Por Gastón González Napoli, en Bella Unión
En Bella Unión los jóvenes tienen tres salidas: cortar caña, “meterse de milico”, o terminar consumiendo droga en la calle. Antes también se podía mantener una familia pescando, pero ya no hay tantos peces en los ríos y las normativas de bromatología complican. ¿Y para qué van a terminar los estudios si igual no hay trabajo?
Todo eso lo dice Susan en la sede de la Unión de Trabajadores Azucareros de Artigas (UTAA), donde siete miembros están reunidos un viernes a la nochecita para recibir a un periodista y una fotógrafa de Montevideo.
Las Fuerzas Armadas y el complejo “sucro-alcoholero” de Alcoholes del Uruguay (ALUR), la subsidiaria de Ancap que entre otras cosas produce bioetanol y el azúcar marca Bella Unión, son aquí fundamentalmente proyectos sociales. Juan Santana, dirigente histórico del sindicato, tiene dos hijos en el Ejército. Susan tres, otro en la Policía y una más chica que está cursando bachillerato pero ya planea entrar “en la Marina”. Julio cuenta, abatido, que uno de sus hijos era de los que se juntaba en plazas a consumir droga, que no sabe cuántas veces lo fue a buscar, hasta que le dio un ultimátum: o ingresaba de soldado, o lo echaba de la casa. A los días lo llamó desde el cuartel ubicado al norte de la ciudad y ahora tiene casa y una esposa, dice Julio con ese acento parecido al salteño pero más abrasilerado que se oye mucho por la zona.
La caña es distinta del camino militar. El del “peludo”, como se conoce a los que la cosechan, es un trabajo sacrificado pero además zafral. La cosecha se abre en mayo y suele durar unos seis meses. Después está “la plantada”, también el “manchoneo”, es decir colocar herbicida. En el verano no hay trabajo y la gente se amontona en los comedores municipales, contará el sábado al mediodía Luis Alberto, quien ahora trabaja en uno de esos comedores y antes supo él mismo cortar caña.
Pero hasta determinado punto llegan estas últimas redes de contención. El 8 de mayo, en la Comisión de Asuntos Laborales de la Cámara de Senadores, a más de 600 kilómetros de la sede sindical, una delegación de la UTAA (pronunciado por los locales con énfasis en la segunda “a”, UTA-A) denunció que la explotación laboral se había disparado en el sector, y que apenas largada la zafra se veían “camionetas cargadas de compañeros trabajando por pasta base”.
Decía Susan que las salidas eran tres.
Trabajar por droga en Artigas
Es históricamente combativa la UTAA. La sala principal de su sede tiene una gigantografía de Raúl Sendic padre, quien ayudó a organizarlos hace más de 60 años, y fotos de marchas, manifestaciones y ocupaciones que hicieron desde entonces.
Está situada cerca del barrio Las Láminas, que tanta relevancia cobró durante la crisis del 2002 con sus tasas de desnutrición catastróficas. Allí hay ahora casas prolijas construidas por el Ministerio de Vivienda, pero difícilmente pueda decirse que los demás alrededores de la ciudad más norteña de Uruguay estén mucho mejor que antes: calles de tierra embarradas y picadas de pozos; casas de chapa, material y cortinas a modo de puerta para las que el adjetivo “precario” se queda corto; perros callejeros incontables, la gente haciendo fila por una vianda en el comedor.
Lo de trabajar por droga es una denuncia que, como veremos más adelante, es rechazada por ALUR y por la asociación de plantadores al menos como algo generalizado. Ante el pedido de que expliquen mejor cómo es eso, los dirigentes sindicales dicen que los patrones contratan personas que a su vez pueden subcontratar a otros como cortadores de caña. Esto porque en la caña no se cobra por hora sino a destajo, es decir según cuántas toneladas se sacan. Entonces, uno puede traerse “ayuda”. En el pasado, no era raro que un peludo llevara a sus hijos menores para trabajar con él. Hoy, para encontrar gente, desde UTAA aseguran que algunos pasan en camioneta de noche por las plazas o directamente por las bocas, levantan adictos desesperados por una dosis y se los llevan a cortar caña en plena madrugada. Los hacen trabajar en la oscuridad, iluminados apenas con linternas mineras, con el riesgo de cortarse con las herramientas, de que los piquen arañas, o de que los muerdan las yaras y culebras comunes en la región. Los patrones a veces no lo saben y se encuentran por la mañana con los montones de caña ya apilada; otros dueños “son cómplices”, sostienen desde el sindicato. Y dicen que los intermediarios les pagan a esos peludos informales unos pocos pesos, o directamente con pasta base.
