Caso Alba enfrenta a dos familias: ¿denuncia falsa o duro relato de abuso sexual contra una niña en Artigas?

La complejidad de un caso que fiscalía archivó tras cinco años, aunque el INAU revisó, cambió de posición y apoya la lucha de una madre y una abuela para recomponer el vinculo con una niña que no les permiten ver.

Claudia Soria, abuela de Alba.
Claudia Soria, abuela de Alba.

A pesar de la feroz guerra que tiene enfrentadas a dos familias de la ciudad de Artigas por la tenencia de una niña a la que llamaremos Alba, las dos partes podrían coincidir al menos en la irrefutable realidad de que los últimos cinco años han sido interminables.

Largos. Dolorosos. Despiadados.

La niña que ahora tiene 9 años, su madre, su padre, su abuela materna y sus abuelos paternos se han convertido en los protagonistas de un caso muy complejo, cuyo desenlace los llevó a los despachos de los más altos jerarcas del sistema penal, de la Suprema Corte de Justicia, del Instituto del Niño y Adolescente del Uruguay (INAU), a distintas instituciones defensoras de los derechos humanos e incluso al Parlamento.

El asunto empezó en 2020 cuando Emilia García Soria, la madre de Alba, presentó una denuncia penal contra el padre de la niña por un presunto abuso sexual infantil. Se amplió con un intrincado proceso en Familia y Familia Especializada, donde se pusieron y quitaron medidas de protección para la pequeña, y tras un radical —y cuestionando— giro en la causa, en marzo de 2023 se le quitó la tenencia a la madre sin prever un régimen de visitas con la familia materna.

Desde ese momento, Alba está bajo el cuidado de sus abuelos paternos. Estos abuelos no creen que el abuso haya ocurrido. Le han habilitado un vínculo cotidiano con su progenitor, pero han prohibido cualquier tipo de contacto con la madre, la abuela y el círculo familiar que la crio durante siete años.

Foto de Alba con su abuela.
Foto de Alba con su abuela.

Después de varios meses de insistencia, madre y abuela lograron un régimen provisorio para visitarla, pero fue interrumpido rápidamente. Del último encuentro, ya pasó un año.

La vulneración de los derechos de la niña y los movimientos que podrían generarle una revictimización se convirtieron en argumentos centrales en los distintos procesos, muchas veces esgrimidos por una parte y por la otra para desestimar las peticiones que no apoyan. Y también por la decena de técnicos —psicólogos, psiquiatras, médicos particulares y del Instituto Técnico Forense (ITF), educadores del INAU— que han participado en la causa. Y por los cinco jueces que ya han tratado el caso en las sedes de Familia. Y por los cinco fiscales que han pasado por la investigación.

Cinco años después de presentada la denuncia, hasta el viernes pasado la fiscalía se encontraba empantanada ante pericias que consideraba contradictorias entre sí y no se decidía si archivar o no la causa, según había comunicado la sede para este informe. Trataba de dilucidar si el abuso habría ocurrido tal como la niña narró en distintas instancias, o si por el contrario podría tratarse de una manipulación por parte de la madre —tesis que apoya la psicóloga que trata a la niña desde que fue separada de la mamá—, de quien además se ha puesto en duda su capacidad de cuidado.

En definitiva, el dilema es si se está frente a un caso de una denuncia falsa para bloquear las visitas del progenitor, o ante un brutal relato de abuso sexual infantil que es descreído. Sorpresivamente, el viernes la fiscalía de Bella Unión citó a Emilia. En la sala había presente una psicóloga. La habían convocado para darle apoyo cuando le dieran la noticia de que, finalmente, después de todo este tiempo, se había optado por el archivo del caso.

Este es un golpe fuerte para la madre y la abuela de Alba, que pese a los reveses que llevan acumulados han golpeado cuanta puerta encontraron pidiendo ayuda. Y así, en otro giro clave en este complicado drama, en marzo pasado lograron que la dirección central del INAU cambiara rotundamente su postura frente al caso.

Revisó la causa y las intervenciones llevadas adelante por la dupla departamental, que según recabó El País tenía una postura de serias dudas respecto del relato de la niña y de las capacidades de maternaje de Emilia, “contaminación” que habría incidido negativamente en el intento de revinculación que se frustró.

Pidió a Fiscalía —sin éxito— que se retomen las medidas de protección, prohibiendo la comunicación y el acercamiento con el progenitor (y otro hombre que señaló la niña, primo del padre).

