes empezó a integrar todo eso. Le decimos todo el tiempo a la gente que bailen como quieran. Tratamos de incentivar que vengan con los amigos, que sea un ambiente amigable para quien está aprendiendo a bailar. Uno no va a un cumpleaños de 15 y antes toma clases para ver cómo va a bailar una cumbia, entonces tampoco el tango tiene que ser así. Si querés tomar clases y profesionalizarte, es buenísimo, pero no puede ser una condición”, complementa Germán Álvarez, integrante del grupo Malbaraje y también miembro del colectivo.
En las mesas del bar, algunos sólo disfrutan mirando. El disfrute, a propósito, pareciera ser el disparador de todo, y lo que mejor resume lo que se vive en las milongas de Sulov.
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