El País no pudo chequear en forma independiente ese dato. Sin embargo, sin mediación de la UTAA, el sábado en el comedor municipal un hombre asegura que lo habían llevado a trabajar por la noche. Entrado en años, de piel curtida y campera de color gastado, agujereada como si con ella se hubiera ensañado un perro, dice mientras come hambriento un guiso y una banana que su mayor miedo era darse en la canilla con el cortador (parecido a un hacha plana y que se mueve como una hoz). Luego de la breve conversación, dos miembros del sindicato agregan que este hombre apareció un día por la sede pidiéndoles asistencia porque no le estaban pagando. Que luego fue el dueño de la boca a quejarse, que le pagaran a su cliente para que a su vez pudiera saldar su deuda con él. Y que cuando la UTAA le avisó al patrón, “se asustó” y le pagó enseguida.
Está lejos de Montevideo, Bella Unión.
El "peludaje".
Por la ruta 3, llegando a la ciudad, una vez pasados los limoneros y naranjeros que uno asocia más con Salto, ya se empiezan a ver los campos de caña de azúcar: tallos altos, amarillentos, con hojas bien verdes arriba. Y más al norte, hacia el río Cuareim, es caña, caña, caña.
Para entender mejor el estado de situación de este cultivo, hay que explicar brevemente cómo se lo trabaja. Bella Unión es la única zona del país donde se cultiva la caña por la cercanía de cursos de agua y el calor que necesita, pero es lluviosa y eso impide que se avance en una mecanización como sí ocurre en otras plantaciones de Brasil y Argentina. Hay algunos productores grandes que tienen máquinas para la sacada; son pocos, y es otro punto de polémica con los trabajadores, que las ven como una forma de quitarles, dicen, el 35% del salario.
Cuando se pesa la caña en la planta de ALUR, se le paga al patrón y se calcula cuánto va para los peludos. El laudo negociado en los consejos de salarios es de 600 pesos la tonelada; la UTAA quería llegar a 700 pero terminó cediendo. Con eso, se manejan sueldos promedio de unos 35.000 pesos por mes. Hay trabajadores que sacan más, otros menos: El País revisó planillas de trabajadores de una de las mayores empresas cañeras de Bella Unión, donde se ve que algunos superan los 100.000 pesos líquidos por mes. Es cuestión de fuerza y entereza física hasta terminar la “lucha” (el segmento) que les tocó.
De todos modos, el sindicato denuncia que muchos trabajadores están en negro y no se les pagan los aportes ni las liquidaciones correspondientes. Aseguran que a las trabajadoras mujeres (que están más en la plantada, aunque también hay peludas), se les paga menos. Y que muchos brasileños y argentinos que vienen por la zafra viven hacinados en casas de hormigón en las propias plantaciones (ALUR niega que vengan trabajadores extranjeros en forma clandestina en gran volumen).
El País no pudo ver instalaciones de ese tipo donde vivieran trabajadores, pero el inspector general de Trabajo Luis Puig, que visitó recientemente Bella Unión, cuenta en entrevista telefónica que hace poco clausuraron uno de esos sitios por las malas condiciones. Se intimó a la patronal a conseguirles de inmediato otro lugar donde vivir.
Por fuera de las cuestiones de salario y seguridad social, en una visita a una chacra es evidente, además, que no siempre se cuenta con los implementos adecuados. Por ejemplo, un peludo usa los clásicos guantes de goma azules y amarillos, que son para uso doméstico, durante una quema de caña. Otro tiene las botas viejas sin cordones, atadas literalmente con alambre.
Raquel y Noemí, dos hermanas, madres jóvenes, cuentan que tampoco tienen buenos implementos para lidiar con las víboras. Ellas se atan trapos a las manos para manipular la caña cuando les toca manchonear, por si hay alguna culebra enroscada en la parte superior de la planta. Ni tienen máscaras para protegerse de los herbicidas: Raquel asegura haberse intoxicado en una oportunidad.
Ni se les brindan zapatos apropiados, y eso que “bien poco calzado te come trabajar en el barro”, dice Noemí. Bien poco significa “mucho” en la jerga local.
En la sede de la UTAA, las dos hermanas tienen colgadas en la pared fotos mostrando su calzado destruido y manchoneando sin protección alguna.
Agregan que muchos trabajadores no quieren denunciar sus situaciones por miedo a no conseguir más “corte”. Varios dirigentes sindicales dicen que a ellos no les dan, que tienen que hacer changas por afuera. Susan, de 63 años, afirma que el anterior presidente del sindicato, con el que hay una fuerte pelea interna, la hizo echar. Ahora no consigue otra cosa. “A pesar de que tengo edad, tengo salud para trabajar. Por eso reclamo mi puesto”, dice, “y no tengo los aportes para jubilarme por haber trabajado en negro”.