Y contrató a una organización civil para que analice los relatos del presunto abuso y asesore al nuevo equipo constituido para intentar una reconexión con la madre y abuela: para que vuelvan a la vida de la niña, de la que entienden que nunca debieron haber sido alejadas.

No será fácil, advierten desde INAU.

Después de todo lo que pasó, Alba ahora no quiere verlas.

El contexto familiar

Antes de la denuncia que lo cambió todo, el contexto familiar estaba lejos de ser el ideal. La relación entre los padres de Alba era caótica, reconocieron ambos en las respectivas pericias forenses que se les realizaron y a las que accedió El País.

El vínculo había empezado en 2014. Ella tenía 20 años, él 27. Entre permanentes separaciones, continuó hasta 2019. Alba nació en 2016, fruto de un embarazo buscado.

En las entrevistas periciales, las partes describen discusiones por celos, infidelidades, violencia verbal, psicológica y física. “Nos pegábamos por celos, él no quería más estar conmigo y yo insistía, él quería estar conmigo y yo no, o yo empezaba a salir con alguien y él me buscaba. Si él salía con alguien yo lo buscaba. Siempre yo terminaba cediendo…”, declaró Emilia en la pericia psicológica que le realizó el ITF. Él, por su parte, la acusó de vigilar sus movimientos, romperle el auto y no dejarle ver a la niña.

Se hicieron denuncias cruzadas y si bien la Justicia indicó medidas de no acercamiento, ellos mismos las incumplieron volviendo a frecuentarse, incluso durante las visitas de Alba en la casa paterna, que fueron pactadas desde sus 18 meses, a pedido de la madre.

El padre la veía todos los días y la llevaba a dormir a su hogar cada viernes, hasta el día siguiente. Los domingos, Alba solía pasar el día con sus abuelos paternos, recuerda la madre.

Según surge de distintos informes técnicos, la niña disfrutaba de ver a su padre. Pero señalaba a su madre como su principal referente afectivo. Era esta quien la llevaba cada día puntualmente a la escuela, informó el centro de estudios en 2021 a Fiscalía. Allí, se relacionaba “sin dificultades con sus pares y docentes, participando con autonomía, de forma espontánea y demostrando interés con intervenciones acertadas”.

La primera psicóloga que trató a Alba señaló que madre e hija eran cariñosas entre sí y que la pequeña siempre estaba “impecable”. Emilia era una madre atenta, dijo a Fiscalía.

En una pericia realizada en junio de 2021, esa vez por la psicóloga del ITF, se describe así la relación: “Nutricia afectivamente, asimismo ambivalente y vulnerable, con quien no ha logrado desplegar un vínculo de apego seguro, proyectando diversos sentimientos de abandono, inestabilidad, los cuales se tratan de vivencias internas. Impresiona una relación dual muy fuerte con la progenitora, donde realizan la mayoría de las actividades juntas, inclusive cuando la Sra. García concurre a su lugar de estudio”.

Desde la separación de sus padres, Alba vivía con su madre y junto a un círculo familiar que se completaba con la abuela materna —que surge recurrentemente en los tests psicológicos—, una tía que era a su vez su madrina, primos y una bisabuela.

Algunas de estas personas salen en las fotos que Claudia Soria, la abuela de Alba, atesora en su celular. Alba luce feliz en esas fotos. Con una sonrisa plena, una mirada alegre. Se la ve como una niña sin sombras.

El rol de la madre

Del otro lado del teléfono, la voz de Emilia García llega suave, temblorosa. El informe que elevó el INAU tras su reposicionamiento indica que “el tiempo transcurrido desde la separación de su hija le ha generado una gran sensación de inseguridad y desgaste emocional”. La llamada la encuentra en medio de una práctica docente, en una escuela de la ciudad de Artigas donde está cursando sus estudios de magisterio.

Dice Emilia que si bien no le han dicho directamente que mintió sobre el abuso que habría sufrido su hija, ella percibe que esa duda subyace. Su abogada, Carla Souza, cree que la relación tóxica que mantenía con el padre de Alba fue un antecedente que enturbió el proceso, y colaboró para generar una estigmatización en su contra.

En distintos documentos, especialmente los redactados por INAU para informar al juzgado, se insiste en que García es inestable emocionalmente, que debe comprometerse a cumplir con un tratamiento psicológico; se le recrimina que en redes sociales denunció al supuesto abusador y a la fiscalía por sus demoras; que al cuestionar a la niña sobre el abuso y hablar del mismo frente a ella la expone y revictimiza; luego, que al no cumplir con la revinculación paterna establecida por la Justicia en setiembre de 2022, vulnera los derechos de su hija. En ocasiones, le achacan un comportamiento “querellante”, pero algunos peritos del ITF matizan su conducta planteando que es entendible en relación a la gravedad del delito denunciado.

