Miguel Jiménez / El País de Madrid
El magnate Elon Musk fue recibido el lunes en Israel por Benjamín Netanyahu con un trato comparable al de un jefe de Estado o de Gobierno. El empresario devolvía la visita al primer ministro israelí, con el que estuvo en California en septiembre. Musk ha viajado para lavar su imagen: importantes anunciantes han huido de su red social X después de que el magnate apoyase un mensaje antisemita. Pero a cambio del certificado de buena conducta, entrega al Gobierno israelí el control de su red de comunicaciones Starlink en Gaza. El modo en que Musk se codea con los líderes mundiales es el mejor exponente de la posición de poder que han alcanzado las grandes tecnológicas en la geopolítica mundial, especialmente desde la guerra de Ucrania. El cruce entre intereses estratégicos y empresariales suscita algunas preocupaciones.
Audrey Kurth Cronin, profesora de Seguridad de la Universidad Carnegie Mellon, de Pittsburgh (Pensilvania), sostiene que “el papel geopolítico de las empresas tecnológicas es obvio en la guerra de Ucrania, lo que echa por tierra el mito de que plataformas como Facebook, Google y YouTube son actores neutrales”, en un artículo publicado por el Centro Kissinger de Asuntos Globales. Microsoft ha protegido a Ucrania de los ciberataques y Google ha eliminado algunas imágenes de Ucrania de sus mapas, pero ha sido sin duda la red de satélites de Starlink, empresa de Musk integrada en SpaceX, la que ha tenido un papel más decisivo y, en ocasiones, polémico, al mantener la conectividad a internet en Ucrania.
Los intereses comerciales y la geopolítica han ido históricamente de la mano y las guerras por causas económicas hunden sus raíces en la antigüedad. La pelea por los recursos y el territorio es previa a los conflictos religiosos, culturales o ideológicos. Tampoco es nueva la influencia de las empresas en la política exterior de las potencias ni la diplomacia empresarial y económica. En la situación actual hay, no obstante, novedades de forma y de fondo.
En lugar de movimientos entre bambalinas, Musk va con frecuencia tuiteando sus ideas y ocurrencias sin filtro. Pero hay también una diferencia de sustancia: en el pasado, gigantes como la Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales, que monopolizaba rutas comerciales en los siglos XVII y XVIII y cuyo valor de mercado en términos reales sería superior incluso al de las Big Tech, estaban tutelados por sus gobiernos, que ejercían cierto grado de supervisión, explica Kurth Cronin. “Hoy no es así. La autonomía de las grandes empresas tecnológicas actuales las hace inusuales, y muchas empresas están innovando más rápido de lo que las burocracias gubernamentales pueden gestionar”, señala.
Innovación en el espacio
El espacio es solo un ejemplo de esa innovación. SpaceX (propiedad de Musk) y Blue Origin (controlada por Jeff Bezos, el fundador de Amazon) están a la vanguardia y el Gobierno de EE.UU. las subcontrata para volver a la Luna. Bezos planea una red de satélites que compita con la de Starlink, pero cuando empezó la guerra de Ucrania, el único capaz de garantizar la conectividad en el territorio fue Musk: “El servicio Starlink ya está activo en Ucrania. Más terminales en camino”, tuiteó el magnate el 26 de febrero de 2022 en respuesta a un alto cargo del Gobierno de Kiev.
Esa ayuda a Ucrania ha ido en paralelo a un auge de la desinformación y la propaganda rusa a través de su red social X, abogando por un supuesto absolutismo de la libertad de expresión al tiempo que se pliega a la censura de los gobiernos autoritarios. El protagonismo adquirido con Starlink dio alas al magnate para lanzar sus propias propuestas. En octubre de 2022, publicó en Twitter su plan de paz para el conflicto, que pasaba por la celebración de consultas en los territorios ocupados por Rusia y la cesión de Crimea a Moscú.