Cantegriles que crecen y el agua que les lleva OSE
Los asentamientos de Bella Unión se han multiplicado más allá de Las Láminas y allí viven muchos cortadores de caña. Por ejemplo: Raquel, quien vive en el barrio Sanchiz, cuenta que los vecinos toman el agua de tres grandes tanques que la OSE rellena cada pocos días. Aunque luego de episodios de malestar estomacal ella ha decidido no tomar más.
Raquel dice que vienen pidiendo conexión al agua desde hace años, sin suerte. Que mandaron varias cartas a la dirección de OSE en Montevideo. Que ellos quieren pagar, no la quieren gratis. Que los trabajadores de OSE no limpian los tanques, que los vecinos han sacado hasta sapos de adentro y que, como en el barrio se han dado algunas vendettas, con casas prendidas fuego por venganza, hasta tienen miedo de que alguien un día eche “algo” al agua y afecte a una cuadra entera de gente.
¿Está fracasando ALUR?
Al andar por distintos barrios carenciados, los sindicalistas señalan las casas: “Acá es todo peludaje”. Entonces, ¿está fracasando ALUR? Aun sin la droga de por medio, su éxito como proyecto social parece por lo menos limitado.
Fuentes de la empresa rechazan “categóricamente” que los problemas denunciados por la UTAA sean una realidad generalizada. Señalan que el sindicato tiene una disputa interna, que se quejan pero no participan de las instancias de negociación y mencionan encuestas que muestran la importancia social que tiene la empresa para la ciudad.
“Te tenés que preguntar cómo sería la situación si ALUR no estuviera”, suma un productor cañero. Explica que otros rubros agropecuarios como el arroz y el ganado precisan muchísima menos mano de obra.
Autoridades de la subsidiaria de Ancap reconocen que hay cosas para corregir pero que en Bella Unión a veces se los mira como si ellos tuvieran que solucionarlo todo.
Que hay 20 productores que acumulan la mitad de la producción, cosa que no debería ocurrir en un proyecto social como este y en la que se está trabajando para lograr más equilibrio. Y que sí hay denuncias válidas de explotación laboral pero que son casos aislados en una cadena de valor que involucra a 4.000 personas. Que el trabajo es duro, ni que hablar cuando llovió y está embarrado, pero que también es duro el trabajo en otros rubros rurales donde las quejas no son tan ruidosas. Sostienen que hay 200 chacras y 100 frentes de cosecha, donde la realidad mayoritaria es mejor que la que se constató en casos puntuales para esta crónica. Expresan un profundo rechazo a que ALUR sea “un observador pasivo” de una situación prácticamente de esclavitud como viene denunciando la UTAA.
Consultados por la falta de implementos para los peludos vista en una chacra, en la empresa estatal explican que ellos hacen inspecciones con técnicos prevencionistas y que la propia UTAA tiene “fiscales” para controlar las condiciones de trabajo. ALUR además compra y distribuye entre 1.500 cortadores unos kits llamados “EPP”: equipos de protección personal. Esto incluye uniformes, polainas, lentes, calzado y sombreros tipo de pescador que reparten. El País conversó con un patrón que es de los mayores productores de la zona, quien dijo que su capataz se asegura de que todos los trabajadores usen los EPP.
Sin embargo, el dirigente cañero Juan Santana reacciona sorprendido al mostrarle la foto del kit y dice que ojalá les llegara eso, que él no lo ha visto en sus compañeros. Las fuentes de ALUR responden que los trabajadores deberían denunciar si no les llega la ropa.
Según Puig, el inspector general de Trabajo, en el rubro de la seguridad laboral se vieron falencias en las últimas recorridas, pero dice que se están implementando cambios. Por ejemplo, en la instalación de baños químicos y en la preparación de planes de contingencia por si se dan accidentes o picaduras de víboras.
Una oficina de la mujer en Bella Unión
En la parte superior de la sede de la UTAA, las dirigentes están armando una Oficina de la Mujer. La idea es atender a las peludas y a otras trabajadoras rurales a las que ven como más indefensas. Buscan que sea no solo un apoyo en el plano laboral, sino también en el de la violencia de género. Están en contacto directo para todo esto con la flamante presidenta de Ancap, Cecilia San Román, algo confirmado con la jerarca.