Lo cierto es que ese primer régimen de visitas que los padres habían acordado, no se cumplía del todo. En una ocasión, la madre reconoció en una entrevista pericial: “A veces él se iba a pescar, o teníamos problemas entre nosotros y yo no lo dejaba llevarla”.

Mario Goncalves es el abogado del padre en la causa penal. Él es el único representante del entorno paterno que acepta participar de este informe. La abogada de los abuelos se negó rotundamente. La defensora de Alba tampoco aceptó tener una conversación sobre el caso. Goncalves está convencido de que la denuncia del presunto abuso sexual llegó “como un efecto boomerang” a una denuncia anterior que su cliente había presentado porque Emilia no le permitía ver a la niña.

Emilia García junto a su hija Alba, en una visita de año pasado.
Emilia García junto a su hija Alba, en una visita de año pasado.

La posibilidad de la incidencia de la madre en los relatos que a lo largo del tiempo expresó Alba en las distintas entrevistas con su primera psicóloga, y después en las pericias del ITF —psicológica, médica y psiquiátrica—, fue insistentemente consultada por los fiscales a los diferentes técnicos, según pudo comprobar El País al acceder a los registros sonoros de estas instancias.

La veracidad fue analizada en dos ateneos —uno con expertos internacionales, otro con especialistas locales— convocados por El Paso, la ONG contratada por INAU para trabajar en el caso Alba: “Concluyeron que es imposible que ese relato haya sido impuesto”, dice Andrea Tuana, responsable de la ONG.

Los relatos de la niña

Alba tenía tres años (2019) cuando empezó a jugar con sus muñecas haciendo que estas se besaran. Le dijo a su madre que era un juego que le había enseñado una niña algo mayor, a la que veía durante las visitas a su padre (hija de la pareja de su primo). Esa niña jugaba con Alba “a los novios” y le daba besos en la boca. Emilia le comentó esto al padre de Alba y le pidió que la controlara, que no la dejara ir sola a esa casa, narró en una pericia.

Los juegos pararon por un tiempo.

Hacia octubre de 2020, cuando Alba tenía cuatro años, comenzó a repetirlos y además cambió su conducta. Se volvió agresiva, empezó a hablar y a señalar las cosas como si fuera una bebé —describió su madre—, empezó a orinarse y a defecarse en la ropa. Sentía un fuerte dolor en la parte genital y no permitía que su madre la revisara. Cuando pudo hacerlo, la notó irritada. Se lo comentó al papá, que le sugirió cambiar de jabón. Eso hizo, pero siguió igual —contó la madre en distintas instancias—. “Le pregunté si alguien la había tocado y ella me negaba. Un día me dijo, capaz fue Agustina, que la tocaba por arriba de la ropa, le daba besos en la boca, que le mostraba películas pornográficas en el celular”.

La madre entonces, fue al INAU.

—Fui al INAU porque ella me contó que era una niña la que ejercía el abuso sobre ella. Yo no supe cómo actuar porque, ¿cómo iba a denunciar en una comisaría a una niña? Fui al INAU a asesorarme qué paso debía seguir.

La enviaron a la mutualista. La pediatra no halló indicadores de abuso y le mandó una serie de estudios para descartar una infección. El resultado dio negativo. Emilia le mostró el informe al padre de Alba, que tomó una foto del documento y le habría expresado algo así como “yo sé por dónde viene esto”.

—Fue después de todo eso que ella me contó que fue el padre, yo no entendí por qué él me dijo eso en aquel momento —reconstruye para este informe.

“Le volví a preguntar quién la había tocado en varias oportunidades, ella no me contestaba, hacía que no me escuchaba. Un día, de noche, me dijo que el padre le hacía eso y se puso a llorar desesperada, tomó dos peluches que tiene y me mostró lo que le hacía, se tocó a ella mostrando adonde le tocaba, y el resto de la información se fue dando de a poco, todos los días era una noticia nueva”, detalló la madre en el ITF.