Musk rechazó el pasado año una petición para que sus satélites de Starlink facilitaran un ataque de Ucrania contra la flota militar rusa del mar Negro. “Si hubiera aceptado su petición, SpaceX sería explícitamente cómplice de un acto de guerra mayor y de una escalada del conflicto”, explicó el magnate cuando trascendió la historia. Su biógrafo, Walter Isaacson, aseguró a El País en septiembre que a raíz de aquel incidente, Musk “se dio cuenta de que no debería tener tanto poder”.
En septiembre, en las mismas fechas en las que ya habló con Netanyahu, Musk se reunió con el presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, en Nueva York para hablar de la posible apertura de una fábrica de Tesla. Este mes, participó en un encuentro en San Francisco con el presidente chino, Xi Jinping, al que también acudió el jefe de Apple, Tim Cook. Algunos de esos encuentros se enmarcan en la tradicional diplomacia empresarial, que va de inversiones, seguridad jurídica y nuevos mercados. China es vital para Apple y Tesla. La cuestión es qué ocurre si los intereses empresariales de las tecnológicas se cruzan con las prioridades diplomáticas de Washington. ¿Se enfrentaría Musk a Pekín dando acceso a internet vía Starlink a Taiwán en caso de conflicto?
De momento, en Israel Musk ha llegado a un acuerdo con el Gobierno para no permitir el acceso a su sistema sin permiso del Ministerio de Comunicaciones. Su titular, Shlomo Karhi, le felicitó por ello: “Este entendimiento es vital para todos los que desean un mundo mejor, libre del mal y libre de antisemitismo, por el bien de nuestros hijos”, escribió en la red social propiedad del magnate.
Como dueño de X, Musk también tiene una gran influencia en la formación de la opinión pública mundial, al igual que otras tecnológicas como Meta (dueña de Facebook e Instagram), que fichó en 2018 al ex vice primer ministro del Reino Unido, Nick Clegg, para dirigir su oficina de Asuntos Globales y comunicación, cuando explotó el escándalo de Cambridge Analytica.
Estados Unidos ha limitado el acceso chino a microprocesadores estadounidenses de gran potencia, pero el nuevo frente diplomático-tecnológico es la inteligencia artificial, donde las compañías van por delante de los gobiernos. El jefe de OpenAI (destituido y repuesto en solo cinco días), Sam Altman, ha viajado por el mundo como embajador de la nueva tecnología. Ha estado este mes en Inglaterra con el primer ministro británico, Rishi Sunak, al que ya vio en una gira previa en mayo que tuvo una parada en el palacio de la Moncloa, donde se reunió con el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez.
Altman había acudido poco antes con los consejeros delegados de Alphabet, Sundar Pichai; Microsoft, Satya Nadella, y Anthropic, Dario Amodei, a la Casa Blanca para una reunión con la vicepresidenta de Estados Unidos, Kamala Harris, por la que también se pasó el presidente, Joe Biden. Hace un mes, Biden desempolvó una vieja ley de tiempos de la guerra de Corea (1950-1953) para aprobar un decreto que obliga a las tecnológicas a notificar al Gobierno de Estados Unidos cualquier avance que suponga un “riesgo grave para la seguridad nacional”.
La visita a un Kibutz atacado por Hamás
El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, mostró este lunes a Elon Musk los horrores de la masacre de Hamás del 7 de octubre en una comunidad israelí al lado de Gaza donde milicianos del grupo terrorista mataron a decenas de sus residentes. Musk vistió con Netanyahu el kibutz Kfar Azza, una de las comunidades a pocos kilómetros de la Franja que el día del ataque de Hamás sufrió una de las mayores matanzas, con la muerte de un centenar de personas. Musk escuchó también los relatos del jefe del consejo regional de Shaar HaNegev, Yosi Keren, y de un portavoz del Ejército israelí, que le detallaron los hechos acontecidos en el kibutz durante el ataque de Hamás. (EFE)