La patronal cuestionada en Bella Unión
El último sábado de mayo por la mañana, con mosquitos y abejas zumbando bajo el sol cálido, un pequeño productor conversa con El País mientras Raquel, Noemí y otro dirigente de la UTAA, el “Polaco”, charlan con los peludos que están terminando su jornada. El patrón tiene buen vínculo con los sindicalistas, a pesar de no ser cortador él mismo (“pero si habrá cortado caña tu padre”, le dice el Polaco). Hay agua potable y baños químicos para los trabajadores: lo básico, pero esto hasta hace poco no era la norma en todas las chacras, dicen los sindicalistas.
Según la UTAA, es peor con los patrones más grandes. Aunque desde que la Inspección General del Trabajo visitó el departamento el mes pasado sí tienen agua en termolares, apuntan a temas de fondo: reclaman que los mayores productores se han ido comiendo a los más chicos y a los predios de Colonización. Que hacen caja sin que la situación de los trabajadores cambie. Que les pelean aumentos de diez pesos por tonelada. Que “compraron” al anterior presidente de UTAA, al que consideran un “amarillo” que quiso usurpar al gremio.
Mencionan entre esos productores grandes a Tabaré Aguerre, exministro de Ganadería, Agricultura y Pesca durante el gobierno de José Mujica y parte del segundo de Tabaré Vázquez, quien con 380 hectáreas cosechadas por zafra está entre los mayores cañeros del país, si no es el mayor (dicho por él mismo). Consultado para esta nota, Aguerre aclara que desde 1984 produce caña de azúcar en Artigas y que el primer reclamo laboral lo tuvo el año pasado. Prefiere no hacer más declaraciones, pero El País constató a través de fotos que sus trabajadores tienen mejores implementos e instalaciones. Además, en su predio hay viviendas para alojar cortadores que de otra forma no vivían en condiciones adecuadas. En la inspección del Ministerio de Trabajo lo observaron por no contar con un baño portátil, que ahora sí agregó.
En tanto, la Asociación de Plantadores de Caña de Azúcar del Norte Uruguayo (Apcanu) negó en un comunicado que existieran hechos como los denunciados por la UTAA, en particular los pagos con pasta base, y rechazó realizar declaraciones. Quien sí ha hablado con la prensa es su expresidente, Djelil Brysk, quien dijo a Telenoche que la cuestión de la droga debía de tratarse de un caso aislado, y lamentó que “este tipo de cosas empañan” a un sector tan importante para Artigas.
Fuego en Bella Unión
Pasa el mediodía del sábado y un productor usa un pequeño lanzallamas para quemar un “tablón”, una sección de la plantación de caña.
Dos peludos, sus rostros negros por el tizne de la caña que cortaron y sacaron más temprano, lo acompañan con tanques de agua con mangueritas, para contener el fuego si se salta a otro tablón, o peor, si vuela para el predio del vecino.
Es siempre un momento “de alta tensión”, dice la esposa del productor. Son solo tres trabajando, parece insuficiente para la tarea, aunque ellos mismos se ven divertidos.
Las llamas consumen la caña en minutos y se elevan metros hacia el cielo. A pesar de que uno sabe que es a propósito, impacta. Se siente el calor en el rostro mientras el fuego se viene encima y por unos instantes pareciera que no va a detenerse y va a consumir toda Bella Unión.
Escondía la pasta base en agujeros en el campo
Tres días después que El País publicó las denuncias de la Unión de Trabajadores Azucareros de Artigas (UTAA) en el Parlamento, el Ministerio del Interior informó en su web la detención de un hombre que escondía droga en un campo para luego venderla.
Según la información publicada, la Brigada Departamental Antidrogas de Artigas, bajo la dirección de la Fiscalía Letrada de Bella Unión, inició en enero una investigación para debilitar el abastecimiento y comercialización de drogas en el barrio Las Láminas y zonas aledañas.
Esta investigación logró identificar como implicado a un hombre mayor de edad, poseedor de antecedentes penales relacionados a estupefacientes y hurtos, al tiempo que “se obtuvo elementos suficientes para que la Fiscalía actuante pudiera presentar la investigación ante la Justicia”. Todo ello fue reforzado con el análisis de información recabada de denuncias anónimas en los servicios 0800 5000 y 0800 2121, lo que permitió establecer que el hombre en ocasiones se dirigía a una zona de chacras con plantación de caña de azúcar y malezas no controladas, desde donde retiraba la droga de hoyos en la tierra para abastecer bocas y vender en su domicilio durante la noche.
Así, se montó una vigilancia en el campo donde enterraba la droga: fue detenido, incautando un envoltorio que contenía 39 gramos de pasta base, lo que fraccionado daría un total de 390 dosis, que serían distribuidas en diferentes zonas de la ciudad.
Fue condenado por un delito en la modalidad de suministro de estupefacientes, con dos años y tres meses de penitenciaría.
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