Alba contó detalles de los juegos con la niña y del presunto abuso del padre en distintas sesiones a una psicóloga particular. En el tercer informe realizado por esta profesional, en febrero de 2022, narra que la niña se muestra triste, que por momentos se expresa de forma “fría y desafectivizada no acorde a lo que estaba expresando de forma espontánea”. Entre otros pasajes cruentos, le manifestó temer a los “hombres grandes”, y que estaría durmiendo bastante, “así me olvido de todas las cosas para estar más feliz y más tranquila”. Antes de despedirse, le dijo a la psicóloga que se sentía más tranquila de haberle contado “los secretos graves”. El informe concluye diciendo que “no quedan dudas de lo sucedido, vislumbrando elementos secundarios y primarios del abuso”.

INAU: “El relato debería ser la prueba más fuerte”

La dirección central del INAU analizó el caso a fines de 2024 y revisó las actuaciones que llevó adelante la dupla departamental, decidiendo cambiar rotundamente su posición. Desde el departamento jurídico expresan que este caso demuestra que “hay una gran falencia estructural a nivel social, que hace que muchas veces haya ciertas pruebas que no son tomadas como se debería en los casos de violencia y abuso contra niños, niñas y adolescentes”. El relato por sí mismo debería ser el elemento probatorio más fuerte, dice la fuente de instituto. “Sin embargo es algo que muchas veces en la práctica cuesta aplicar, cuesta bajar a tierra, se buscan otras pruebas. Acá no se tomó en cuenta la fuerza que en realidad tenía el relato y de ahí en adelante fue como una seguidilla de sucesos y de acciones que fueron enredando esto cada vez más y llevaron a Alba a la situación en la que está ahora”.

Un relato similar se recoge en la pericia psicológica del ITF. Citada por Fiscalía, en noviembre de 2021, la perito recordó que la niña “se presentó sumamente angustiada” pero logró un “relato espontáneo”, “con coherencia interna”, “muy estructurado”. “Ella se comporta como una niña de mayor edad a la que tiene”, expresó la perito.

La forma estructurada del discurso puede ser un indicador de abuso, explicó a la fiscal Sabrina Massaferro. Ante la pregunta de si pudo haber sido preparada por otro adulto, respondió: “Si bien lo que relata la madre tiene similitudes con lo que relata la niña, esto es muy común, surge en casi todas las entrevistas. (…) Su discurso tiene también sus fases de originalidad, que es algo propio de ella, que es algo con sus palabras”. Y agrega: “Fantasear, fantaseamos todos, pero un niño para relatar cosas de este tipo generalmente tiene que haberlas vivido. Porque es muy difícil que una niña de cinco años se refiera a la eyaculación como el slime”, puntualiza.

La misma referencia al juguete fue señalada por el médico forense, que analizó a la niña tres meses después de la denuncia, y cuando fue citado en febrero desde 2025 por otra fiscal aclaró que si bien no encontró lesiones agudas, el relato le había parecido contundente: “Es la primera vez que me pasa, de escuchar a un niño asociar a una cosa acostumbrada a su edad como el slime, me llamó mucho la atención”, dijo.

Goncalves, el abogado del padre, pone paños fríos a esta prueba insistiendo en que la pericia psiquiátrica que el ITF realizó a la niña fue determinante “para matar el tema penal”.

Cuenta: “Me senté con la fiscal y le dije que quería una pericia psiquiátrica, que en Artigas no hay, hay que hacerla en Montevideo. Si en ese informe sale que existió abuso yo hablo con mi cliente, hacemos un acuerdo abreviado”, planteó. Según su interpretación, el análisis determinó que el relato no era verídico.

En esta nueva instancia de peritaje, Alba ya tenía seis años. Acababa de empezar primer año de escuela. La pericia indica que realiza “de forma espontánea” un relato de situaciones sexualmente abusivas en el marco de visitas al hogar paterno, “en las que incluye una gran variedad de actos que involucran a varios adultos, niños y animales”. “Se caracteriza por su relativa sistematización al enumerar los hechos y al mismo tiempo momentos en que se encuentra confusa, dubitativa, vacilante”.

Dice también que “aporta detalles acerca de los hechos relatados y de su contexto, que coinciden de forma precisa con declaraciones anteriores.” “Hay momentos en que resultan confusos, sobre todo en la identidad de los actores”. Finalmente, se lee: “Considerando que ha estado expuesta a múltiples instancias de interrogatorio es muy difícil valorar la situación en base a las características de su relato”.

Así concluye el informe.

La revinculación

Es un viernes fresco, ya oscureció y la abuela de Alba, Claudia, lleva horas girando por Montevideo. Ya perdió la cuenta de la cantidad de veces que narró los mismos hechos, que repitió los mismos detalles, tantos que son inabarcables en un informe periodístico. Esta vez, viene de reunirse con unos legisladores y antes con las autoridades del INAU. Le han explicado que lo mejor para la niña es que siga con los abuelos paternos, donde los informes indican que se siente a gusto, pero que el equipo seguirá adelante con los encuentros, enfocados en recomponer la relación entre ellas.

En setiembre pasado se cumplió un año desde que Claudia vio a su nieta por última vez, en un brevísimo régimen de visitas que no fue fácil, que le costó mucho a la niña, aunque no de la forma en que planteó el INAU en un informe al que accedió El País, describiéndole al juez que los encuentros habían sido “visiblemente angustiosos” para Alba. “No logra establecer el mínimo contacto visual permaneciendo con los ojos cerrados en todo el transcurso de los encuentros”, cita.

La psicóloga actual y la defensora de la niña se alinearon a esta postura: para proteger los derechos de Alba era mejor interrumpirlas. Y así se hizo.

Claudia cree que fue una injusticia. Habían logrado avances, un cambio, en especial en el trato con ella. Como prueba muestra fotos y videos: Alba disfrazada, dibujando, jugando con pompas de jabón, abrazada a la abuela, sonriendo.

Instituto del Niño y Adolescente del Uruguay.
Instituto del Niño y Adolescente del Uruguay.
Foto: Estefania Leal.

Con la madre, el reencuentro fue más duro. Un vínculo opuesto al que tenían antes de la separación, en marzo de 2023. Por ese entonces, las medidas de prohibición de acercamiento y comunicación del progenitor que habían motivado la denuncia penal habían caído ante la falta de avances en la investigación.

La Justicia de Familia avaló un régimen de visitas para los abuelos y el padre, que Emilia no cumplió. Por un lado, así la asesoró su abogado del momento, pero también “se negaba a exponer” a su hija al presunto abusador y, según dice, la niña no quería ir. Luego de varias advertencias del INAU y del juez, recordándole que estaba incurriendo en el delito de desacato y vulnerando los derechos de la niña, se otorgó la tenencia de Alba a los abuelos paternos. “Se cumplió con la ley sin considerar el contexto”, apunta Tuana, de la ONG que sigue el caso.

Hipótesis: ¿Por qué la niña no quiere ver a su madre y abuela?

“El que no quiera verlas puede ser indicador de síntomas disociativos. Alba tuvo que adaptarse a la convivencia con sus abuelos paternos (que no creen en el presunto abuso) y adaptarse a la incomunicación con su familia materna durante muchos meses”, explica Andrea Tuana, experta en abuso sexual infantil y figura referente de la ONG que trabaja el caso. “Eso es parte también de los procesos de acomodación. Los niños víctimas de abuso sexual tienen que realizar esos mecanismos adaptativos. Y si a vos te sacan de tu lugar de seguridad —más allá de que esa seguridad también podría estar un poco atacada por esta vulnerabilidad de la mamá— y te llevan con la otra familia y entrás en contacto directo con quién te habría abusado, de alguna forma es la negación de la realidad y según esta teoría del trauma, de los efectos complejos del abuso, hace que el niño se tenga que adaptar”.

Esa noche, Emilia abandonó la audiencia —cometiendo un nuevo desacato— y corrió a la casa, a encerrarse con la niña, a intentar despedirse. A la puerta llegaron dos patrulleros: uno se la llevó detenida, el otro condujo a Alba al juzgado.

No estaba presente nadie del INAU, ni la defensora de la niña. La abuela le preparó una mochila, la niña tomó a su perrita en brazos, fueron juntas en el auto. Antes de despedirse, le dijo: “Abu, no te preocupes, nos vemos en cinco días”.

Emilia se desesperó e intentó quitarse la vida. Varios meses después, cuando fueron canceladas las visitas, lo intentó de nuevo.

Ahora, mientras el INAU mantiene los encuentros con Alba, ellas esperan que el tribunal de apelaciones falle por la restauración de las visitas. Cada día revisan el expediente en busca de algunas novedades, que todavía no llegan, aunque saben que de todas formas la niña, por el momento, las rechaza.

El tiempo dirá si el vínculo logra repararse. Durante la insoportable espera, madre y abuela seguirán espiando en redes sociales, buscando alguna foto para ver crecer a Alba a la distancia, aunque estén en la misma ciudad, separadas por unas pocas cuadras, tan cerca y a la vez tan lejos.

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